El bebedor siempre hacía una pausa al terminar su botella, la alzaba antes sus ojos y permanecía contemplándola unos segundos. Le gustaba, después de un gran trago mirar las doradas gotas de cerveza resbalar por el verdoso vidrio que envolvía su delicioso brebaje, y evadirse. Su vida era una constante huída de sí mismo y de la realidad, bebiendo para olvidar. La bebida era su compañera inseparable, la única medicina que le hacía sobrellevar el peso de los días y que le permitía soportar la carga de sus frustraciones un poco más.
Hace no mucho tiempo, cuando en su pelo las canas todavía se entrelazaban con cabellos dorados, aún pensaba que su alcoholismo era una fase temporal y entre discursos de borracho, cargados de inteligencia y aguda ironía, juraba y perjuraba que podía dejar de beber cuando se lo propusiera, pero que entonces debería buscarse otra cosa para llenar su tiempo y después de tantos años bebiendo se le había olvidado cualquier habilidad útil.
Cuando la gente del bar le jodía y le llamaban borracho inútil, él se limitaba a mirarlos con sarcasmos y a hundir un poco más de cerveza en su estómago. Si alguien de fuera, que no conociera la situación, se parara a pensar un momento llegaría a la conclusión de que el borracho está por encima de esa gente, que se siente como un sabio en su torre de marfil, complacido consigo mismo y mirando a los demás desde lo alto, con una mirada en la que podríamos entre ver una mezcla de egoísmo y lástima.
Pero la realidad era bien distinta, nuestro borracho para nada se consideraba mejor ni más listo que nadie, sabía bien que estaba desperdiciando su vida, en sus pocos momentos de lucidez encendía un pitillo y sentado en un banco meditaba sobre la gran cantidad de oportunidades perdidas, momentos en los que pudo haber luchado por una vida mejor pero equivocó sus elecciones.
Cuando era joven, como todos los muchachos quería ser un hombre de éxito, ganar una fortuna y tener una mujer a la que amar. Unas veces por pereza (las menos), otras veces por falta de paciencia (las más) y unas pocas veces por cobarde, fue tirando por la borda todo lo que poseía. Cuando salió a los veinte años del pueblo nadie hubiera predicho su trágico destino.
Pero más allá de conjeturas, yo creo que fue su propio espíritu el que le engañó y le consumió. Tantas ansias por triunfar, tantas horas planificándolo todo, momentos en los que miraba al mundo viendo en él posibilidades y oportunidades, creyendo que una buena idea bastaba para hacerse rico.
Erró, no era su destino ser un hombre de éxito admirado y reconocido por todos, bien es sabido que era un hombre con talento, más bien genio, inteligente y avispado, pero existía en él una cara oscura. Sus años de soledad alejado del mundo planeando conquistarlo al asalto le había marcado, haciendo su carácter huraño y taciturno, insoportable y patético para la mayoría.
El borracho cada noche bebe, bebe para olvidar sus sueños y falsas ilusiones, mentiras a si mismo que solo le habían traído la desgracia, y ahora aferrado a su botella de alcohol pasa los días en la penosa y tranquila existencia de aquel que se entrega a una rutina.
Hace no mucho tiempo, cuando en su pelo las canas todavía se entrelazaban con cabellos dorados, aún pensaba que su alcoholismo era una fase temporal y entre discursos de borracho, cargados de inteligencia y aguda ironía, juraba y perjuraba que podía dejar de beber cuando se lo propusiera, pero que entonces debería buscarse otra cosa para llenar su tiempo y después de tantos años bebiendo se le había olvidado cualquier habilidad útil.
Cuando la gente del bar le jodía y le llamaban borracho inútil, él se limitaba a mirarlos con sarcasmos y a hundir un poco más de cerveza en su estómago. Si alguien de fuera, que no conociera la situación, se parara a pensar un momento llegaría a la conclusión de que el borracho está por encima de esa gente, que se siente como un sabio en su torre de marfil, complacido consigo mismo y mirando a los demás desde lo alto, con una mirada en la que podríamos entre ver una mezcla de egoísmo y lástima.
Pero la realidad era bien distinta, nuestro borracho para nada se consideraba mejor ni más listo que nadie, sabía bien que estaba desperdiciando su vida, en sus pocos momentos de lucidez encendía un pitillo y sentado en un banco meditaba sobre la gran cantidad de oportunidades perdidas, momentos en los que pudo haber luchado por una vida mejor pero equivocó sus elecciones.
Cuando era joven, como todos los muchachos quería ser un hombre de éxito, ganar una fortuna y tener una mujer a la que amar. Unas veces por pereza (las menos), otras veces por falta de paciencia (las más) y unas pocas veces por cobarde, fue tirando por la borda todo lo que poseía. Cuando salió a los veinte años del pueblo nadie hubiera predicho su trágico destino.
Pero más allá de conjeturas, yo creo que fue su propio espíritu el que le engañó y le consumió. Tantas ansias por triunfar, tantas horas planificándolo todo, momentos en los que miraba al mundo viendo en él posibilidades y oportunidades, creyendo que una buena idea bastaba para hacerse rico.
Erró, no era su destino ser un hombre de éxito admirado y reconocido por todos, bien es sabido que era un hombre con talento, más bien genio, inteligente y avispado, pero existía en él una cara oscura. Sus años de soledad alejado del mundo planeando conquistarlo al asalto le había marcado, haciendo su carácter huraño y taciturno, insoportable y patético para la mayoría.
El borracho cada noche bebe, bebe para olvidar sus sueños y falsas ilusiones, mentiras a si mismo que solo le habían traído la desgracia, y ahora aferrado a su botella de alcohol pasa los días en la penosa y tranquila existencia de aquel que se entrega a una rutina.
Es curioso tu relato... Alguien q soñaba con ser un triunfador y tnía talento para ello, pero que se apartó del mundo: se volvió huraño.. Lo más curioso es que acabó entregándose a la rutina...
ResponderEliminarMe gusta: integrarse para triunfar, aunque a los q te integras no sean de tu agrado, de ahí el mirarles por encima del hombro y con desprecio, a simple vista...
Me alegro de que te guste. El relato está inspirado en un personaje real "El Caníbal", un alcohólico de mi pueblo al que mató la bebida hace unos años, pero que era un experto en cine y leía casi tanto como bebía. A día de hoy en Gerena existe una asociación cultural llamada El Caníbal.
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