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Francisco Franco reloaded // Darío Corbeira

Fuente: Brumaria

(Algunas consideraciones acerca de una invitación
a participar en una exposición sobre Francisco Franco)

Por medio de un asistente de Santiago Sierra recibo la invitación de éste a participar en una exposición sobre Francisco Franco a celebrar en Madrid en fecha sin determinar. El objetivo de la misma es denunciar los efectos punitivos que pueda ocasionar la demanda judicial interpuesta por la Fundación Francisco Franco contra el artista Eugenio Merino, autor de una obra sobre el General (la figura de Franco con traje militar, decrépito en un refrigerador de refrescos) exhibida hace un par de años en la feria de arte de Madrid, Arco. “La exposición será en un local de un barrio de Madrid, Vallecas, durará un fin de semana y los artistas serán básicamente amigos de Santiago. Se trata de un asunto totalmente voluntarista, nadie cobra, no hay fees, ni transporte, ni nada. La exposición sólo durará un fin de semana y cada artista ha aceptado participar desinteresadamente”.

Y la verdad es que agradezco, y mucho, la invitación, no tanto por el asunto y personaje a tratar y la duda sobre los fines que se pretende conseguir, sino porque Santiago Sierra me parece el artista más importante en la España de los últimos 25 años. Importante no tanto por el contenido y alcance conceptual e ideológico de su obra sino porque considero que es un gran recuperador de algo que creíamos definitivamente perdido en el arte, en las artes visuales, esto es, el Estilo.

Pero agradecer y asentir o acceder son verbos distintos, todavía.

¿Qué decir, rememorar, recordar o considerar sobre la figura de Francisco Franco? Poco y posiblemente mucho, ocurre que no es mi asunto, no es un personaje que tenga importancia en este momento para mí, lo observo, a él, a su régimen y a su (mi) España, como algo excesivamente lejano, desprovisto de significado digno de consideración y alejado en el tiempo; como algo y alguien que, a pesar de haber dañado mi más tierna pubertad, de haber modulado mi resistencia política de juventud, de haber ayudado a hacerme socialmente desobediente, políticamente antisistema e intelectualmente crítico y autocrítico, a pesar de haber deseado y deseado, días y días, su muerte… a pesar de todo le estoy agradecido. Siempre estaré agradecido a un burdo asesino, a un mediocre dictador, a un repugnante y asexuado militar golpista que gobernó los destinos de España en el largo tercio central de la pasada centuria. Y le doy las gracias hoy, de nuevo, por haberme ayudado a comprender quiénes eran sus amos y/o aliados: la oligarquía financiera y terrateniente, los estamentos militares, la Iglesia Católica, el liberalismo internacional… y, conviene no olvidarlo, al menos el 50 % de la población española de su tiempo. Gracias por tanto al felón monstruo que vivía en el piso de arriba, aquel que nos era tan cercano y a la vez tan extraño en un tiempo en el cual todo, absolutamente todo, estaba prohibido; ello nos enseñaba, a algunos, a saber qué era transgredir, a poner en práctica la trasgresión y la subversión, de estructuras y valores, como medios para construir una experiencia de vida, con otras formas de vida.

Inicié mi práctica artística y mi práctica política al unísono, en el largo, larguísimo anímicamente y corto temporalmente, franquismo crepuscular. Desde organizaciones maoístas de estudiantes y artistas tratábamos de hacer obras de arte que eran fundamentalmente acciones políticas reivindicativas: contra la condena a muerte y ejecución de Salvador Puig Antich, contra la condena a muerte y ejecución de dos militantes de ETA y tres del FRAP, por la independencia del Sahara, contra la especulación urbanística… El arte era acción, clandestina, y no quedaba rastro alguno de ello, arte y acción política (restringida) sucedían sin más, en algunos casos acarrearon expulsiones de la universidad, sanciones administrativas, retirada de pasaporte, juicios ante el Tribunal de Orden Público, cárcel, exclusión del mercado de trabajo, malos tratos y tortura. No quisiera dejar de mencionar cómo en los últimos diez años en la fatua y pequeña historiografía del arte español contemporáneo, y desde instancias y museos públicos, se está aupando a la escritura y comisariado a jóvenes “historiadores” que sin pudor alguno sostienen que la verdadera y encomiable posición y práctica política en el último franquismo era la de aquellos artistas que actuaban como si Franco no existiera, es decir, las posturas de aquellos que guardaban silencio o adulaban el franquismo; los artistas parafranquistas mudos y los historiadores gacetilleros posmodernos comparten apoyo oficial e ignorancia, lo cual no es poco.

