Desde que en 1979 la Unesco aceptara el término educomunicación [1] para hacer referencia a la “educación en comunicación”, hemos observado que bajo este concepto se han designado distintas prácticas y formas de concebir la relación del educando con las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, tales como: educar por la comunicación o educar para la comunicación. A pesar de los matices que introducen las preposiciones, de ambas se desprende la concepción del acto de educar como un acto comunicativo consistente en la transmisión de saberes (información) con el fin de guiar (educare) al educando en su acercamiento al mundo y de hacerle pensar (educere) sobre lo ya aprendido, potenciando de esta forma su autonomía para pensar y comunicar el pensamiento emergente. Descrito así el acto de educar, no parece diferenciarse en demasía de la acción de informar, que comprende también la narración de hechos que configuran la trama de la facticidad mediante la cual creemos ...
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