13/04/2011
Daniel Villegas, Prof. Facultad de Artes y Comunicación de la U.E.M.
Daniel Villegas, Prof. Facultad de Artes y Comunicación de la U.E.M.
Publicado en Revista NOTON nº4
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Ilustración de Esperanza Covars |
Para dilucidar tal cuestión habría que referirse, en primer lugar, al propio concepto de juventud que, en su orientación moderna, constituye una noción relativamente reciente que se ha venido desarrollando, fundamentalmente a lo largo de los dos últimos siglos. En el contexto occidental puede delinearse una genealogía que se hará visible desde las reivindicaciones decimonónicas de los jóvenes enfrentados al poder de la gerontocracia hasta una cierta autoconsciencia diferenciadora, ya entrado el siglo XX. Este desarrollo incluirá diversos episodios entre los que se encuentran su constitución como referencia socio-político central en tanto que agente simbólico en el ámbito totalitario, motor de transformación en las democracias occidentales asociado a un fenómeno de reificación y asimilación de sus muestras de malestar definidas como [sub]culturas juveniles y la consolidación de una imagen de juventud total en las sociedades contemporáneas, asociada a la explotación de una idea de lo joven como hábitat genuino de la pureza y la rebeldía.
La integración de las aspiraciones de emancipación de la juventud del siglo XX en una maniobra de reificación, mercado juvenil ampliado, de sus expresiones de malestar o confrontación se hará visible como elemento referencial de primer orden a lo largo del final de ese siglo y del inicio del siguiente. De este modo, a partir de la década de los noventa, unido a las estrategias de promoción cultural y política a través de la imagen de lo joven, se consolidarán los asuntos de juventud como referencia privilegiada de unas sociedades que aspiran a ser eternamente jóvenes. Este proceso de apropiación lleva aparejada una fuerte explotación de aquellas manifestaciones que los jóvenes, en términos generacionales, construyen ya no como forma de confrontación con un sistema parental opresor o como alternativa, sino como vías controladas de alivio de las circunstancias de reificación de la juventud.
Es, por tanto, la propia lógica del capitalismo la que alienta la producción de lo juvenil como bien de consumo y simulacro de emancipación, en una construcción de la juventud como mercancía obsolescente que tiene que ser renovada continuamente. Esta mercancía en realidad se ha convertido en la estrella, de un mundo de consumo ávido de novedad, por lo que resulta extraño, aún hoy, la insistencia en ciertos tópicos que relacionan lo joven con posturas alejadas de la cultura dominante o en alusión al estado de rebeldía, como posición inherente al trabajo artístico de los jóvenes.
En cualquier caso, como ha señalado el sociólogo Richard Sennet, en el actual sistema del capitalismo flexible existe una preferencia, a pesar de las altas tasas de desempleo juvenil, por lo joven en el mercado de trabajo. Ya no sólo por lo asequible que puede resultar, especialmente si pensamos en un mercado especulativo como el artístico, sino como prejuicio social arraigado en todo el cuerpo social. Este prejuicio, siguiendo a Sennet, puede resumirse en que en el capitalismo flexible los trabajadores más adaptados son los jóvenes, ya que “la flexibilidad es sinónimo de juventud; la rigidez sinónimo de vejez.” En realidad a menudo este posicionamiento responde en gran medida a que “los empleados más viejos son más dueños de sí mismos y más críticos con sus jefes que los trabajadores más jóvenes.” Luego entonces, nos encontramos con una nueva forma de explotación de la juventud en relación con sus posiciones más dóciles frente a las directrices de sus superiores. Tal circunstancia desplaza hacia el territorio del mito la vinculación entre lo joven y la rebeldía.
Por tanto, los jóvenes resultan tremendamente convenientes para el mundo del trabajo ya que son objetivamente más baratos en términos económicos y de conflicto. Este extremo puede bien ser extrapolado al mundo artístico, donde desde una pretendida postura de apoyo al arte joven, como política en favor de un sector con las consabidas dificultades inherentes en su inserción profesional, se ha articulado un sistema de explotación del trabajo de unos artistas a un precio realmente asequible y sin las rémoras asociadas a las posibles exigencias de artistas de mayor edad y experiencia en un contexto laboral, como el del arte, desregularizado. Por otro lado, y siempre con la excusa de la promoción, que durante años ha constituido especialmente en el espacio institucional [aunque no sólo] la única forma de pago a los artistas jóvenes, el contar con la producción de estos artistas para construir el escaparate de la propaganda institucional, debido a que la lucha por la inserción y el reconocimiento profesional entre los artistas jóvenes, ha hecho de éstos un elemento fácilmente instrumentalizable para diversos fines de carácter político. Del mismo modo, estas operaciones han resultado de gran conveniencia para los intereses de un mercado al que se le ha realizado gratuitamente el trabajo de selección, producción y legitimación de los artistas jóvenes con los que posteriormente entraran en trato.
Se podría sostener entonces que la implosión de la categoría de arte joven, sin perder la perspectiva del contexto contemporáneo de glorificación de cierta noción de juventud, ha estado motivada, al menos en gran parte, por el interés institucional de contar con una fuerza laboral poco problemática a la hora de construir determinados discursos fundamentalmente identitarios y, en conexión también con intereses privados a los cuales también interesa la docilidad juvenil, que posibilita la apertura de nuevos mercados con una constante renovación de productos más asequibles.
El lugar que ocupan los jóvenes artistas resulta especialmente difícil y concuerda con sus compañeros de generación provenientes de otros ámbitos laborales. En un contexto de mitificación general de lo joven, su trabajo y sus formas de expresión son explotados tanto en su vertiente económica como simbólica por aquellos que, desde luego, biológicamente han dejado ya atrás su juventud.
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