Sobre Francisco Franco y su periodo de gobierno existe una abundantísima literatura, a destacar Franco, caudillo de España, de Paul Preston, de modo que, poco más podemos o queremos decir aquí. En todo caso, insistir en su lejanía y resaltar que su ADN está muy presente en los actuales gobernantes del Partido Popular (PP), en una parte importante del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y en los huertos nacionalistas. Él murió pero sus herederos, neoliberales, social liberales e identitaristas, hoy, administran su legado social, económico y político a través de la democracia parlamentaria y con la finalidad primera y última de perpetuar una cada vez mayor desigualdad en el reparto de riqueza. Su figura no se desdibuja aunque se desvanece pero su legado se acopla bien a los nuevos tiempos. Quienes no se acoplan son los responsables de la Fundación Francisco Franco, un grupo de paranoicos y botarates franquistas que, no obstante su condición, reciben importantes ayudas y subvenciones de diferentes administraciones públicas, y a cambio mantienen cerrados a cal y canto los archivos del dictador a cualquier historiador o doctorando que no sea de su condición política. Javier Tusell, entre otros historiadores, se quejó en su día de dicha anomalía académica e institucional, lo cual no ha impedido que la macabra fundación siga siendo sufragada con dinero público, tanto por administraciones conservadoras como socialistas. Y aquí no pasa nada. La fundación es, en su imperdonable letargo simbólico, la institucionalización de la barbarie en piedra del Valle de los Caídos, un infame y desmesurado monumento en forma de cripta, iglesia, convento y cruz levantado con el esfuerzo y la tortura de miles de represaliados, humillados y esclavizados combatientes republicanos; la sola presencia de la cruz, su agresiva irrupción en la estribaciones de la Sierra de Guadarrama más todo lo que representa (allí está enterrado el dictador sobre los esqueletos de miles de combatientes por la legalidad constitucional republicana) es aún hoy motivo suficiente para, salvando las esculturas de Juan de Ávalos, proceder a su voladura controlada incorporando de forma natural los restos al mutilado paisaje. Pero no, comisiones y más comisiones interministeriales, los frailes que custodian la iglesia, la fundación, los falangistas, los nostálgicos del régimen… dejan que el Valle de los Caídos se pudra sin llegar nunca a pudrirse. Lo dicho, dinamita reparadora.

El caso es que el núcleo central de la exposición que motiva este escrito, no es otro que el siguiente. La obra de Eugenio Merino, Franco refrigerado, suscita la curiosidad de miles de visitantes a Arco, espoleados por los siempre bien derechizados y ponderados media, visitantes que móvil en mano se fotografían familiarmente con la pieza y, qué mala suerte, entre los visitantes se encuentra algún que otro miembro de la siniestra fundación que sintiéndose agraviados e insultados deciden llevar el asunto a los tribunales ordinarios de justicia presentando la preceptiva querella contra el artista, querella admitida a trámite por el juzgado correspondiente y… campaña de denuncia y solidaridad con el artista en las redes sociales. Debo decir que a partir de ahí, voluntariamente, me pierdo, el asunto me interesa más bien poco, por no decir nada. A mí, y a otros muchos, nos llevaron en su día a las mazmorras y tribunales especiales del franquismo, no por hacer comentarios más o menos acertados y chistosos en forma de obras de arte sino por combatir al dictador con todos los medios y, claro, posiblemente eso deforma. En todo caso y deseándole a Eugenio Merino que la demanda de la fundación no prospere y caso de prosperar salga absuelto del juicio, cosa que doy por segura, me permito sugerirle la certeza de que sus trabajos, como los de otros colegas, sobre Franco, poco o nada aportan al conocimiento del personaje o a la generación de pensamiento crítico en el sistema del arte en los actuales tiempos. Como dije más arriba, el personaje está muy estudiado (sólo queda por investigar su sexualidad y llegar a la cifra final de muertos en su fatal genocidio) y hacer arte sobre él no pasa de ser un divertimento para ociosos, banqueros despistados y coleccionistas new age, amén de una actitud creativa anacrónica cuando no escapista, máxime con la que, en términos sociales, políticos y económicos, está cayendo en nuestro país. Léase lo anterior con las debidas cautelas.

