Bajo el título Habitar la complejidad de la época: vivir y trabajar en un mundo conectado, Remedios Zafra presentó su conferencia en el MALBA. Aquí, en Buenos Aires, donde vivimos bajo la doctrina del shock impuesta por el anarcofeudalismo de Milei e imploramos una respuesta social que no termina de consolidarse, la ponencia de Zafra no pudo evitar el contexto actual, siendo por necesidad breve. Dentro de unas horas comenzará un paro general de transportes que promete paralizar la ciudad, y la escritora, nacida en Zuheros (Córdoba, Andalucía) en 1973, tuvo que adelantar su vuelo, limitando su intervención a poco más de una hora.
El discurso de Zafra se presentó como una lectura, condensada pero incisiva, de las formas de trabajo y producción en tiempos de lo que ella denominó "tecnocapitalismo". Personalmente prefiero referirme a este fenómeno como "tecnofeudalismo", aunque mantengo el mismo significado que Zafra le asigna. Realizo este cambio porque considero que toda forma de ciudadanía actual es una ficción: en el fondo, cualquier individuo que no pertenezca a la élite carece de derechos políticos reales y es parte de la "neogleba" tecnofeudal. Así como en el feudalismo la sierva y el siervo pertenecían a la gleba (la tierra del señor feudal), hoy pertenecemos al espacio digital que se nos asigna y en el cual se configura nuestra percepción del mundo. Somos siervos de los gigantes financieros y tecnológicos que dominan y configuran nuestra realidad.

Tras la aclaración volvamos a la conferencia.
En su descripción del mundo del trabajo cultural, Zafra plantea una degradación progresiva de las condiciones productivas, en un paralelismo con la explotación de la mujer en el ámbito de los cuidados dentro de la sociedad patriarcal, donde la remuneración es más simbólica que real. Así como la mujer que cuida de los hijos y del hogar sin recibir un salario, compensada únicamente por el amor de los suyos, el trabajador cultural, el artista, parece condenado a conformarse con la “felicidad” de dedicarse a lo que ama, sin esperar una retribución económica justa. Hablamos de autoexplotación, como señala la ensayista, no en un sentido de elección personal, sino como una condición sistémica: dedicarse a la cultura solo sería posible “por amor al arte”, imposibilitando así obtener ingresos regulares en este campo y reservándolo, en la práctica, solo a quienes pertenecen a familias acomodadas y pueden vivir de rentas y herencias. Es una involución, un retroceso, la antítesis de la democratización del arte.
Este elitismo cultural en Argentina se ha instaurado de la mano de la austeridad, de discursos que desacreditan la participación pública en el ámbito artístico, de la "motosierra" aplicada al INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales) que amenaza con la destrucción del cine argentino, y de la perversa idea de que el arte debe ser “rentable”, es decir, utilizable y servil al mercado. Esto no es más que la conversión del arte en mero entretenimiento, vaciándolo de cualquier capacidad política y transformadora, y subordinándolo al status quo. Un arte así apenas logra superar la condición de simple decoración. Ejemplo de esta práctica anarcofeudal de despolitización es el reciente cambio de nombre del Centro Cultural Kirchner, renombrado como Palacio Libertad, manoseando el concepto de libertad y otorgándole un sentido perverso: una libertad que no es más que el derecho a pisotear cualquier cosa con un significado que trascienda el dinero; una libertad para destrozar sueños y anhelos; una libertad, en definitiva, para adueñarse de nosotros, de nosotras y atarnos a un sistema económico en el que siempre perdemos.
En el mundo del trabajo, las opciones son escasas. Lo opuesto a la autoexplotación haciendo lo que nos gusta es el burnout del que habla Byung-Chul Han: la realización de actividades repetitivas, la enajenación en una rutina que no sentimos como propia, pero de la cual dependemos para sostener nuestra existencia. En el burnout, recibimos un pago, sí, pero "los días desfilan al paso del aburrimiento", como diría el situacionista Raoul Vaneigem.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Zafra plantea que parte del problema reside en la traición de las tecnologías. Durante gran parte del siglo XX se nos prometió que la tecnología liberaría a las mujeres del trabajo doméstico y a los hombres de la cadena de montaje, pero hemos terminado limpiando el piso mientras la Inteligencia Artificial crea ilustraciones o traduce poemas. No es culpa nuestra: la tecnología, hasta hoy, ha sido un regalo envenenado, una promesa de Mefistófeles.
Si bien es cierto que la ciencia —ese saber acumulado por la humanidad a lo largo de su existencia— posee un enorme potencial liberador, no puede cumplirlo, pues está prisionera de los grandes señores tecnofeudales. La ciencia y la tecnología que de ella derivan no sirven a nuestros intereses, sino a los de Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Sundar Pichai, Tim Cook, Larry Page, Sergey Brin, Satya Nadella, entre otros. La tecnología que prometió liberarnos solo ha servido para encadenarnos a sus intereses. Estos nombres representan el 2% de toda la riqueza mundial y son solo un ejemplo.
Vivimos en un mundo donde el 1% de la población controla el 45% de la riqueza, y la concentración sigue aumentando. En el feudalismo, el 3% de la población —nobles y clero— acumulaba el 95% de la propiedad de la tierra. No estamos tan lejos de esa realidad; por eso insisto en el término feudal. La pregunta, entonces, es: dada esta situación, ¿por qué la aceptamos?
