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Yemen, la revolución ignorada

Tras diez meses de revolución social y un millar de muertos, una tibia resolución del Consejo de Seguridad concede inmunidad al dictador Ali Abdullah Saleh, responsable de la represión militar contra civiles. 

La práctica totalidad de la sociedad yemení se ha unido en contra del tirano, en una extraña hermandad poco común en el país árabe // Arabia Saudí y Yemen son los grandes valedores del régimen de Sanaa. 



Manifestantes lloran a sus muertos (AP / Muhammed Muheisen)
Lo máximo que ha dedicado la comunidad internacional a preocuparse por la revolución social que mueve a centenares de miles en Yemen desde enero ha sido dos minutos. Ciento veinte segundos derrochados por el Consejo de Seguridad el 21 de octubre para debatir cómo reaccionar ante la represión armada de una población que se ha echado masivamente a las calles para acabar con 33 años de dictadura, ante la amenaza de que el conflicto armado entre el régimen y las tropas desertoras degenere en otra guerra civil y ante la crisis humanitaria -admitida por la propia Naciones Unidas- que acecha al país y se agrava día a día.
“Solo dos minutos. ¿Y sabe qué hacían las tropas del presidente Saleh en esos dos precisos minutos? Disparar a los manifestantes“, explica recostado en el sillón de un céntrico café de Beirut Farea al Muslimi, uno de los más destacados activistas yemeníes y uno de los más activos en los medios con el objetivo de generar cierta conciencia social en el exterior.

(AP Photo/Hani Mohammed)
A Farea no le extrañó que el Consejo de Seguridad despachase el dossier yemení con más premura de lo que se ordena la cena en un restaurante. En el diario de sesiones, la resolución 2014 ni siquiera es identificada con el nombre del país, simplemente se refieren a ella como “Resolución sobre Oriente Próximo“.  Más indignante resulta aún su contenido, un millar de muertos y 19.000 heridos después del inicio de las protestas sociales. “En Human Rights Watchnos sentimos decepcionados por un texto que resulta contradictorio”, explica con cierto asombro en su voz Christophe Wilcke, investigador de HRW para Yemen, contactado por teléfono. “Por un lado pide que todos los actores respondan por sus crímenes, y nosotros opinamos que eso incluye a Abdullah Ali Saleh, pero por otro lado respalda la iniciativa del Consejo de Cooperación del Golfo [que media en el conflicto entre el régimen y su población con ningún éxito] que otorga inmunidad a Saleh“.
O lo que es lo mismo, el Consejo de Seguridad regaló a Saleh una licencia internacional para matar. Mientras se votaba la primera resolución sobre la actual crisis en Yemen, los disparos tronaban por la capital, Sanaa, para desesperación de los ciudadanos. Horas después, el balance en sangre ascendía, según la prensa local, a 20 muertos en el contexto de la guerra interna que mantiene Saleh con el general desertor Ali Mohsen, su primo hermano, su antiguo aliado y ahora su principal enemigo, quien planta cara al dictador al frente de la I División del Ejército, a su mando y en teoría al lado de los manifestantes.

(AP Photo)
“Desde hace una semana, los disparos y bombardeos son casi diarios“, explica por teléfono desde Sanaa Atiaf al Wazir, responsable del blog Women from Yemen y otra de las caras públicas de la revolución. “Las tropas del régimen atacan a los desertores, fuertes en Hasaba y Sofan [feudos del poderoso líder tribal Ahmed al Ahbar, que también abandonó al dictador] y tememos una escalada de su enfrentamiento. Pero eso no tiene nada que ver con la acampada pacífica que llevamos a cabo desde febrero”, continúa mediante la sucia línea telefónica. “Saleh ha conseguido que los medios pongan el foco en los combates, pero son un detalle muy pequeño comparado con la revolución”, insiste Farea, 21 años y estudiantes de Ciencias Políticas.
¿Revolución? ¿Qué revolución? La ausencia de información sobre Yemen es clamorosa. Desde enero, sus marchas son multitudinarias. Ríos de hombres y mujeres tapizan calles enteras coreando gritos de cambio, libertad y dignidad. Su lucha es la misma que cualquier otra nación árabe sometida a dictadura, y sus muertos también caen abatidos por balas de los soldados que deberían defenderles. “En Yemen se invierten miles de millones de dólares en un Ejército que nunca nos ha defendido de una agresión externa”, resume abatido Faria. El país árabe más pobre, más inestable, el segundo lugar del mundo con más armas por cabeza -15 millones, 61 por cada 100 habitantes- después de Estados Unidos y uno de los más instrumentalizados por potencias extranjeras, desde EEUU a Arabia Saudí pasando por Al Qaeda, carece de atención internacional. Y cada minuto de silencio traiciona a un pueblo que ha desafiado el miedo y la impunidad para emprender una revolución pacífica que desemboque en una democracia.