Por y para seguir, qué remedio, con Franco, no estaría de más hacer un recuento, aunque sea leve y basado en recuerdos, de los artistas españoles de las tres últimas décadas que han tomado al personaje como punto de partida y leitmotiv fundamental de algunos de sus trabajos; la verdad es que son pocos, insisto en que hablo de recuerdos y no de catalogación exhaustiva, con trabajos específicos y aislados en cada producción particular: Francesc Torres, Marcelo Expósito, Fernando Sánchez Castillo, el mencionado Eugenio Merino y más recientemente Santiago Sierra con Jorge Galindo, por omisión, con su proyecto ”Los encargados”. Seguramente hay más pero soy incapaz de recordarlos. Me excluyo de la nómina pues si Franco ha estado en algunos de mis trabajos lo ha hecho de forma y manera subyacente, secundaria y subsidiaria informando proyectos más generalistas y complejos. . La última vez que apareció en mis trabajos fue en 1989, en una disparatada vídeo instalación (Má vlast, que recogía su título de la célebre obra de Bedřich Smetana), sobre la imagen en movimiento como medio de drogadicción y medicación, en la cual se trataba de establecer puentes entre Franco y Ludwig Wittgenstein; era una despedida. A destacar, por su rigor histórico, conceptual, político e ideológico los trabajos de Marcelo Expósito. Y poco más; en general las obras de arte sobre nuestro personaje no desentonan en el marco general del arte político, si de ello pudiera hablarse, producido por artistas españoles, un arte meridianamente light, descafeinado y neutro que ha aportado y sigue aportando comentarios aparentemente ilustrados y bienintencionados a la huidiza cultura creativa salida de la mal llamada Transición. En esto el arte no está solo, las producciones literarias y cinematográficas sobre Franco son mayoritariamente lamentables y lo mejor sería pasar página. Todo ello en abierta contradicción con la producción historiográfica que es, cuando menos, excelente en términos cualitativos y cuantitativos: el personaje, su obra, su gobierno, su contexto temporal y cultural, está magníficamente estudiado y documentado desde diferentes facultades y departamentos de las universidades españolas por las tres últimas generaciones de historiadores, herederos de los historiadores ingleses y norteamericanos que se habían ocupado del personaje en los años más duros de la dictadura.

Volvamos al proyecto de exposición. Se me comunica, vía email, que será en “en un espacio de Vallecas” y esto si que tiene su punto, su gracia, su contenido, su carga simbólica. Vallecas es por excelencia, junto al eje de Bravo Murillo desde la Glorieta de Cuatro Caminos hasta la Plaza de Castilla, la respuesta urbanística y de asentamiento poblacional a la formación de la Clase Obrera en el Madrid industrial del último tercio del siglo XIX; durante buena parte del siglo XX, su desarrollo urbano en torno a la Avenida de la Albufera, desde el antiguo Arrollo del Abroñigal (hoy autovía M-30) hasta el antiguo pueblo de Vallecas (Vallecas Villa) respondía a las necesidades de lugareños e inmigrantes que, en masa, constituyeron lo que podemos denominar el Proletariado madrileño. Vallecas no sólo fue una barriada de trabajadores constituida por viviendas de bajísima calidad y chabolismo endémico, fue también y sobre todo un enclave reivindicativo, combativo y de izquierdas en la vanguardia sociopolítica de la capital del Estado. Ser de o vivir en Vallecas tenía su pedigrí, para bien y para mal. A mediados de los pasados años setenta cualquier estudiante izquierdista que soñaba con proletarizarse (trabajar en cualquier cosa, vamos) buscaba piso a compartir en Vallecas. Vallecas era para los estudiantes rojos lo que la Isla de Formentera a los que se habían pasado al hipismo, un destino ineludible. A la vez los vallecanos de toda la vida estaban y están deseando salir del barrio hacia otros horizontes. Hoy, con la Clase Obrera desaparecida, invisibilizada, deslocalizada, desestructurada, Vallecas es el destino de magrebíes, latinoamericanos y ciudadanos del Este europeo que constituyen un conglomerado de mano de obra barata y precaria producto del boom económico de las etapas Aznar/Zapatero. Durante dicho boom y bajo la égida del perverso Alberto Ruiz Gallardón, se planificó y construyo una gran parte del llamado Ensanche de Vallecas, un megaproyecto urbanístico de alta calidad de diseño y construcción que sin embargo ha sido un absoluto fracaso, un fracaso de las políticas del ”crecimiento sin fin” tan acordes al neoliberalismo. Cual metáfora de dicho fracaso, Hans Haacke al trabajar sobre dicha operación con su proyecto Castillos en el aire, una producción del MNCARS, construyó una obra que posiblemente sea el mayor fracaso de su producción artística. Vallecas, su pasado y su futuro, genera infradiscurso político, contradicciones por doquier y dificultades tanto a los suyos como a los ajenos; en Vallecas todo está permitido pero todo está en una exclusión permanente, es cóncava y convexa a un mismo tiempo, acoge y expulsa espacial y socialmente. En Vallecas, en sus estigmas, puede leerse, contando con los enormes y acertados cambios urbanísticos desarrollados entre los años setenta y noventa del pasado siglo, el tortuoso tránsito hacia la nada de aquella clase social, el Proletariado, llamada a liderar la liberación de la humanidad.

