Al fondo del pasillo estaba el espejo, ojo vidrioso que lo vigilaba todo, óvalo de cristal frío como el hielo y liso como la hoja de una guillotina. Quieto y sereno, siempre inmutable, siempre alerta...
Le temía. Porque la seguía día y noche, porque la observaba siempre de reojo. Desde cualquier punto de la casa su presencia se sentía, era un ente vivo que siempre estaba ahí, en las sombras, oculto, como un cazador esperando el momento oportuno.
A veces, haciendo acopio de todo su valor se paraba frente a él, pero poco a poco sus ánimos se desmoronaban y su voluntad se hacía añicos. Le quemaba esa mirada fría que devolvía el cristal a carcajadas, apenas si podía soportarla durante unos segundos sin girar bruscamente su cabeza hacia otro lado.
Pero lo peor era por la noche, cuando la oscuridad lo envolvía todo y la luz no estaba con ella para pretejerla. En la noche, la hoja del espejo se le mostraba negra y brumosa, un portal hacia tierras oscuras y misteriosas.
Una vez embriagada de su influjo intentó llegar a esas tierras secretas, pero fue incapaz de alcanzar el espejo, ante él se quedó paralizada incapaz de articular una respuesta, sin poder avanzar, sin poder retroceder...En la oscuridad su dedo señalaba el espejo, mientras su mente era atravesada por miles de ideas enrevesadas y sin sentido.
En un instante que se hizo eterno vio cosas increíbles, montañas que rozaban el firmamento, cielos enfurecidos que tronaban en tormentas desgarradoras, campos tan extensos que la vista era incapaz de abarcar, bosques de un verde esmeralda que deslumbraban por su brillo, plagas que como negras nubes descendían de los cielos arrasando los campos, gentes felices y enamoradas que juntos creaban un paraíso, gentes que se mataban unos a otros en batallas sin sentido forjando infiernos.
Vio niños correteando alegres en playas de fina arena y niños escuálidos que lloraban por un pan que llevarse a la boca. Vio un millón de años en un solo segundo y comprendió entonces más de lo que era capaz de entender.
De repente un grito rompió el silencio y el hechizo que la mantenía atada al espejo. Un instante después corría a través del pasillo con lágrimas en sus ojos hacia los brazos de su madre que se había puesto histérica al levantarse y ver que su pequeña no estaba en su camita.
Dejando atrás solo un suelo plagado de pequeñas estrellas cristalinas que no cesaban de reír.
Le temía. Porque la seguía día y noche, porque la observaba siempre de reojo. Desde cualquier punto de la casa su presencia se sentía, era un ente vivo que siempre estaba ahí, en las sombras, oculto, como un cazador esperando el momento oportuno.
A veces, haciendo acopio de todo su valor se paraba frente a él, pero poco a poco sus ánimos se desmoronaban y su voluntad se hacía añicos. Le quemaba esa mirada fría que devolvía el cristal a carcajadas, apenas si podía soportarla durante unos segundos sin girar bruscamente su cabeza hacia otro lado.
Pero lo peor era por la noche, cuando la oscuridad lo envolvía todo y la luz no estaba con ella para pretejerla. En la noche, la hoja del espejo se le mostraba negra y brumosa, un portal hacia tierras oscuras y misteriosas.
Una vez embriagada de su influjo intentó llegar a esas tierras secretas, pero fue incapaz de alcanzar el espejo, ante él se quedó paralizada incapaz de articular una respuesta, sin poder avanzar, sin poder retroceder...En la oscuridad su dedo señalaba el espejo, mientras su mente era atravesada por miles de ideas enrevesadas y sin sentido.
En un instante que se hizo eterno vio cosas increíbles, montañas que rozaban el firmamento, cielos enfurecidos que tronaban en tormentas desgarradoras, campos tan extensos que la vista era incapaz de abarcar, bosques de un verde esmeralda que deslumbraban por su brillo, plagas que como negras nubes descendían de los cielos arrasando los campos, gentes felices y enamoradas que juntos creaban un paraíso, gentes que se mataban unos a otros en batallas sin sentido forjando infiernos.
Vio niños correteando alegres en playas de fina arena y niños escuálidos que lloraban por un pan que llevarse a la boca. Vio un millón de años en un solo segundo y comprendió entonces más de lo que era capaz de entender.
De repente un grito rompió el silencio y el hechizo que la mantenía atada al espejo. Un instante después corría a través del pasillo con lágrimas en sus ojos hacia los brazos de su madre que se había puesto histérica al levantarse y ver que su pequeña no estaba en su camita.
Dejando atrás solo un suelo plagado de pequeñas estrellas cristalinas que no cesaban de reír.
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