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Tiempo para la sostenibilidad de la vida

ANÁLISIS FEMINISTAS DE LA CRISIS Y SALIDAS ALTERNATIVAS

Astrid Agenjo Calderón y Lucía del Moral Espín · Colaboración para NOTON*** 

El sistema económico en que vivimos se caracteriza muy bien con la metáfora de un iceberg, en el sentido de que existe una base oculta conformada por un modelo tradicional de reparto de los cuidados encargado de sostener al sistema y actuar como colchón ante los reajustes que en él se producen. Este modelo está basado en la división sexual del trabajo por la cual las mujeres, con su tiempo de trabajo no remunerado en los hogares y comunidades, son las encargadas de la gestión cotidiana (e invisible) de nuestras vulnerabilidades e interdependencias ¿Y acaso eso no es economía? Obviamente sí. Y por ello, al analizar la crisis, lo que nos interesa no es el colapso financiero en sí mismo- ni la consiguiente congelación de la actividad productiva/mercantil-, sino atender a ello en la medida en que influye en los procesos por los cuales garantizamos el bienestar, y generamos y distribuimos los recursos necesarios para una vida que merezca la pena ser vivida. Es decir, se trata de preguntarnos cómo afecta la crisis a nuestra forma de organizarnos, no para la mera sobrevivencia, sino para sostener una vida que las personas tengamos razones para valorar.

Desde esta óptica, por tanto, nos interesa analizar también otros desajustes que ya venían poniendo en jaque al sistema: la crisis ecológica, la crisis alimentaria, la crisis de reproducción social en el sur global o la crisis de los cuidados en el norte global. Unas crisis que se superponían de múltiples formas y que estaban sacando a la luz el conflicto existente entre la lógica de acumulación de los mercados, y la lógica de la sostenibilidad y el cuidado de la vida. Unas crisis que, en última instancia, estaban poniendo de manifiesto la necesidad de una redistribución social de las responsabilidades de cuidados entre las distintas instituciones de la economía, no sólo con la participación de hombres y mujeres por igual en los grupos domésticos y comunidades, sino también con la participación del Estado y de las empresas.

Sin embargo, a raíz del estallido financiero, podemos afirmar con contundencia que ni uno ni otras se están haciendo cargo del problema; y es más, los ajustes de corte neoliberal no auguran en absoluto un giro en este sentido: por una parte, las empresas continúan disminuyendo su responsabilidad social en el cuidado de la vida como consecuencia de la reducción de sus cotizaciones a la seguridad social, y por las posibilidades que los gobiernos les ofrecen a la hora de flexibilizar tiempos y espacios de trabajo. Paradójicamente son estas mismas empresas las que están encontrado en la esfera de los cuidados una nueva oportunidad de negocio a través de la mercantilización y privatización de este tipo de servicios (educación, sanidad, ayudas, servicios de atención a la vida diaria, etc.), lo cual supone no solo la creación de un mecanismo multiplicador de desigualdades sociales -y la creación de una bolsa de empleo precario y feminizado- sino además la apropiación de una parte importante de las obligaciones del Estado.

Pero esto no es algo nuevo. A inicios de los 80 las políticas neoliberales implantadas en países de África y América Latina dieron lugar a un nuevo modelo de Estado al servicio de los mercados, diseñado bajo el supuesto implícito de que serían las mujeres, a través de la intensificación de su tiempo de trabajo remunerado y no remunerado, quienes afrontaran la reducción de ingresos en los hogares y la eliminación de los servicios sociales públicos. Estas políticas son las que nuestros gobiernos europeos nos están proponiendo ahora como receta mágica, de modo que seremos ahora nosotras, las mujeres de una Europa que se desmonta, quienes comencemos a sentir en nuestros cuerpos la violencia de un sistema económico que hará lo posible por sobrevivir a su agonía, tratando de convertir nuestros derechos, nuestros cuerpos, nuestros trabajos y nuestras vidas, en simples mercancías intercambiables a su antojo. Porque esa es la lógica perversa que concibe al capitalismo neoliberal heteropatriarcal: una lógica egoísta donde el dinero, la obtención de beneficios y el crecimiento económico, tienen el privilegio de organizar nuestros espacios y nuestros tiempos.