Venga todo ello a constituir una llamada de atención sobre los sesgos negativos que una convocatoria, por otra parte poco clara, puede tener en los objetivos finales, también poco claros. Cuando yo empecé también nos dimos nuestro baño popular y obrerista llevando exposiciones y conferencias de los artistas del momento al Ateneo Popular de Vallecas y a la red de ateneos que impulsaba y dirigía de manera absolutamente abierta el Partido Comunista de España, con resultados casi siempre insatisfactorios para nosotros; nos movían razones estrictamente políticas, el arte era sólo un medio, y sentimos en nuestra propia carne aquello que Marx nos advertía en su Contribución a la crítica de la economía política: “La obra de arte –y paralelamente cualquier otro producto- crea un público sensible al arte y capaz de gozar de la belleza. La producción no produce, pues, sólo un objeto para el sujeto, sino también un sujeto para el objeto”, y aquellos sujetos, no sujetos políticos, sino sujetos de carne y hueso que se sentían fascinados con nuestra bajada al barrio con objetos culturales, nos eran más extraños que cercanos: ideología, militancia y realidad crujían antes de constituirse en dispositivo transformador de energías políticas. Resumiendo, en Vallecas todo era y sigue siendo centrípetamente expansivo.

De ahí que Vallecas no sea precisamente el lugar idóneo para presentar miniproyectos expositivos que, a buen seguro como en el caso que nos ocupa, serán de puro trámite para quedar bien con los tiempos presentes, y si es en un centro okupa pues mejor que mejor. Mi recomendación, caso de habérseme pedido opinión al respecto, a Santiago Sierra y a quienes le acompañan en esta miniconvocatoria sería que la hicieran en forma de acción política a las puertas de la Fundación Francisco Franco o en el propio Valle de los Caídos, lugares, sin duda, mucho más cargados de contenido netamente franquista que Vallecas, un barrio al que nunca osó acercarse Franco. Lugares ambos donde se mantiene moribunda la llama del mechero de un fascismo, el español, que nunca llegó a ser nada al margen de la ominosa dictadura paternocatólica y militarista que encabezó el exiguo general. Ocurre que desarrollar una acción tan política, artística o reivindicativa como se quiera en los referidos lugares (de la cual los media darían cumplida cuenta) entraña riesgos, tampoco tan grandes, y, claro está… riesgos los justitos, es decir, ninguno. No tengo el placer ni he tenido ocasión de conocer a Eugenio Merino. Sí conozco una parte de su trabajo, juegos irónicos que me resultan familiares, y en los cuales Damian Hirst y Francisco Franco juegan el mismo rol y en el mismo plano considerativo de cara al producto final, obras que operan fundamentalmente en el ruido mediático y con un recorrido analítico o crítico prácticamente nulo –hasta un historiador cuesta abajo como Julian Stallabrass se ha hecho eco de alguna de sus obras referidas al insigne Hirst, cuya factoría cuenta con mi más absoluta admiración. Y la verdad es que a Merino los de la Fundación Francisco Franco, con la demanda judicial, se lo han puesto como a Fernando VII las bolas de billar, o sea a cholón. Con un pelín de respuesta, máxime acompañado de colegas, ante las sedes de la fundación o en el propio Valle de los Caídos, la cosa puede ir a más y subir el listón de enfrentamiento artistas contra franquistas y viceversa, un partido que a buen seguro ganarían los últimos dada la debilidad de los artistas pero que, puestos a pensar bien, ocasionaría beneficios inapagables a los participantes y por ende al adormecido sector del arte en la España del nuevo milenio. Me pregunto cuán mayor regalo puede haber para un artista de los que se proclaman antifascistas ¿en qué consiste eso? que ser atacado por los fascistas. Supongamos que tratar con ironía sobre la imagen y figura de Franco me ocasiona denuncias, demandas, sanciones administrativas o, en el mejor de los casos y mediante sentencia judicial firme, me meten en la cárcel de la democracia; sería la de Dios y tampoco es tan difícil pensarlo, proyectarlo y realizarlo, eso sí, conviene insistir, comporta riesgos pero el riesgo, como hemos dicho, tiene su compensación: el artista deificado.

