Inspirado por unos ojos verdes. Si, por esa razón voy a comenzar a escribir, si la pluma no me falla. Esta será mi historia, la historia de una noche, noche de miedos y espantos; Noche de Difuntos.
¡Que me guíen los espíritus perdidos! ¡que me acechen durante estas negras horas negras!. Y que al paso del reloj, le siga su letra en sangre, inspirada en esos ojos verdes, verdes de amor, de pasión, de odio, de terror...
Esta es la historia de cuatro chicos. Gente vulgar, don nadies cansados de la vida. Sin más amigos que ellos mismos, si es que realmente entre ellos existía amistad. Es cierto que estaban muy unidos, pero solo por un secreto, una historia que ninguno se atreve a contar que ninguno menciona, pero que todos sabían.
Esa noche, como cualquier otra de Sábado marcharon a la vieja casa que uno de ellos tenía a las afueras de la ciudad, una pequeña y solitaria casita medio derruida de tan solo tres habitaciones. Como acostumbraban se pararon en la gasolinera para comprar bebidas, Güisqui, Ron, Ginebra... Y sin ni siquiera decir adiós se marcharon seguidos de oscuros nubarrones.
Antes de llegar a la casa se pararon ante el que lo sabe. De esa manera llamaban al pequeño puente de hierro ya oxidado por el tiempo, que separada la selva de asfalto del bosque en el que se encontraba la funesta casa. A uno de ellos se le oyó decir aquí empezó. Lo dijo en un tono lúgubre y mortecino, tan grave que parecía provenir del mismísimo infierno. Ninguno de ellos contestó, pues sabían perfectamente a que se refería...
Hace años, cuando aún eran alegres, y su sangre corría roja por unas venas sedientas de vida solían ir a ese puente con ella, la chica que los había enamorado y que poco a poco los fue volviendo locos. Pero eso ya pasó, la tierra cubrió su cuerpo. Ella calló del puente nadie la empujó, fue un accidente, así lo dijo la policía, y así había de quedar.
Sin pensar más en ello cruzaron la sombría pasarela que separaba la realidad de la ciudad, de las pesadillas y neurosis de su desolado destino, no sin antes girar la cabeza nerviosamente atraídos por un extraño ruido. Esa canción lejana que les recibía cada noche cuando entraban en el bosque, una musiquilla venida de bajo las piedras, que corría junto al agua y se extendía entre los árboles, como un eco que retumbaba con fuerza en sus cabezas y no se acallaba jamás. ¿Era ella?, no, no podía ser ¡ella estaba muerta!, y no volvería jamás, nunca más sus verdes y hermosos ojos devolverían a los suyos triste un mirada amiga.
Habrán sido los cuervos, malditos animales, que el infierno los devore a todos. Se decían los unos a los otros, intentando disimular el pavor y la atracción que ese sonido despertaba, en sus malditas almas.
Momentos más tarde entraron en la vieja casa y para alejar las sombras que los rodeaban comenzaron a beber. A los pocos instantes de que el oscuro licor corriera por sus venas comenzaron a charlar. Sus semblantes tristes y aquejados por el dolor del pasado dejaron paso a unas enrojecidas y felices caras embriagadas de tierras remotas y fantásticas, donde se imaginaban felices y la brisa del mar les golpearía la cara mientras ella bailaba por siempre entre las olas. Pronto los grises nubarrones se alejaron dejando paso a un arco iris de música, carcajadas, licor y locura.
Trago a trago, aquellos chicos grises se transformaron por un instante en los agradables amigos que antaño fueron y comenzaron a bailar y olvidar el pasado, ilusionados por un nuevo futuro que se les habría ante sus ojos.
La noche corría rápida, y entre palabras, gestos y bromas se adentraban en la madrugada. En aquel momento, como nube negra en un cielo de verano, como cazador furtivo que acecha a su desprevenida presa, como una flecha en la carne apareció ella en sus pensamientos. Al principio no era más que un recuerdo vago y no se percataron de su presencia, pero a medida que el alcohol iba dejando paso a la sangre, fue tomando forma y consistencia.
