Hernán Narbona Véliz | Rosy, mi esposa y compañera de toda la vida tenía 15 años cuando la conocí. Ella era Vicepresidenta del Liceo Nº 1 de Niñas de Valparaíso y yo, dirigente universitario, terminaba ya mi primera carrera. Ella era una líder nata, matea y rebelde, elementos claves para un enamoramiento que podría decirse fue a primera vista, aunque en verdad surgió a primeras marchas, a primeros rayados, a primeros campamentos de verano.
Cuando comentamos , en casa con nuestros hijos y otros jóvenes de esos tiempos, la lucha de los secundarios de hoy, no hemos podido evitar la emoción al comparar sus declaraciones valientes, irreverentes, precisas, en medio de un lenguaje cruzado por cobardías, medias tintas, imprecisiones etimológicas y morales.
Ellos nos han hecho sacar del morral esas mismas ganas de cambiar el mundo que a su edad manifestamos. Sabemos que en aquel intento tuvimos espacios mínimos antes que nos frenara en seco el pisotón de la reacción. Sabemos que en la recuperación democrática, faltando muchos mártires que quedaron anónimamente en algún recodo de la historia, de nuevo pudimos demostrar que sí se podía. Cuando dijimos No al dictador, de nuevo nos atrevimos.
Pero algo pasó generacionalmente que bajamos los brazos, el conformismo nos invadió. Nos resignamos a lo posible, habiendo sido soñadores de imposibles. Nos fueron metiendo en la horma de lo políticamente correcto, con la disculpa de los amarres de la dictadura, nos entrampamos en las medias tintas, las componendas, los arreglines. Algo y mucho de todo esto nos pasó en la mentada transición y algo grave hizo que esa generación soñadora, reformista o revolucionaria pasara a ser una cohorte de seres cabizbajos, descreídos, solapados, egoístas, serviles, arribistas, miedosos y consumistas, renegando de los sueños en un pecado capital como generación, vendiendo muchos el alma al diablo para obtener pertenencias al poder, perdiendo esa lucidez valórica que había legitimado nuestros ímpetus juveniles, treinta y tantos años atrás.
Comparando inevitablemente nuestras experiencias generacionales con las emocionantes movilizaciones estudiantiles de ahora, no podemos dejar de identificarnos con esas energías íntegras, transparentes, rupturistas de los muchachos que defienden su derecho a una educación de calidad y más justa.
Debemos pedirles disculpas a esos jóvenes por habernos convertido en una masa de adultos timoratos, envilecidos por el materialismo pomposo del sistema neoliberal, incapaces de correr riesgos, aceptando como corderos las verdades a medias que cruzan nuestra convivencia.
Cuando uno mira a la generación del setenta, esa que se asomó apenas a un sueño libertario y fue masacrada por el odio, descubre con gran pena y vergüenza que nos conformamos con lo que nos dejaron, temiendo siempre a perderlo de nuevo. Por eso, cuando uno escucha con el corazón a los jóvenes que emplazan a la autoridad, tal como alguna vez nosotros lo hicimos, no podemos dejar de emocionarnos y de anhelar que esta lucha que ellos han puesto como proyecto nacional, nos lleve a recuperar nuestra dignidad de pueblo, para construir nuestro destino sin aceptar más manipulaciones.
Alguna vez, en esas campañas de reforma universitaria de los sesenta, inventando periódicos murales o revistas a roneo, planteamos que queríamos llegar a viejos habiéndonos jugado por superar las desigualdades de nuestra sociedad, nos comprometíamos para construir la esperanza que venía de muchas generaciones obreras y populares detrás nuestro, por un proyecto humanista, sin apellidos. Es tiempo que Chile reflexione, se sacuda la mediocridad y se atreva a hacer un país generoso con los suyos. Partir por refundar la educación en Chile parece una invitación aglutinante que puede volver a movilizarnos tal como lo hicimos para decirle No a la dictadura.
¿Será que la alegría la pondrán en la historia nuestros vilipendiados adolescentes de esta democracia a medias con la que nos veníamos conformando?
02/06/2012 · Hernán Narbona Véliz · Periodismo Independiente
Nota Publicada en Periodismo Independiente el 29/mayo/2006
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