Poeta, novelista, cineasta, dramaturgo y ensayista italiano nacido en Bolonia en 1922.
Hijo de un militar fascista y una madre profundamente católica,
sus ideas siempre fueron de izquierda, llegando incluso a unirse por algún tiempo al partido comunista. A los diecisiete años se matriculó en la Universidad de Bolonia para estudiar Filosofía y Letras, y cinco años después publicó el primer libro de poemas.
Una etapa muy importante de su producción literaria se produjo entre 1954 y 1966 cuando publicó "Las cenizas de Gramsci", "El ruiseñor de la Iglesia católica", "Poesía en forma de rosa", y los ensayos "Pasión e ideología", y "La religión de mi tiempo".
Fue además un gran guionista y director de cine. Sus escritos sobre crítica social alcanzaron gran brillo con uno de sus últimos trabajos,"Cartas luteranas" en las que analizó la situación decadente de la sociedad italiana.
Fue asesinado el 2 de noviembre de 1975 en la ciudad de Roma.
DE LA MUERTE DE GUIDO
Así lo cuenta Pasolini en el periódico comunista “Vie nuove” del 15/09/1971, en respuesta a un lector que le pedía aclaraciones sobre la muerte de Guido:
“El asunto se puede contar en dos palabras: desde Bolonia mi madre, mi hermano y yo nos habíamos refugiado en el Friuli, en Casarsa. Mi hermano seguía estudiando en Pordenone: cursaba el bachillerato científico, tenía diecinueve años. En seguida entró en la Resistencia. Yo, un poco mayor que él, le había inclucado el más encendido antifascismo con la pasión de los catecúmenos, pues yo mismo era un chico y hacía sólo dos años que había descubierto que el mundo en el que había crecido sin ninguna perspectiva era un mundo ridículo y absurdo. Unos amigos comunistas de Pordenone (yo aún no había leído a Marx, y era liberal, con tendencia al partido de acción) llevaron a Guido a la idea de lucha activa. Tras unos meses és partió hacia el monte, donde se combatía. Un edicto de Graziani, llamándole a filas, fue el pretexto de su partida, la excusa ante mi madre. Yo le acompañé al tren, con su maletita donde, escondida en un libro de poemas, llevaba una pistola. Nos abrazamos: fue la última vez que le vi.
En los montes entre el Friuli y Yugoslavia Guido combatió valientemente durante varios meses: se había enrolado en la división Osoppo, que actuaba en la zona de la Venezia Giulia junto con la división Garibaldi. Fueron días terribles: mi madre sentía claramente que Guido no iba a regresar nunca más. Él habría podido caer cien veces en combate contra los fascistas y los alemanes, porque era un chico con una generosidad que no admitía ninguna debilidad, ni compromiso alguno. En cambio, su destino fue morir de una manera aún más trágica.
Usted sabe que la Venezia Giulia se encuentra en la frontera entre Italia y Yugoslavia; por tanto, en aquella época Yugoslavia trataba de anexionarse todo aquel territorio, y no sólo el que en realidad le correspondía. A pesar de estar inscrito en el partido de acción, a pesar de ser íntimamente socialista (no hay duda de que hoy estaría a mi lado), mi hermano no podía aceptar que un territorio italiano, como es el Friuli, pudiera estar en las miras del nacionalismo yugoslavo. Se opuso, y luchó. En los últimos meses, la situación en los montes de la Venezia Giulia era desesperada, ya que cada uno se encontraba entre dos fuegos. Como sabrá, la Resistencia yugoslava era aún más comunista que la italiana, así que de pronto Guido tuvo como enemigos a los hombres de Tito, entre los cuales había italianos, con quienes compartía el fondo de sus ideas, pero sin poder compartir su política inmediata, de carácter nacionalista.
Murió de una manera que cuento con el corazón partido: aquel día hubiera incluso podido salvarse, pues murió por acudir en ayuda de su comandante y de sus compañeros. Creo que ningún comunista pueda criticar la conducta del partesano Guido Pasolini. Yo me siento orgulloso de él, y es el recuerdo de él, de su generosidad, de su pasión, el que me obliga a seguir por el camino que sigo. El hecho de que su muerte haya llegado así, en una situación compleja y aparentemente tan difícil de juzgar, no me induce a ninguna duda. Tan sólo confirma mi convicción de que nada es sencillo, que nada acontece sin complicaciones o sufrimientos, y que lo que cuenta, sobre todo, es la lucidez crítica, que destruye las palabras y las convenciones, y va hasta el fondo de las cosas, dentro de sus secretas e inalienables verdades”.
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