Se me ocurren dos acciones concretas que los convocantes podrían llevar a cabo. La primera de ellas podría ser a las puertas de la fundación, exhibiendo las obras de los artistas en torno a la figura de Franco y posiblemente con el acompañamiento de luz y sonido de un cóctel molotov. La acción podría fotografiarse, hacerse un vídeo y ponerlos en el circuito comercial a través de las correspondientes galerías. Aquí el riesgo es que puedas acabar, después de un par de años de proceso judicial, en la cárcel pero con un rendimiento mediático y comercial, si la galería de turno se lo trabaja bien, considerable. Fijo que uno de los mejores despachos de abogados en España, Uría y Menéndez Abogados, alguno de cuyos altamente cualificados juristas tienen obra de algunos de los artistas convocantes, estarían encantados de asumir la defensa del artista encausado. Con una buena defensa y sin antecedentes penales, a lo sumo unos meses de prisión: qué inmenso placer militante, incluso se le podría quitar el cetro sufriente a Ai Weiwei. Los museos y centros de arte contemporáneos no estarían por la labor de dar cancha a la acción pero tomarían nota, alguno incluso podría organizar un seminario, dentro del epígrafe “Pensamiento y debate” sobre los límites en la relación arte/política, por supuesto, con teóricos de andar por casa y absolutamente al margen de los artistas antifascistas e incendiarios. La otra acción podría tener lugar en el Valle de los Caídos, lugar sacrosanto de los nostálgicos del franquismo. La exposición y/o acción podría comenzar en el atrio de la iglesia, a los pies de la piedad de Juan de Ávalos, con la presentación pública de las obras antifranquistas y, en un acto de generosidad política, dar la palabra a un anarquista o un representante de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). A continuación los artistas convocados y resto de asistentes procederían a hacer lo que todo antifranquista de pro ha deseado y nunca ha cumplimentado, esto es, orinar sobre la tumba del dictador. No hace falta detallar que esta acción podría ser fotografiada y filmada por Santiago Sierra y sus asistentes. Los riesgos son mínimos, que algún franquista o falangista te parta la cabeza (si hay alguna cadena de televisión, mejor) lo cual daría ocasión a interponer la preceptiva demanda judicial por intento de asesinato o que tengas que acudir a los Juzgados de la Plaza de Castilla a declarar y asumir la correspondiente sanción que siempre sería menor. Obviamente la discusión artística, no digamos política, quedaría al margen, la cosa no va de eso. Si por casualidad algún avezado periodista de investigación descubre que uno de los artistas participantes, estando hace años con sus padres veraneando en San Sebastian se hizo una foto con un antiguo colega de la Facultad de Bellas Artes de Madrid que participaba en una manifestación de apoyo a los presos de ETA, la acción sería inmediatamente tildada en todos los media, de terrorista, dándole un estatus propagandístico espectacular, porque, en definitiva, de eso se trata, de estar en la institución y en los media, el resto es como coser y cantar.

Bien, bromas aparte. Cuando se habla o hablo del pasado, algo siempre sujeto a las más variadas especulaciones en cuanto a datos, tiempos, personas, grupos y acontecimientos, conviene no pasar por alto el contexto presente, contexto radicalmente distinto al que configuró a Franco y su obra en sus orígenes, desarrollo y final. La España del tercio central del siglo XX muy poco tiene en común con la actual, su estructura económica y social, su arquitectura institucional, su fachada cultural y su hábitat geoestratégico son parámetros comparativamente dispares cuya medida puede inducir a errores de bulto. Por más que nos pese, elucubrar sobre un pasado bien conocido y documentado, sin unas labores de investigación serias que avalen proyectos minimamente rigurosos, nos puede hacer olvidar un presente tan variable y problemático como puede ser el nuestro; un presente que, en cualquier orden conceptual y material, viene infradeterminado y estructurado por gobiernos, hegemonías, poderes y contrapoderes cuya definición y valoración crítica es cualquier cosa menos fácil, de ahí la dificultad a la hora de construir Verdad, en el arte y en la política. Un tiempo histórico en el cual la economía sobredetermina la realidad y todos los imaginarios, el ciclo posguerrafría pasó, la crisis global del estallido de la burbuja en 2008 se ha consolidado y nos encontramos ante una nueva fase de expansión del capitalismo de alcance desconocido que, por no tener, no tiene ni nombre que nos haga posible nombrarlo. Podemos saber, eso sí, y a través de los economistas más críticos y heterodoxos, que al ciclo inversión/ahorro le sucedió el ciclo crédito/consumo, precedente de previsibles colapsos, cuando no quiebras, de países enteros. En las actuales circunstancias, en las nuestras, con la economía en recesión (sólo crecen las exportaciones basadas a su vez en los abusivos recortes salariales, lo cual evita la depresión), con un aumento de la pobreza del 8% entre 2008 y 2011, con el 25% de la población infantil en el umbral de pobreza, con los índices de paro en aumento galopante, con el brutal aumento de desigualdades sociales, con el adelgazamiento de los servicios públicos, con la privatización y adelgazamiento de la sanidad, con la financiación pública de las entidades financieras, con un 15M vivo que, cual antibiótico político, está tratando de combatir las maldades de un sistema infecto … Francisco Franco y su régimen son casi una anécdota, todo lo trágica que se quiera, pero anécdota pasada; hoy las capas de la historia reciente son losas infinitamente más pesadas que la que cubre su tumba. Especular, jugar e idear, en términos artísticos, hoy, sobre Franco, puede constituir, y de facto constituye, una frivolidad cuando no una práctica, pensemos que incluso con las mejores intenciones, encaminada a la fabricación de mercancías simplistas y baratas para el mercadeo descentrado del sistema del arte y su precario software. Alguien dijo que la guerra era la política con otros medios, o al revés, la política es la guerra con otros medios, y sin duda le asistía la razón. Franco comenzó su carrera matando y acabó sus días fusilando; fue cruel, incapaz de perdonar o tener gestos minimamente humanos con sus enemigos pero mataba de una vez y no engañaba a nadie. Aquello pasó; hoy los asesinos, los crueles, los genocidas, los que cimientan sus no guerras en las ideas del neoliberalismo, matan lentamente, sin parar, escondiéndose en la nube del capitalismo financiero, en las acristaladas y neutras torres de las multinacionales crediticias, en las salas plenarias de los parlamentos del capital. Matan más y mejor, con armas, con hambre, con torturas, con epidemias, con freno a la investigación farmacéutica, con la desregulación de los mercados financieros… y lo hacen desde el anonimato, sin poner caras ni nombres ¿Acaso algún día podremos saber cuántos niños, cuántos ancianos, cuántos enfermos crónicos están muriendo en España como consecuencia de los enormes recortes que se están produciendo en sanidad y dependencia?