Entonces en la mente de todos aparecieron unos ojos verdes, como profundos océanos y hermosos jardines de primaveras ya olvidadas, pero a la vez malvados, terroríficos y oscuros abismos infranqueables.
De repente las risas se cortaron y una fría ráfaga abrió las ventanas con una fuerza procedente de los abismos de la Tierra; apagando no solo el pequeño fuego que tenían junto a la chimenea, sino la felicidad y el vigor, que para entonces no eran más que quimeras fabricadas en alcohol, y rotas en intantes.
Cada uno de ellos pudo ver entonces claramente lo que estaba ocurriendo. Pero se lo guardaron para ellos y permanecieron callados durante unos segundos que se les antojaron eternos.
Al fin, el más necio rompió el sepulcral silencio con un absurdo comentario, perdido ya en el saco de estupideces pronunciadas en momentos inoportunos por los incorregibles y estúpidos humanos.
Los demás lo miraron sobresaltados, como desprendidos de golpe de un angustioso sueño, del que no podían escapar.
Instantes después todo había parecido una horrible pesadilla, hasta que de repente una mano golpeó fríamente la puerta. Un gélido pavor les recorrió las entrañas y se miraron unos a otros intentando elegir al desafortunado que iría a abrir la puerta. De nuevo esos golpes, y a cada golpe la habitación se les hundía, mientras sus cabezas enloquecían recordaban horrorizadas viejos fantasmas.
Finalmente uno se levantó, miró por la ventana y ahí encontró esa sombra oscura que tanto hubiera deseado no ver. Se giró hacia él y golpeó la ventana, en un horrible tintineo que arrastraba a sus mentes hacia un estado de irracionalidad próximo a la locura.
Entonces comenzó a llamarlos, con una voz dulce y tenebrosa, que los sumía poco a poco en un mundo de pesadillas y miedos. Uno de ellos que aún se encontraba levantado, hizo acopio de todo su valor y preguntó al espectro ¿quién eres?, pero su voz sonó cortada apenas un suspiro, que no conseguía despegar de la garganta. El espectro al oírlo escupió unas horribles carcajadas que lo tumbaron en la alfombra en donde quedó tendido, como muerto.
Ya nada podían hacer, se veían atrapados, cogidos y sobrepasados por la situación. Su instinto los llevó a encogerse y suplicar clemencia a aquella horrible criatura que no dejaba de atormentarles.
Pero no obtuvieron por respuestas más que horribles chillidos que los acusaban: ¡Asesinos!, ¡asesinos!, ¡asesinos...! Cerraron fuertemente sus ojos enrojecidos por el terror e intentaron en vano no oír los pasos de la criatura, unos pasos lentos y silenciosos, parecía como si no rozara el suelo al andar. El corazón de los chicos se detenía paulatinamente, con cada nuevo paso y sus ojos cedieron sumiéndolos en la más profunda oscuridad.
A la mañana siguiente, se despertaron aturdidos y de lo ocurrido en la madrugada, no quedaba más que un manto oscuro de sucesos, un laberinto en sus mentes del que no pueden escapar, lleno de horribles imágenes como fotogramas de una vieja película que se revuelven en sus mentes sin ninguna relación aparente.
Desde entonces no lo han podido olvidar, y el terror les hiela la sangre cada noche de Sábado, cuando presiente que la sombra tampoco los ha olvidado, y como un mal sueño en forma de nubarrones les persigue por y adonde quiera que vayan, permaneciendo junto a ellos hasta el día en el que vuelva con más fuerza y los arrastre junto a ella, a la perdición del castigo eterno.
¡Que me guíen los espíritus perdidos! ¡que me acechen durante estas negras horas negras!. Y que al paso del reloj, le siga su letra en sangre, inspirada en esos ojos verdes, verdes de amor, de pasión, de odio, de terror...
