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Todo lo viejo vuelve a ser nuevo

//A los gerentes de las organizaciones comerciales informativas de EE.UU. les gusta proclamar su independencia de los jefes corporativos que firman los cheques de sus sueldos. Ensalzando el inquebrantable “firewall” entre los lados periodísticos y empresariales de la operación, esos editores y directores de las noticias hablan con elocuencia sobre su capacidad de ir en pos de cualquier historia sin interferencia de la sede central corporativa.//

“Nunca me ha llamado nadie de la central corporativa para decirme lo que debo publicar en mi periódico”, me dijo orgullosamente un editor (llamémoslo Joe) después de escuchar mi crítica del sistema noticioso abrumadoramente comercial de EE.UU.

Pregunté a Joe si era posible que simplemente haya interiorizado el sistema de valores de los que dirigen la corporación (y, por extensión, de los que dirigen el mundo) y que por ello nunca es necesario que le den instrucciones directas.

Rechazó esa posibilidad, reafirmando su independencia de cualquier fuerza fuera de su sala de redacción. Repliqué:

“Supongamos, a efectos de esta discusión, que usted y yo fuésemos periodistas iguales en términos de capacidad profesional y que ambos fuéramos candidatos razonables para el puesto de jefe de redacción que usted ocupa. Si ambos hubiéramos aspirado a ese puesto, ¿piensa que sus jefes corporativos hubieran llegado a considerarme para la posición a la vista de mi posición política? ¿Me habrían considerado, aunque fuera por un segundo, como candidato viable para el puesto?”

La posición política de Joe es bastante convencional, suficientemente alineada con los republicanos y demócratas de la tendencia dominante, apoya al gran dinero y la supremacía de EE.UU. en la política y la economía mundial. En otras palabras, es un capitalista e imperialista. Yo estoy en la izquierda política, anticapitalista y crítica del imperio estadounidense. Respecto a algunos temas políticos, Joe y yo estaríamos de acuerdo, pero divergimos fuertemente en los problemas cruciales de la naturaleza de la economía y de la política exterior.

Joe consideró mi pregunta y aceptó que yo tenía razón, que sus jefes jamás contratarían a alguien de mi posición política, sin importarles lo cualificado que pudiera estar para dirigir uno de sus periódicos. La conversación terminó y nos separamos sin resolver nuestras diferencias.

Quisiera pensar que mi crítica por lo menos llevará a Joe a cuestionar sus perogrulladas, pero nunca vi ninguna evidencia de que sucediera. En sus subsiguientes escritos y comentarios públicos que leí y escuché Joe siguió afirmando que un sistema de medios noticiosos dominado por corporaciones con fines de lucro es la mejor manera de producir el periodismo crítico e independiente que necesitan los ciudadanos en una democracia. Después de que se retiró del periódico, se enroló como “asesor sénior” en una firma de cabildeo/relaciones públicas de alto nivel, al parecer sin un sentido de ironía, o vergüenza.

El colapso del modelo del negocio del periodismo dominante ha otorgado menos tiempo a los administradores de noticias para pontificar mientras se apresuran a encontrar un medio de mantenerse a flote, pero su actitud presumida, autosuficiente, no ha cambiado mucho.

Como experiodista, ciertamente comprendí la posición de Joe. Cuando era un reportero y editor en activo habría afirmado mi independencia periodística de un modo semejante, un punto de vista que reflejaba las suposiciones dominantes de la cultura de la sala de redacción. Nos veíamos como no ideológicos y no controlados. Sabíamos que había propietarios y jefes cuyos puntos de vista políticos no eran radicales, y sabíamos que trabajábamos en un sistema ideológico más amplio. Pero nosotros, periodistas activos, estábamos convencidos de que no nos restringían.

No fue hasta que conseguí una cierta distancia crítica de la tarea diaria del periodismo cuando supe que había análisis convincentes de los medios noticiosos que cuestionan esas suposiciones que había dado por descontadas. La crítica de los medios, que había comenzado en los años setenta, a finales de los movimientos progresistas y sociales radicales de los años sesenta, fue una rica fuente de nuevas perspectivas, primero como estudiante de posgrado y después como profesor.

Pero eso fue solo parte de mi educación sobre la economía política del periodismo. Como es frecuentemente el caso, tuve que mirar hacia el pasado para comprender mejor el presente. Aunque me había sumergido en la crítica contemporánea, había tardado en considerar la historia, y fue fructífero volverme hacia las críticas del periodismo de la era progresista/populista de principios del Siglo XX. Críticos tempranos de los medios noticiosos comerciales destacaban de qué manera el interés por el lucro de los propietarios de los medios afectaba al deseo de los periodistas de servir al interés público. Los propietarios y gerentes están interesados en noticias que sirvan a sus ganancias, mientras se supone que los periodistas se dedican a noticias que sirven la democracia.

Los escritos recopilados y analizados en este volumen suministran el contexto histórico. Este material es importante por las formas en que nos recuerda una simple verdad: un sistema mediático abrumadoramente comercial, con fines de lucro y basado en la publicidad, nunca servirá adecuadamente a los ciudadanos en una democracia. Pero mientras la historia nos ayuda a reconocer verdades simples no nos conduce a predicciones simplistas, no estudiamos la historia solo para identificar las continuidades, pero también nos ayuda a comprender los efectos de los cambios inevitables en instituciones y sistemas.