Como cualquier artista, y más en época de vacas flacas y recesión, tengo muchas ganas de exhibir mis trabajos, individuales y de grupo, pasados y presentes, pero por coherencia con la suma de cuestiones de contexto, tiempo y circunstancia, no voy a enviar material alguno a la exposición de referencia. Y lo hago con el correspondiente dolor, nimio por otra parte, que la cercanía emocional y la distancia conceptual, han guiado siempre mi práctica. Quede claro no obstante mi agradecimiento a Santiago Sierra, por ser como es, por su trabajo, por haber pensado en mí, lo cual hago extensivo a los artistas que lo acompañan.

Pienso y sostengo que tratar de trabajar, desde el arte, sobre las cuestiones políticas del inseguro tiempo presente sí que puede resituar las, por otra parte escasas, posibilidades de un arte sobre lo político. A nadie debería extrañarle nuestro dudoso escepticismo sobre las consecuencias y resultados concretos, políticos, de las prácticas artísticas que se acogen a dicho manto y a dicho mantra. La proliferación en ferias, bienales, museos, centros de arte y universidades de prácticas artísticas abiertamente “políticas” se ha consolidado como un todo recurrente con resultados políticos tendentes a cero, como un “género” que se alimenta de actualidad sociológica reciclándola y produciendo obras, infradiscursos y actividades que, finalmente, ayudan a mantener en pie todo el entramado sistémico e institucional que, en la mayoría de los casos, se pretendía críticamente cuestionar. La política, su puesta en discusión desde la cultura creativa, se convierte en una suerte de juego y fiesta que se oficia en lugares específicamente institucionalizados, con más intención de mostrar que de ser, con puntos de partida y llegada perfectamente previsibles y con protocolos reglados. Exposiciones, encuentros, concursos, publicaciones, premios, open calls, programas educativos, másteres, doctorados, redes colaborativas y un largo etcétera dan cuenta de la cota de presencia que el arte político ha adquirido en el sistema del arte internacional. No es el objeto de este escrito hacer un análisis exhaustivo de qué entiende cualquier iniciado por arte político y el estatus que ha ido adquiriendo en el mundo del arte; sin embargo no parece estar de más hacer algunos apuntes que puedan aclarar la posición, necesariamente cuestionadora, de quien esto suscribe al respecto del asunto central, una exposición sobre Franco. Independientemente de que el asunto sea tratado con mayor intensidad y extensión en posteriores trabajos, no quisiera dejar de comentar un par de acontecimientos que creo pueden ser reveladores de las fallas y limitaciones de lo que antes habíamos denominado género en su sentido histórico y artístico.