Esta es la historia de cuatro chicos. Gente vulgar, don nadies cansados de la vida. Sin más amigos que ellos mismos, si es que realmente entre ellos existía amistad. Es cierto que estaban muy unidos, pero solo por un secreto, una historia que ninguno se atreve a contar que ninguno menciona, pero que todos sabían.
Esa noche, como cualquier otra de Sábado marcharon a la vieja casa que uno de ellos tenía a las afueras de la ciudad, una pequeña y solitaria casita medio derruida de tan solo tres habitaciones. Como acostumbraban se pararon en la gasolinera para comprar bebidas, Güisqui, Ron, Ginebra... Y sin ni siquiera decir adiós se marcharon seguidos de oscuros nubarrones.
Antes de llegar a la casa se pararon ante el que lo sabe. De esa manera llamaban al pequeño puente de hierro ya oxidado por el tiempo, que separada la selva de asfalto del bosque en el que se encontraba la funesta casa. A uno de ellos se le oyó decir aquí empezó. Lo dijo en un tono lúgubre y mortecino, tan grave que parecía provenir del mismísimo infierno. Ninguno de ellos contestó, pues sabían perfectamente a que se refería...
Hace años, cuando aún eran alegres, y su sangre corría roja por unas venas sedientas de vida solían ir a ese puente con ella, la chica que los había enamorado y que poco a poco los fue volviendo locos. Pero eso ya pasó, la tierra cubrió su cuerpo. Ella calló del puente nadie la empujó, fue un accidente, así lo dijo la policía, y así había de quedar.
Sin pensar más en ello cruzaron la sombría pasarela que separaba la realidad de la ciudad, de las pesadillas y neurosis de su desolado destino, no sin antes girar la cabeza nerviosamente atraídos por un extraño ruido. Esa canción lejana que les recibía cada noche cuando entraban en el bosque, una musiquilla venida de bajo las piedras, que corría junto al agua y se extendía entre los árboles, como un eco que retumbaba con fuerza en sus cabezas y no se acallaba jamás. ¿Era ella?, no, no podía ser ¡ella estaba muerta!, y no volvería jamás, nunca más sus verdes y hermosos ojos devolverían a los suyos triste un mirada amiga.
Habrán sido los cuervos, malditos animales, que el infierno los devore a todos. Se decían los unos a los otros, intentando disimular el pavor y la atracción que ese sonido despertaba, en sus malditas almas.
Momentos más tarde entraron en la vieja casa y para alejar las sombras que los rodeaban comenzaron a beber. A los pocos instantes de que el oscuro licor corriera por sus venas comenzaron a charlar. Sus semblantes tristes y aquejados por el dolor del pasado dejaron paso a unas enrojecidas y felices caras embriagadas de tierras remotas y fantásticas, donde se imaginaban felices y la brisa del mar les golpearía la cara mientras ella bailaba por siempre entre las olas. Pronto los grises nubarrones se alejaron dejando paso a un arco iris de música, carcajadas, licor y locura.
Trago a trago, aquellos chicos grises se transformaron por un instante en los agradables amigos que antaño fueron y comenzaron a bailar y olvidar el pasado, ilusionados por un nuevo futuro que se les habría ante sus ojos.
La noche corría rápida, y entre palabras, gestos y bromas se adentraban en la madrugada. En aquel momento, como nube negra en un cielo de verano, como cazador furtivo que acecha a su desprevenida presa, como una flecha en la carne apareció ella en sus pensamientos. Al principio no era más que un recuerdo vago y no se percataron de su presencia, pero a medida que el alcohol iba dejando paso a la sangre, fue tomando forma y consistencia.
Entonces en la mente de todos aparecieron unos ojos verdes, como profundos océanos y hermosos jardines de primaveras ya olvidadas, pero a la vez malvados, terroríficos y oscuros abismos infranqueables.