(AP / Muhammed Muheisen)
En enero y febrero, las primeras marchas de decenas de miles de personas se transformaron en un campamento permanente junto a la Universidad, en la que fue bautizada como Plaza del Cambio. Jóvenes y niños, hombres y mujeres, urbanitas y miembros de tribus que meses antes nunca se hubieran relacionado con el resto se instalaron sin un solo arma para exigir la salida de Saleh, que pretendía entregar en herencia la Presidencia a su hijo perpetuando así un sistema militar, corrupto y dictatorial basado en el miedo.
Se obraba así un milagro. “El año pasado toda esa gente no se habría visto las caras salvo que estuvieran empuñando las armas. Por primera vez en las últimas décadas, los yemeníes nos hemos unido. Saleh nos hizo pensar durante años que éramos serpientes, decía que gobernar Yemen era como bailar sobre cabezas de serpientes, pero esta revolución nos ha servido para mirarnos unos a otros. Y hemos descubierto que no somos malos ni temibles, sino que somos buenas personas y que podemos convivir juntos“.

(AP / Muhammed Muheisen)
Farea al Muslimi se emociona recordando una escena en la Plaza del Cambio de Sanaa a la que asistió hace un mes, antes de abandonar Yemen para reanudar estudios en Beirut. “Apareció un joven en pantalón corto y con gorra, el típico chico Facebook, y se sentó a conversar con un hombre mayor, miembro de una tribu, ataviado con la ropa típica. Y se pusieron a discutir sobre la conveniencia de llevar velo. El chico le decía que eso no figuraba en el Corán, el otro argumentaba que era lo islámicamente correcto. Es una conversación impensable tiempo atrás. Esta revolución ha roto la brecha generacional y algo más. Antes sólo nos mirábamos a la cara para combatirnos, ahora lo hacemos para construir algo pacíficamente”.
Lo cierto es que a los yemeníes les sobran motivos para promover una revolución, como detalla el joven universitario.”El 50% del país es pobre, una quinta parte de la población muere por falta de alimentos, siete millones se van a la cama con hambre, en mis 21 años de vida he vivido siete guerras, nunca hemos tenido paz, ni igualdad, ni libertad… O existimos o no existimos. O salimos a la calle o aceptamos morir en silencio. Podemos morir de hambre o morir en las calles por nuestra dignidad y la de los nuestros”.

(AP / Muhammed Muheisen)
Y optaron por la última opción. Saleh comenzó entonces un juego de promesas traicionadas que sólo le servían para ganar tiempo y obtener silencio internacional. Primero prometía reformas, luego que no entregaría el poder a su hijo, más tarde no volver a optar al poder, finalmente abandonar su cargo cuando recibiera garantías que nunca le parecieron suficientes. Y mientras tanto, ordenaba a sus tropas atacar con fuego real y gas lacrimógeno a los manifestantes desarmados, que ya ocupaban las principales plazas y calles de todo Yemen, desde Taiz hasta Aden, de Sanaa a Mukalla. Un insoportable goteo de decenas de muertes que casi alcanzan ya el millar. Mezquitas convertidas en hospitales de campaña, barrios evacuados por sus habitantes por temor a los disparos. Y el efecto contrario al deseado.
Como ha ocurrido con el resto de las dictaduras, cada muerte civil arrastraba a más gente a las calles. Las decenas se conviertieron en centenares y a los líderes iniciales se sumaron responsables religiosos como Sheikh Abdul-Majid Al-Zindani hasta militares como el citado Ali Mohsen, desde muchas tribus del país hasta los independentistas del sur o los houthis, los rebeldes zaidíes que combaten en el norte contra la discriminación de su comunidad. Para asombro de muchos jóvenes que pretenden cambiar el sistema que todos ellos representan. “Pero la revolución no es un jardín privado. Todo aquel que acepte sus principios puede participar”, subraya Farea.