El primero de ellos, perfectamente marginal respecto a los centros y circuitos más fuertes del arte contemporáneo, se refiere a la exposición “Occupy Bay Area” celebrada en el Yerba Buena Center for the Arts, en San Francisco, entre junio y octubre del pasado 2012. La exposición trataba de dar cuenta de las acciones, eventos y actividades que habían tenido lugar en Oakland, Berkeley y San Francisco por parte del movimiento Occupy en 2011, a través de las obras de artistas, estudiantes y activistas de la zona. Antes de que pasara un año de dichas acciones, posteriores a los Occupy Wall Street, su referencia primigenia, en septiembre de 2011, acciones por otra parte de muy pequeña escala e intensidad, dicha protesta se artistizaba, se musealizaba y, de algún modo, se institucionalizaba. Por increíble que pueda parecer, los comisarios del evento hacían referencia a Occupy Wall Street como el comienzo de un gran movimiento de alcance mundial, con la correspondiente cháchara argumental (inestabilidad social y económica, la crisis de las hipotecas de alto riesgo financiero, incapacidad de los gobiernos del capitalismo democrático para abordar con eficacia los problemas en el mercado laboral, poder y contrapoder, acampadas, vida colectiva, la democracia directa de la Asamblea General y la negativa a redactar un manifiesto, libertad de expresión, reconocimiento de los derechos de diferentes grupos culturales y de los económicamente marginados, medio ambiente…) sin referencia alguna al origen de dichos movimientos, esto es, a las revueltas y ocupaciones en los países árabes, al movimiento de los Indignados y el 15-M, surgidos en la primavera de 2011, largamente gestados y con una potencialidad y alcance político a años luz de los norteamericanos y los surgidos puntualmente en algunos países de Europa del norte. Un etnocentrismo californiano que, a pesar de sus muchas limitaciones, tenía la virtud un tanto desmedida de conectar el débil movimiento occupy californiano con anteriores movimientos de protesta y resistencia que trataba de proporcionar un contexto histórico al proyecto (Black Panthers, I-Hotel en Manilatown (1968-1977), el ARC / AIDS en City Hall (1985-1995), la ocupación de Alcatraz (1969 a 1971), el Movimiento pro libertad de expresión en la Universidad de Berkeley (1964-1965) o las protestas en San Francisco State University). En todo caso la premura de la institución museística en incorporar la protesta de los nuevos movimientos, amén de su localismo y el olvido del origen geográfico y político de las ocupaciones de espacios públicos, nos inclinan a pensar en las limitaciones de toda índole que enmarcan un proyecto de arte político que, desactivado por su propia dinámica interna y su corto alcance, se entrega al museo como lugar idóneo para representar su autodesactivación. El museo, en sintonía con los nuevos tiempos artísticos y no políticos, no tendrá que activar o desactivar nada, simplemente guardará y custodiará toda la memoria posible en todos los formatos posibles de un no acontecimiento político vehiculado a través de propuestas artísticas que en caso alguno han sido puestas, dispuestas o sometidas a crítica; guardar, custodiar y archivar conforman una suma cuyo resultado es certificar en términos forenses.

El segundo caso sobre el cual me gustaría extender un comentario (insisto en que estas líneas se entiendan en términos de interrogantes y sometidas a criterios de discusión; aunque puedan estar redactadas en afirmaciones, negaciones y puntos de posicionamiento rotundos, parten de un mar de dudas para las cuales no tengo en estos momentos respuestas claras que estén avaladas por conocimientos empíricos solventes y cerrados) también tiene lugar en Estados Unidos, en Nueva York, de costa Oeste a costa Este. Se trata de la obra de Thomas Hirschhorn Gramsci Monument, la cuarta y última entrega (los anteriores fueron Spinoza Monument, Ámsterdam 1999, Deleuze Monument, Avignon 2000 y Bataille Monument, Kassel, documenta 11, 2002). La obra en curso, con todos los ingredientes formales de aglomeración, acumulación y repetición marca de la casa, está ubicada en un parque de una urbanización cercana al Bronx neoyorquino, financiada por la Dia Art Foundation y consiste en un pabellón efímero, un escenario teatral, una biblioteca con libros de Gramsci, un lounge, rincón wifi, taller de actividades y kiosco con comida y bebidas. Habrá programas públicos con conferencias de especialistas en Gramsci, lecturas de poesía, talleres, excursiones y seminarios. Aquí nos encontramos en uno de los centros más importantes del arte de los últimos treinta años, en el epicentro del poder mercantil y discursivo del mismo y, no es baladí, en el centro simbólico del Imperio. Hay tres cuestiones o dudas que surgen en torno al mismo. La primera, de orden topológico, es a quién le puede interesar en un barrio de Nueva York la figura y el significado histórico de Antonio Gramsci, alguien en donde la confluencia de inteligencia crítica, compromiso militante e innovación política devienen en tragedia personal y metáfora de un tiempo convulso; y volvemos a algo ya señalado, ¿qué se aporta al conocimiento del por otra parte complejísimo universo intelectual gramsciano?. La segunda duda es de orden ideológico y se refiere a cómo se representa el sistema de valores tanto del autor de la propuesta como del propio personaje, histórico, y sus respectivas visiones sobre la realidad ¿Qué realidad? ¿Y qué actividades tuvo el sujeto al cual se rinde precario monumento, qué acciones, políticas, pone en juego el artista para subvertir aquella y esta realidad?. Posiblemente le estamos pidiendo demasiado al arte. Por último, y saltándonos (Alain Badiou dixit) la máxima de que a la hora de pensar y construir una obra de arte el Público al que pudiera ir dirigida no debe ser referencia alguna, podemos preguntarnos cuál es ese público receptor, público siempre minoritario y al otro lado de la orilla de la institución que encarga y financia el monumento; habitantes del Bronx y petroleros tejanos intersectados por la teoría y praxis de un comunista trágico coinciden en un mapa tan minúsculo como inoperante. De otra parte someramente señalar que Spinoza, Foucault, Deleuze, Guattari, Debord… forman un rosario nominativo e ideológico que bajo el canto repetitivo del negrismo (imperio, multitud, procomún, declaración…) informan y conforman el totum rebolutum que da base inmaterial y discursiva a la retórica expositiva, museística y mercantil del arte político postrrelacional.