De repente las risas se cortaron y una fría ráfaga abrió las ventanas con una fuerza procedente de los abismos de la Tierra; apagando no solo el pequeño fuego que tenían junto a la chimenea, sino la felicidad y el vigor, que para entonces no eran más que quimeras fabricadas en alcohol, y rotas en intantes.
Cada uno de ellos pudo ver entonces claramente lo que estaba ocurriendo. Pero se lo guardaron para ellos y permanecieron callados durante unos segundos que se les antojaron eternos.
Al fin, el más necio rompió el sepulcral silencio con un absurdo comentario, perdido ya en el saco de estupideces pronunciadas en momentos inoportunos por los incorregibles y estúpidos humanos.
Los demás lo miraron sobresaltados, como desprendidos de golpe de un angustioso sueño, del que no podían escapar.
Instantes después todo había parecido una horrible pesadilla, hasta que de repente una mano golpeó fríamente la puerta. Un gélido pavor les recorrió las entrañas y se miraron unos a otros intentando elegir al desafortunado que iría a abrir la puerta. De nuevo esos golpes, y a cada golpe la habitación se les hundía, mientras sus cabezas enloquecían recordaban horrorizadas viejos fantasmas.
Finalmente uno se levantó, miró por la ventana y ahí encontró esa sombra oscura que tanto hubiera deseado no ver. Se giró hacia él y golpeó la ventana, en un horrible tintineo que arrastraba a sus mentes hacia un estado de irracionalidad próximo a la locura.
Entonces comenzó a llamarlos, con una voz dulce y tenebrosa, que los sumía poco a poco en un mundo de pesadillas y miedos. Uno de ellos que aún se encontraba levantado, hizo acopio de todo su valor y preguntó al espectro ¿quién eres?, pero su voz sonó cortada apenas un suspiro, que no conseguía despegar de la garganta. El espectro al oírlo escupió unas horribles carcajadas que lo tumbaron en la alfombra en donde quedó tendido, como muerto.
Ya nada podían hacer, se veían atrapados, cogidos y sobrepasados por la situación. Su instinto los llevó a encogerse y suplicar clemencia a aquella horrible criatura que no dejaba de atormentarles.
Pero no obtuvieron por respuestas más que horribles chillidos que los acusaban: ¡Asesinos!, ¡asesinos!, ¡asesinos...! Cerraron fuertemente sus ojos enrojecidos por el terror e intentaron en vano no oír los pasos de la criatura, unos pasos lentos y silenciosos, parecía como si no rozara el suelo al andar. El corazón de los chicos se detenía paulatinamente, con cada nuevo paso y sus ojos cedieron sumiéndolos en la más profunda oscuridad.
A la mañana siguiente, se despertaron aturdidos y de lo ocurrido en la madrugada, no quedaba más que un manto oscuro de sucesos, un laberinto en sus mentes del que no pueden escapar, lleno de horribles imágenes como fotogramas de una vieja película que se revuelven en sus mentes sin ninguna relación aparente.
Desde entonces no lo han podido olvidar, y el terror les hiela la sangre cada noche de Sábado, cuando presiente que la sombra tampoco los ha olvidado, y como un mal sueño en forma de nubarrones les persigue por y adonde quiera que vayan, permaneciendo junto a ellos hasta el día en el que vuelva con más fuerza y los arrastre junto a ella, a la perdición del castigo eterno.
Me ha encantado el relato, expresas muy bien el sentimiento de culpa que les embarga. Me ha recordado a la casa de la abuela muerta del amigo de tu hermano el día que fuimos a Gerena. xD
ResponderEliminarSobre Chávez ya dije en la entrada que tenían sus más y sin menos pero creo que es de lo mejorcito que hay en el panorama político internacional. Y sobre lo de la cadena me parece completamente lógico y normal que no se renueve la licencia a una cadena istigadora de un golpe de estado. Si pasara aquí tampoco renovarían la licencia evidentemente.