El texto que sigue es una transcripción de fragmentos del libro Guy Debord, de Anselm Jappe.
Debord sitúa el origen del problema en el pensamiento de Marx mismo y en la excesiva y la excesiva confianza que depositó en los automatismos producidos por la economía, en detrimento de la práctica consciente. El autoritarismo del que dieron prueba tanto Marx como Bakunin en el seno de la I Internacional es producto de la degeneración de la teoría en ideología, fruto de una infeliz indeterminación del propio proyecto con los procedimientos de la revolución burguesa. Los anarquistas siguieron siendo en lo sucesivo, a pesar de algunas aportaciones positivas, víctimas de su ideología idealista y antihistórica de la libertad. La Socialdemocracia de la II Internacional generalizó la división entre el proletariado y su representación automatizada, lo cual la convierte en precursora del bolchevismo. La Revolución de Octubre desembocó, tras la eliminación de las minorías radicales, en el dominio de una burocracia que sustituye a la burguesía en cuanto expresión del reino de la economía mercantil. Incluso Trotski compartió el autoritarismo bolchevique; ni él ni sus seguidores reconocieron jamás en la burocracia una verdadera clase dominante, sino solamente un “estrato parasitario”.
Según
Debord, el resultado final de esta evolución es positivo: el proletariado ha
perdido “sus ilusiones, pero no su ser”. El nuevo asalto revolucionario puede
librarse de los enemigos que lo han traicionado desde el interior; puede y debe
cesar de “combatir la alienación bajo formas alienadas”. En los consejos
obreros, de los que la I.S. habla desde 1961, la participación de todos
suprimirá las especializaciones y las instancias separadas. Los consejos serán
a la vez instrumento de lucha y estructura de organización de la futura
sociedad liberada.
Debord sitúa el origen del problema en el pensamiento de Marx mismo y en la excesiva y la excesiva confianza que depositó en los automatismos producidos por la economía, en detrimento de la práctica consciente. El autoritarismo del que dieron prueba tanto Marx como Bakunin en el seno de la I Internacional es producto de la degeneración de la teoría en ideología, fruto de una infeliz indeterminación del propio proyecto con los procedimientos de la revolución burguesa. Los anarquistas siguieron siendo en lo sucesivo, a pesar de algunas aportaciones positivas, víctimas de su ideología idealista y antihistórica de la libertad. La Socialdemocracia de la II Internacional generalizó la división entre el proletariado y su representación automatizada, lo cual la convierte en precursora del bolchevismo. La Revolución de Octubre desembocó, tras la eliminación de las minorías radicales, en el dominio de una burocracia que sustituye a la burguesía en cuanto expresión del reino de la economía mercantil. Incluso Trotski compartió el autoritarismo bolchevique; ni él ni sus seguidores reconocieron jamás en la burocracia una verdadera clase dominante, sino solamente un “estrato parasitario”.
Debord analiza agudamente
cómo el dominio absoluto de la ideología y de la mentira conduce a los
regímenes curocráticos a un irrealismo total que les coloca en una posición de
inferioridad económica frente a las sociedade de “libre mercado”. Ni siquiera
es posible reformar estos sistemas, puesto que la clase burocrática detenta los
medios de producción a través de la posesión de la ideología; no puede
renunciar, por tanto, a su mentira fundamental, que consiste en presentarse no
como una burocracia dominante, sino como expresión del poder proletario.
(...)
Representar ilusioriamente
la opción revolucionaria en el mundo fue la tarea delos países estalinistas y
sus apéndices en el mundo occidental, los partidos llamados comunistas. El
conflicto entre la URSS y China y las sucesivas rupturas entre las diversas fuerzas
burocráticas quebrantaron, sin embargo, su monopolio de la presunta opción
revolucionaria, señalando así el principio del fin de aquellos regímenes.
Debord escribe que “la descomposición mundial de la alianza mistificada
burocrática es, en último análisis, el factor más desfavorable para el
desarrollo actual de la sociedad capitalista. La burguesía está perdiendo al
adversario que la sostenía objetivamente al unificar de modo ilusorio toda
negación del orden existente”. Hoy se puede constatar que la URSS no perdió
este papel hasta que hubieron desaparecido casi enteramente los impulsos
revolucionarios que inducían al espectáculo a organizar su canalización por las
formas burocráticas. En los tiempos de la “Primavera de Praga”, en cambio, a la
que la I.S. atribuía gran importancia, Occidente apoyaba efectivamente a la
URSS.
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