Thomas Hirchhorn es un artista especialmente emblemático en todo lo referente al “arte político”, su tiempo, sus medios y su recepción institucional. Quizás en él se den como en ningún otro artista las duras contradicciones que lastran sine die las llamadas “Estéticas relacionales”, estéticas que cuentan con tantos enemigos críticos como entusiastas entidades del mercado y el coleccionismo. Sirva de ejemplo su megalómana y contaminante obra sobre la violencia en el pabellón de Suiza de la Bienal de Venecia de 2011; a espaldas de dicho pabellón en La Riva degli Schiavoni, el megamillonario, empresario, coleccionista y mafioso ruso Roman Abramovich amarró su yate, yate protegido por la autoridad municipal veneciana, restringiendo la circulación en el ancho de la vía pública en un violento ejercicio de usurpación del espacio público. Obviamente nadie dijo nada y los visitantes de la bienal, callados y molestos, transitaban con dificultad por los escasos metro y medio de la empedrada vía mientras Abramovich de disponía a compartir estrellato en la glamorosa fiesta de la Francois Pinault Foundation en la Punta della Dogana. No se les pide desde aquí al arte actual o a los artistas posiciones de cuestionamiento como las que se produjeron en la propia Venecia, en el paso de los años sesenta a los setenta, que paralizaron y suspendieron la propia bienal dando paso a un nuevo ciclo –eran de nuevo otros tiempos pero el notable conservadurismo y evidente quietud del bienalismo y sus protagonistas son buena muestra de los límites programáticos, proyectuales y de significado y eficacia política del arte político tal y como se piensa, se produce, se distribuye y se recepciona en la actualidad.

Un compañero de Brumaria, Alejandro Arozamena, al hilo de las cuestiones brevemente esbozadas en los párrafos anteriores y que ocupan una parte de nuestras reflexiones, resumía nuestros comentarios al respecto: El tema es que con el supuesto arte político de hoy pasa precisamente eso: en vez de organizar el vacío lo que se hace es evitarlo haciendo como si (o sea un semblante) estuviera lleno. Como si el lugar de la política fuera el Museo. Cuando, por otro lado el Museo, ni siquiera tiene por qué ser el lugar del arte. Estas y otras cuestiones conformarán el punto de partida de un proyecto abierto “El arte no es la política / la política no es el arte: despertar de la historia” que hace tiempo venimos pensando.


Darío Corbeira

dario@brumaria.net


Madrid, 11 de mayo de 2013.

Comentarios

  1. Darío eres un chismoso. No porque no te esperases a que se haga la muestra antes de opinar, no es eso. Es que hasta haces de portavoz y la anuncias tu mismo mismísimo que ni anunciarla a nosotros nos dejas. En fin un gatillazo a cualquiera le pasa.
    Ah y yo no organizo nada, calma, calma.
    Salud y Libertad!!
    Santiago Sierra

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  2. No sé si contesto a "Anónimo dijo..." o a Santiago Sierra. Me acaban de avisar de su post en está página (me pidieron permiso para reproducir el comentario que antecede y les dije que OK).
    Chismoso no, a lo sumo comentarista críticamente interesado. Creo que en caso alguno opino de una muestra en fase de proyecto; sí deambulo, con brújula analítica, sobre las cuestiones referidas al binomio arte/política en los parámetros que me son cercanos.
    ¿Portavoz? para nada, soy portavoz de mí mismo como mucho. Y por mi parte podéis anunciar la expo cuando os pete. A lo peor ves gatillazo ajeno en garrotazo propio. Si tú no organizas nada, el mensajero ha errado, lo cual carece de importancia.
    ¿Calma? calma; salud, toda y ¿Libertad? eso se queda para los del P.P. y algún que otro anrcotrasnochado.

    DC


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  3. Hermann Tertsch2/7/13, 21:18

    Pues yo opino como Dario Corbeira

    https://twitter.com/hermanntertsch/status/350564600523132928

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