Para Remedios Zafra, la ausencia de una respuesta social coordinada y contundente se debe a un conjunto de factores bien definidos. En primer lugar, los dispositivos tecnológicos y nuestra adicción al clic y a la inmediatez imposibilitan una visión en perspectiva de los acontecimientos, sumergiéndonos en la vorágine de un tiempo acelerado y carente de sentido. Se nos censura mediante la saturación y se nos priva del discurso imponiéndonos el valor escópico, una preferencia por lo visual sobre cualquier forma de conocimiento abstracto. Citando de nuevo a los situacionistas, en este caso a Guy Debord, estamos condenados a las imágenes: ellas conforman una prisión visual que sustituye el mundo real por una selección de visiones impuestas por los señores tecnofeudales a través de los dispositivos que consumimos. Es, en esencia, un panóptico personalizado y portátil que no solo es capaz de vigilarnos, sino de sustituir la realidad por el simulacro las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Nuevamente citando al Debord, habitamos la pesadilla del espectáculo integrado.
A este condicionamiento mediado por la tecnología —fabricada por intereses ajenos a los nuestros— se suma un bombardeo cognitivo constante. Surge el mito del emprendedor que triunfa por su propio esfuerzo, un mito estadísticamente ridículo (me remito a los datos ya dados: la riqueza se hereda) y que juega el papel absurdo de hacernos creer que la "lotería" puede universalizarse. Este mito no es inocente, ya que sirve para justificar la pobreza y la miseria en la vida cotidiana. En esta cosmovisión distorsionada, la pobreza no es consecuencia de una estructura social injusta —de nuevo, volvemos a los datos—, sino el resultado de la pereza de individuos concretos. En este contexto de “reconstrucción del Antiguo Régimen”, los medios han difundido la idea de que la pobreza es una falta de esfuerzo. Así, en un momento histórico en el que se produce una de las mayores concentraciones de capital en pocas manos, las masas creen que cualquiera puede llegar a ser rico. Sin duda, es un éxito de la propaganda del 1%.
Obviamente, no todas las personas gritamos “¡Viva la Libertad, carajo!” soñando con un futuro de éxito a costa de pisar a los de abajo mientras nos embrutecemos viendo pornografía en internet (sí, así percibo al votante joven de Milei; quizás sea un prejuicio). Hay quienes se oponen, y para ellos está la represión.
El caso argentino es paradigmático: la “Libertad” y el “No Estado” de Milei necesitan, esencialmente, de la policía. Bullrich, ministra de Seguridad, siguiendo esta línea, se apresuró a implementar el protocolo antipiquetes. Pronto llegaron los castigos y las medidas ejemplarizantes, acompañados de la reducción de ingresos, pensiones y el empobrecimiento acelerado de las masas: una doctrina estatal —de quienes supuestamente rechazaban el estado, guiño— que ha dejado a la sociedad noqueada y sin capacidad de respuesta. Y, como nos recuerda Remedios Zafra, recuperando el pensamiento de Simone Weil, cuando la presión sobrepasa cierto umbral, la rebeldía se transforma en sumisión. Por desgracia, vivimos en una era de sumisión total a los dueños del mundo.
Retomando mis ideas sobre el feudalismo y conectándolas con algunos puntos interesantes de la conferencia de Zafra, durante los siglos en los que en Europa se desarrolló el feudalismo y, posteriormente, el Antiguo Régimen —su continuidad—, la voz pública, el reconocimiento social y, en definitiva, la condición de ser humano pleno, eran privilegios reservados para la nobleza (y en particular, para los hombres de la nobleza). El resto de las personas formaba una masa informe y deshumanizada, útil solo para llenar los campos de batalla con sus cuerpos desmembrados dispersos o para pagar tributos. Esta condición de "número" ha sido recuperada hoy. Mientras que las vidas de quienes tienen presencia en los medios y poder económico son presentadas como valiosas, dignas de empatía, comprensión y tiempo – cuanto sufre Vinícius… -, las vidas de los demás —nosotros—, el grueso de la humanidad que orbita el sol pegada a la Tierra, solo cuentan como números. Un ejemplo flagrante es el de los palestinos; y planteo una pregunta incómoda: ¿a cuántos kilos de huesos palestinos equivale un rehén del 7 de octubre? Creo que la cuestión es suficientemente gráfica para no insistir más en el tema.
En este sentido, Remedios Zafra describe un mundo en el que las y los trabajadores estamos atrapados en laberintos burocráticos donde la tecnología nos controla más de lo que nos ayuda y fomenta nuestra deshumanización. Mientras tanto, en el otro lado de la balanza, las élites y sus descendientes promueven una ética de vida sana y empática, llena de yoga, meditación y comida orgánica, actividades totalmente imposibles para una jubilada promedio de Buenos Aires.
¿Qué hacer entonces? Para Remedios Zafra, la solución radica en poner en práctica los valores y saberes acumulados durante más de un siglo de lucha feminista: en concreto, colocar la vida en el centro y fomentar una cultura del cuidado, en lugar de la cultura actual que somete los cuerpos a los intereses del mercado. En cuanto a nuestra actividad diaria y el trabajo, se trata de superar la separación entre nuestra labor y la vida cotidiana, dar valor y tiempo a lo que hacemos, y “recuperar la materialidad de un hacer con sentido”.

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