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Apocalipsis. Lucas Cranach |
En cierto modo podríamos decir que abandonar el Apocalipsis
es un ejercicio pendiente y absolutamente necesario para dejar atrás el pensamiento
teleológico, esa gran peste heredada del siglo XX. Si durante la pasada
centuria las grandes ideologías devoradoras de almas nos prometieron un Final
Feliz tras una “gran purga”, en la actualidad esta visión de la historia
como un ente que tiene un destino final se ha invertido, sustituyendo las utopías
por distopías, y plagando el imaginario colectivo de fantasmas. Hoy, por
doquier, el Apocalipsis es una tendencia de éxito... y las tendencias de éxito debieran
ser siempre motivo de sospecha.
A nivel personal debo reconocer que la distopía me seduce. Cada
“buena” idea capturada en mi imaginación para formular un relato incluye esta
perspectiva de Juicio Final. Las últimas historietas presentadas por mi mente –
y que quizás terminen en el papel – ofrecen mundos achicharrados por el calentamiento
global, ancianos cuya heroicidad era suicidarse sin dejar huella en una
sociedad inundada de sistemas de reconocimiento facial o el descubrimiento de
una seña extraterrestre, cuyo hallazgo desencadena la autoaniquilación.
Argumento todos propios de series de Neflix de baja calidad, prueba inapelable
de que hay que superar este impulso a divinis.
Tanto Neflix como otras plataformas de streaming, y por
supuesto el cine de Hollywood, han convertido la desaparición de la
civilización en un lugar común, copando en cierto modo toda representación del
futuro. Este hecho, junto al innegable deterioro del medio ambiente, induce en
la sociedad una clara tendencia a la apoplejía y predispone nuestra condición
humana a ser carne de cañón de la verborrea de insanos predicadores de toda
clase. Sin tener en cuenta esta oclusión de la representación del futuro, no se
puede entender el auge actual de un pensamiento antiracional y antilógico que empieza a
infectar todo el cuerpo social como una suerte de nuevo milenarismo. Y como el
milenarismo carece de fundamento real, pues la historia no tiene final
definido.
Quizás la sociedad humana desaparezca, quizás sea así porque
inconscientemente desee su muerte, o bien porque incapaz de crear
representaciones más felices de sus destinos futuros se entregue a la
realización de esta profecía autocumplida. En cualquier caso, cualquier reflexión
sobre la representación contemporánea – en el sentido más amplio posible, desde
los mass media a las artes visuales de todo tipo – carecería de sentido crítico
si no se propusiera como eje central la lucha contra toda perspectiva en sintonía
con el Fin de los Tiempos.
Carlos de Castro
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