Pablo Poo Gallardo | Los cómics formaron parte indisoluble de nuestra infancia hasta que la era digital trajo consigo de la mano a los videojuegos, que en pocos años consiguieron cambiar el hábito de la lectura ilustrada por el de la estrategia de supervivencia zombie, el manejo de futbolistas virtuales o la ordenación de figuras por tipos, tamaños y colores, por poner sólo algunos ejemplos más asequibles para los menos duchos en el tema virtual. La capacidad empática que desarrollábamos los lectores de cómics con los héroes y personajes, defensores del bien, de una moralidad concreta y un sistema de valores determinado que poblaban las páginas que leíamos en la cama (debajo de las sábanas, incluso, cuando habíamos sobrepasado esa hora límite que marcaba cuándo un niño bueno debía estar acostado), en los recreos, en la piscina o en el trono (no me digan que se sorprendían al entrar en algún baño y ver cómics sobre la tapa del cesto de la ropa sucia) poco tiene que ver con los tí...
Revista para gente sin dogmas