(AP / Muhammed Muheisen)
Algunos se preocuparon cuando vieron pasearse entre sus filas el familiar rostro del general Ali Mohsen, conocido por sus desmanes al lado de la familia Saleh. “Es cierto que su presencia nos dividió“, confía Atiaf, una de las activistas que participó en la redacción de los principios de la revolución. “No salimos a las calles para sustituir a Saleh por Ali Mohsen. Queremos un Estado de Derecho, un Gobierno que nos represente, un Estado civil basado en democracia“, incide Farea. “Ali Mohsen no representa ningún cambio, ha sido un sangriento y corrupto amigo de Saleh, lo mismo que [el líder tribal más influyente del país] Ahmar”, insiste Atiaf al Wazir. Pero no se les puede impedir sumarse a la revolución”. Tampoco se puede impedir que tomen las armas para defender a los manifestantes de los disparos del régimen, convirtiendo Sanaa en una ciudad militarizada y comenzando los combates que hoy en día paralizan la ciudad. “Hay checkpoints por todos sitios, algunos amigos han contado cuántos hay del centro al aeropuerto: salen 16. Algunos son de los desertores, otros de Saleh”, detalla Fatima Saleh, otra activa twittera yemení implicada en la revolución social.

(AP / Muhammed Muheisen)
Como demuestra la ambigua resolución 2014, las vidas humanas salen baratas en Yemen. Décadas de guerras y la más reciente aparición de Al Qaeda han estigmatizado al país más pobre del mundo árabe, sin recursos energéticos que inquieten a los dirigentes occidentales. “Yemen no tiene importancia para la comunidad internacional. Carece de petróleo y no tiene a Israel en sus fronteras, así que no afecta a los intereses regionales”, evalúa Hakim al Masmari, director del diario Yemen Post, en conversación telefónica desde Sanaa. “Saleh es como cualquier otro dictador: se siente fuerte porque no se siente cuestionado, pero en cualquier momento puede descubrir su debilidad. Continuará con su agenda porque piensa que nadie puede echarle del poder”.
Tanto Al Masmari como Wilcke, así como Ataif al Wazir y otros activistas, responden de forma automática qué podría hacerse para parar al dictador. Sanciones económicas, prohibición de viajar para él y los suyos -de las fuerzas a cargo de su hijo y sus sobrinos depende su poder militar-, congelación de bienes en el extranjero, asfixia económica… “La revolución yemení ha sido abandonada a diferencia de otras revoluciones principalmente por EEUU y Arabia Saudí”, explica a Periodismo Humano mediante correo electrónico Noon Arabia, pseudónimo de la autora del blog Notas de Noon y una de las twitteras más activas e influyentes en relación con Yemen. “Saleh ha sido complaciente con la política saudí en Yemen, ha sido un servidor leal y también un aliado estadounidense en la llamada guerra contra el terrorpermitiéndoles atacar con drones [aviones no tripulados] territorio yemení cuando lo deseen a cambio de recibir ayudas militares. Ambos países desean mantener el estatus quo pese a su retórica sobre la necesidad de que abandone el poder. Y dado que los medios de comunicación principales están financiados por esos países, se hace la vista gorda sobre lo que pasa en Yemen”.

13/11/11 · Mónica G. Prieto (Beirut) · Periodismo Humano

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