FUENTE: ULTIMAHORA.COM
Por Alfredo Boccia Paz – galiboc@tigo.com.py
El proceso político paraguayo ha recibido en estos días una inexplicable puñalada.
La trabajosa construcción de la democracia avanzó penosamente durante las dos décadas de una transición tutelada por militares y hegemonizada por el Partido Colorado. La alternancia pacífica en el poder significó, por eso, un paso inédito en nuestra historia. Empezábamos a acostumbrarnos al ritmo natural de cambiar presidentes cada cinco años por vía electoral.
Hasta hace unos días eso no estaba en discusión y los partidos se ocupaban de sus campañas electorales internas. Hasta que ocurrió la masacre de policías y campesinos en Curuguaty.
Ese suceso inesperado, que conmocionó a la ciudadanía, tenía las características de una acción planificada. Hasta ahora, nadie tiene en claro quiénes y con qué fines ordenaron la matanza. Tampoco hay el menor indicio de la participación de Fernando Lugo en el hecho.
Como sea, la ANR decidió impulsar un juicio político al presidente. Hasta allí, parecía una mera estrategia electoral con el fin de desgastar su imagen al final de su mandato. El increíble efecto dominó que ocurrió en las horas siguientes se inscribirá en la historia del más sórdido oportunismo nacional. La aventura en la que se han embarcado los partidos políticos que se sumaron al juicio político es un ejemplo paradigmático de la primacía de intereses sectarios sobre el interés de la nación.
Como carecían de causales racionales que justificaran una medida tan extrema, optaron por hacerlo a toda prisa. El libelo acusatorio causa vergüenza ajena de tan risible, no cuidaron los mínimos formalismos legales y atropellaron el respeto a los plazos prudenciales para la defensa. Lo hicieron los colorados, pero también los liberales, hasta entonces aliados de este Gobierno. Una traición llevará a uno de ellos a una efímera presidencia. De todas las ocasiones históricas en que el liberalismo llegó al poder, esta es la más innoble. Patria Querida sumó sus votos, ratificando su creciente sesgo ultraconservador. Y, para mi sorpresa, también lo votó Desirée Masi, quien algún día tendrá que explicar a sus hijos por qué lo hizo.
Por voluntad de sus parlamentarios –los mismos que, hace dos semanas, eran repudiados por corruptos–, el Paraguay se sumerge en un tiempo de incertidumbre y turbulencias. Lo hacemos en un momento de estabilidad económica que no conocíamos en muchas décadas y a nueve meses de las elecciones. Pagaremos el alto costo de ser calificados de republiqueta impredecible por la comunidad internacional.
Nos derechizamos, es cierto, pero también nos hondurizamos. Los cancilleres de Unasur han observado "in situ" este arrebato político que podrá caber en la Constitución, pero jamás en la comprensión de los sensatos.
Bueno es guardar este dato: el golpe de Estado –igualmente institucional– de Honduras produjo una caída de casi el 6% de su PIB anual. Hacia eso nos encaminamos con irracional entusiasmo.
El proceso político paraguayo ha recibido en estos días una inexplicable puñalada.
Fernando Lugo, ya expresidente de la República de Paraguay
La trabajosa construcción de la democracia avanzó penosamente durante las dos décadas de una transición tutelada por militares y hegemonizada por el Partido Colorado. La alternancia pacífica en el poder significó, por eso, un paso inédito en nuestra historia. Empezábamos a acostumbrarnos al ritmo natural de cambiar presidentes cada cinco años por vía electoral.
Hasta hace unos días eso no estaba en discusión y los partidos se ocupaban de sus campañas electorales internas. Hasta que ocurrió la masacre de policías y campesinos en Curuguaty.
Ese suceso inesperado, que conmocionó a la ciudadanía, tenía las características de una acción planificada. Hasta ahora, nadie tiene en claro quiénes y con qué fines ordenaron la matanza. Tampoco hay el menor indicio de la participación de Fernando Lugo en el hecho.
Como sea, la ANR decidió impulsar un juicio político al presidente. Hasta allí, parecía una mera estrategia electoral con el fin de desgastar su imagen al final de su mandato. El increíble efecto dominó que ocurrió en las horas siguientes se inscribirá en la historia del más sórdido oportunismo nacional. La aventura en la que se han embarcado los partidos políticos que se sumaron al juicio político es un ejemplo paradigmático de la primacía de intereses sectarios sobre el interés de la nación.
Como carecían de causales racionales que justificaran una medida tan extrema, optaron por hacerlo a toda prisa. El libelo acusatorio causa vergüenza ajena de tan risible, no cuidaron los mínimos formalismos legales y atropellaron el respeto a los plazos prudenciales para la defensa. Lo hicieron los colorados, pero también los liberales, hasta entonces aliados de este Gobierno. Una traición llevará a uno de ellos a una efímera presidencia. De todas las ocasiones históricas en que el liberalismo llegó al poder, esta es la más innoble. Patria Querida sumó sus votos, ratificando su creciente sesgo ultraconservador. Y, para mi sorpresa, también lo votó Desirée Masi, quien algún día tendrá que explicar a sus hijos por qué lo hizo.
Por voluntad de sus parlamentarios –los mismos que, hace dos semanas, eran repudiados por corruptos–, el Paraguay se sumerge en un tiempo de incertidumbre y turbulencias. Lo hacemos en un momento de estabilidad económica que no conocíamos en muchas décadas y a nueve meses de las elecciones. Pagaremos el alto costo de ser calificados de republiqueta impredecible por la comunidad internacional.
Nos derechizamos, es cierto, pero también nos hondurizamos. Los cancilleres de Unasur han observado "in situ" este arrebato político que podrá caber en la Constitución, pero jamás en la comprensión de los sensatos.
Bueno es guardar este dato: el golpe de Estado –igualmente institucional– de Honduras produjo una caída de casi el 6% de su PIB anual. Hacia eso nos encaminamos con irracional entusiasmo.
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