Por cierto, los medios noticiosos y la sociedad en su conjunto han cambiado en un siglo. Lo más obvio son los recientes cambios económicos que han debilitado el modelo empresarial de los medios comerciales. Los periódicos y los canales de televisión fueron inmensamente lucrativos durante el Siglo XX, lo que subvencionó un molesto engreimiento por parte de propietarios, gerentes y periodistas activos. La competencia de los medios digitales ha borrado esa sonrisa engreída de las caras del periodismo dominante, llevando a todos a buscar un nuevo modelo. Pero concentrarse solo en la reciente crisis económica sería pasar por alto otras tendencias del siglo pasado que son por lo menos tan importantes.

Reporteros que fueron otrora miembros de la clase trabajadora se han convertido en casi profesionales, y esa profesionalización del periodismo ha tenido efectos positivos (elevando los estándares éticos) y negativos (institucionalizando afirmaciones ilusorias de neutralidad). Demasiado a menudo los periodistas en la segunda mitad del Siglo XX actuaron como parte de la estructura del poder en lugar de criticarla, ya que periodistas y editores se identificaron cada vez más con la gente y las instituciones poderosas que estaban cubriendo en lugar de ser auténticos adversarios.

En Siglo XXI, la idea del periodismo profesional –sean cuales sean sus problemas y limitaciones– está bajo el ataque de un seudoperiodismo impulsado por la ideología de derecha. La afirmación de que el problema de los medios es que son demasiado liberales es atractiva para mucha gente común y corriente que se siente alienada por una elite centrista/liberal, que parece despreocupada de su suerte. Pero el populismo de derecha ofrecido por los conservadores oscurece el camino por el cual las elites, desde esa perspectiva, se despreocupan igualmente de las luchas de la mayoría de los ciudadanos.

Así que vivimos en tiempos extraños: el periodismo profesional es inadecuado por su estrechez ideológica y su subordinación al poder, pero los ataques contra el periodismo profesional son normalmente aún más estrechos y están basados en un análisis descaminado del poder. Algunos de nosotros nos sentimos tentados a aplaudir la erosión del modelo del periodismo profesional que consideramos inadecuado para la democracia, pero probablemente sobrevendrá un modelo más politizado de periodismo después de la propaganda derechista que ha dominado en EE.UU. en las últimas décadas.

¿Ofrece la historia perspectivas mientras luchamos por crear medios noticiosos más democráticos? Mi interpretación del siglo pasado me lleva a concentrarme en dos puntos.

Primero, hay que tener claro lo que queremos decir con “democracia”. Las elites de EE.UU. prefieren una concepción gerencial de democracia basada en la idea de que en una sociedad compleja la gente común y corriente puede participar más efectivamente eligiendo entre grupos competitivos de administradores políticos. Una concepción participativa ve la democracia como un sistema en el cual la gente de a pie tiene medios significativos para participar en la formación de la política pública, no solo en la selección de las elites que gobiernen.

Segundo, tenemos que reconocer que la expansión de la libertad individual no se traduce automáticamente en una profundización de la democracia. Aunque las garantías legales de libertad de expresión y asociación política están más desarrolladas actualmente, hay menos organización política vibrante en la base en comparación con el EE.UU. de fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX. En otro trabajo me he referido a esto como la paradoja de “más libertad/menos democracia”, y es central para la comprensión de la situación política peligrosa que enfrentamos. [Vea Citizens of the Empire: The Struggle to Claim Our Humanity (San Francisco: City Lights Books, 2004), Capítulo 4, “More Freedom, Less Democracy: American Political Culture in the Twentieth Century,” pp. 55–76].

La lección que extraigo: la verdadera democracia significa participación real, lo que no proviene de la votación en las elecciones o de escribir en blogs, sino de un compromiso vitalicio con el cuestionamiento del poder desde la base.

El problema, en breve, no es solo el de medios que no sirven a la democracia, sino un sistema político, económico y social que no sirve a la democracia. Paradójicamente, los movimientos radicales han conquistado durante el último siglo una expansión de la libertad, pero gran parte de la ciudadanía se ha hecho menos progresista y menos activa políticamente en la base. La riqueza concentrada se ha adaptado, haciéndose más sofisticada en su uso de la propaganda y hábil en su manipulación del proceso político.

La reivindicación por parte del periodismo de un rol especial en la democracia se basa en una afirmación de independencia. El modelo corporativo/comercial limita la capacidad de los periodistas de ocuparse de historias cruciales y criticar sistemas y estructuras del poder. La apertura de las puertas a un periodismo más ideológico en una sociedad dominada por fuerzas derechistas bien financiadas no creará el espacio para un periodismo verdaderamente independiente que cuestione el poder.

La simple verdad es que los medios más democráticos requieren una cultura y una economía más democrática. Los críticos de los medios en este volumen articulan esa idea en el contexto de su época. Tenemos que continuar esa tradición.


Este artículo extrae pasajes del prólogo de Prophets of the Fourth Estate: Broadsides by Press Critics of the Progressive Era, editores Amy Reynolds y Gary Hicks.


Robert Jensen es profesor de periodismo en la Universidad de Texas en Austin y miembro del consejo del Third Coast Activist Resource Center en Austin, uno de los socios en el centro comunitario 5604 Manor

Fuente: counterpunch


Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

17/04/2012 · Robert Jensen · Rebelión

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