EDITORIAL | REVISTA NOTON Nº6
De todas las ilusiones la más peligrosa consiste en pensar que no existe sino una sola realidad.
Paul Watzlawick
Que la escuela es un centro de adoctrinamiento es algo que denuncian hasta tertulianos neoliberales metidos a ministro. El hecho de que José Ignacio Wert rebautizara, en nombre del orden establecido, 'Educación para la Ciudadanía' como 'Educación Cívica y Constitucional', aduciendo que la asignatura “adoctrinaba” con un temario cargado de “cuestiones controvertidas”, podría hacer que nos planteásemos si el “adoctrinamiento” es patrimonio exclusivo de la mencionada materia y si los niños tienen espacio o no para debatir en la escuela sobre “cuestiones controvertidas”.
Y es que toda educación es ideológica, pues la función primordial de todo sistema educativo es sostener a la sociedad a la cual pertenece, perpetuando en el tiempo el status quo y la estructura de poder, a través de una escuela orientada hacia el adoctrinamiento en el pensamiento único. Desde los pupitres se recibe el dogma neoliberal por el que se debe rendir culto al mercado, un catequismo fundamentado en el individualismo y la competitividad, valores de los que deben hacer gala los buenos emprendedores - y los universitarios excelentes -. Tenemos una educación para un sistema donde prima lo económico sobre lo social, lo privado sobre lo público, donde la doctrina de la desregulación y el control sacralizado del déficit recorta salarios mientras permite especulación, destruye empleo, y explota tanto al entorno como al trabajador, derrochando recursos y eliminando derechos sindicales.
La escuela es ese edificio donde los niños pasan las horas alienadas de su infancia, mientras sus progenitores dedican ese tiempo al desarrollo del trabajo que sirve al imperio de la dominación espectacular de la mercancía. Un lugar donde se enseñan contenidos separados, dispersando el conocimiento y alejándolo del contexto social, como si hubiera un inmenso abismo entre los ámbitos del saber y de la vida, como si no fueran una y la misma cosa. Se enseña a ser personas pasivas, sometiendo a la mente y al cuerpo del infante a largas horas de tedio; eliminando y castigando la creatividad, al tiempo que se premian la obediencia y la repetición de tareas mecánicas. En definitiva se enseña un no-pensamiento.
Obviamente todas las escuelas no son iguales. Las escuelas públicas forman a los individuos atemorizados, al rebaño perplejo que engrosará las listas del paro y del empleo precario, mientras que las escuelas privadas forman a la clase técnica-especializada, y las más elitistas a la futura clase dominante. Por supuesto la ideología neoliberal e individualista, sustentada en los discursos del falso “crecimiento espiritual”, nos dirá que todo depende de nosotros mismos, presentando a la pobreza y la miseria a modo de ejemplos de fracasos personales, jamás sociales.
Frente al conocimiento separado de una escuela incapaz de hacer a las niñas y los niños cómplices de su entorno, que divide en materias y elimina la capacidad de abstracción de las personas, cabría desempolvar el carácter subversivo del conocimiento y la educación, algo que no es permisible para los sostenedores del orden establecido. Una educación que relacione el saber intelectual con el desarrollo práctico de la vida; sembrando así las semillas de futuros adultos libres, autónomos y autoconscientes, individuos despegados de las mercancías y capaces de crear un mundo que no se devore a sí mismo. La educación crítica consiste en educar a la persona para la vida social, superando la educación capitalista hacia una educación integral.
Esta educación emancipadora parte de la profunda insatisfacción que genera la injusticia social y de la voluntad de transformar la sociedad. No podemos hablar de educación liberadora sin pensar que hay algo de lo que liberarse, ni de educación transformadora sin sentir el deseo y la posibilidad de cambio social.
12/05/2012 · Editorial Revista NOTON
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