Sin embargo, los beneficios empresariales y el crecimiento económico no determinan el bienestar de la población, y el dinero no es más que un satisfactor históricamente determinado, un medio de intercambio limitado que solo facilita el acceso a aquéllos bienes y servicios que pueden mercantilizarse. Pero las necesidades de los seres humanos son de carácter multidimensional: no sólo requerimos comida, alimento, vestido, carreteras… sino también relaciones, afectos, sentido de pertenencia, escucha, participación, etc. La satisfacción de estas necesidades, sobre todo las de carácter afectivo-relacional, se produce, en gran medida, en las esferas no monetarizadas de la economía y fundamentalmente, como ya hemos señalado, gracias al trabajo no remunerado de las mujeres. Mucho de este trabajo se desarrolla en los hogares, pero no solo ahí. A lo largo de la historia, han existido prácticas comunitarias de intercambio de bienes y servicios que no se rigen por las lógicas capitalistas de acumulación de capital, por ejemplo las redes familiares, de las relaciones de buena vecindad, de las redes de apoyo mutuo… Actualmente, estas prácticas parecen difícilmente compatibles con los ritmos y los miedos de la vida contemporánea, sin embargo, en determinados momentos han sido primordiales para garantizar el bienestar cotidiano y aún hoy pueden serlo.

Por eso resulta muy estimulante que la expansión de las propuestas del movimiento de transición y del decrecimiento, y el estallido del 15M con la proliferación de Asambleas de barrio, esté favoreciendo la creación de nuevos tipos de redes alternativas de intercambio como los bancos de tiempo (BdT), monedas sociales o redes de trueque... que no se basan en la moneda de curso legal. Entre ellas, los BdT quizás representan el modelo que plantea mayores rupturas conceptuales y posibilidades de transformación de valoración de las formas de trabajo y de las relaciones sociales. Los principios básicos de los BdT son la reciprocidad indirecta, la cooperación y la paridad. Reciprocidad indirecta quiere decir que los intercambios no son bilaterales sino multilaterales. Hablamos de cooperación porque la reciprocidad exige una dimensión social, actuar conjuntamente para conseguir un mismo fin. Y, a su vez, esta cooperación se construye sobre la paridad, el reconocimiento de que el tiempo y las distintas habilidades y saberes de cada persona son útiles y valiosas, más allá del reconocimiento que de ellas haga el mercado.

Aunque la denominación BdT sea relativamente reciente, las prácticas de apoyo mutuo y de intercambio de servicios forman parte de nuestra cultura. Para comprobarlo no hay más que leer las descripciones de la vida en las antiguas corrales de vecinos/as. Además, cómo estrategia política, estas prácticas se remontan a la tradición del socialismo utópico, si bien nunca fueron hegemónicas y cayeron en desuso tras sucesivos fracasos y las fuertes críticas planteadas por Marx y Engels contra ellas. Por ello, a pesar de que tras la I guerra Mundial y durante la gran depresión se extendieron diversas experiencias de trueque de corte defensivo, puede decirse que los BdT contemporáneas surgen con los movimientos contraculturales de los años 60 y la crisis económica de los 70. Los primeros aparecen en Canadá y se expanden rápidamente a EEUU, Australia y posteriormente al Reino Unido. De allí se extendieron al resto de Europa. El caso italiano resulta de especial interés porque allí nacen vinculadas a los movimientos feministas y a los debates sobre el uso de los tiempos sociales y la necesidad de situar los cuidados como una responsabilidad social y un derecho de ciudadanía. En nuestro país los primeros BdT aparecieron en Cataluña a principios de los 90 y hoy día hay más de 200 distribuidos por toda la península.

Es importante subrayar que no existe un modelo único y homogéneo de BdT. Sin embargo, todos tienen algo en común: cuestionan la centralidad de lo monetario en el bienestar cotidiano y reivindican lo afectivo y lo relacional como parte central de la experiencia vital. Al hacerlo proponen un cambio que es cultural y político: modificar los presupuestos que organizan el tiempo de la vida y el valor que se asigna a cada actividad, algo imprescindible si se pretende avanzar hacia una necesaria redistribución social de las responsabilidades de cuidados. Este horizonte puede parecer utópico pero es, sin duda, fundamental de cara a desarrollar formas de existencia basadas en la sencillez voluntaria y que, en última instancia, permitan el sostenimiento de una vida que merezca la pena ser vivida.

*** Astrid Agenjo Calderón y Lucía del Moral Espín son doctorandas en la Universidad Pablo de Olavide (TARACEAS S. COOP. AND.) · Este texto fue publicado en el número 7 de la Revista NOTON (Otoño 2012)

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