Beatriz Gómez Portillo · Colaboradora NOTON***
La imagen de la Sevilla feliz, ciudad que se asoma al río, receptora de las riquezas del 'Nuevo Mundo', la Sevilla de la mística, de lo dionisiaco y su feria, de las Exposiciones Universales, teje entorno así un sistema que lleva a destruir la propia característica fundacional de su existencia: El río.
Este punto, más que ser una imagen apocalíptica, se torna una realidad cuando observamos las acciones que el poder portuario quiere ejercer sobre el Guadalquivir. La intención de establecer un puerto fluvial en Sevilla, como destino para que barcos turísticos de gran calado puedan arribar, exige un dragado de un metro y medio, que está afectaría gravemente al sistema fluvial no sólo en el tramo que afecta las zonas más cercanas a Sevilla, sino en su totalidad, teniendo por tanto consecuencias irreparables para el estuario y su desembocadura en el Atlántico, tal y como indican los estudios del CSIC generados por la comisión científica del dragado del Guadalquivir.
A fecha de hoy, organizaciones ecologistas como WWF están luchando para que se actúen a favor de la paralización del proyecto portuario. En este sentido se le recuerda al presidente del Consejo de Participación de Doñana y expresidente de España, Felipe González, el acuerdo al que llegaron en Octubre de 2011 apoyando en el Pleno los datos de la comisión científica, donde el proyecto se desaconseja debido a la frágil situación en la que se encuentra el propio río. Para hacerlo efectivo se debería actuar remitiendo al Ministro de Agricultura y Medioambiente, Arias Cañete, y a su homólogo Andaluz, Luís Planas, el citado acuerdo.
En este punto es necesario hablar de las operaciones políticas y estéticas que han acompañado a todas las fases históricas de intervención en el río. Resumiendo y basándome en la periodización de Leandro del Moral, geógrafo sevillano, que ha estudiado este tema en profundidad podríamos decir que Sevilla ha pasado por fases diferentes de relación con el río: Una primera de aprovechamiento fluvial, en la que podríamos insertar las obras que con motivo de la exposición del 29, refuerzan la importancia del puerto de Sevilla, como ciudad central, y de puerto interior, ciudad prometedora de cara a la modernidad de la que pretende dotarse. Una segunda etapa: de defensa, por considerarse el río un elemento de destrucción y muerte producidas por las inundaciones, y que será finalizada con obras como el muro de defensa de Triana. Lo cual ha salvado muchas vidas y barrios. Y por último, una nueva etapa, más amable, a partir de las obras con motivo de la Exposición Universal del 92. Para esta ocasión serán construidas la esclusa y la Corta de la Cartuja. Con ellas se dotará a la ciudad de su imagen actual en la que la dársena pasa a ser prácticamente un “lago” con corriente controlada, y el río un elemento periférico de la ciudad.
Este panorama recrea una situación que inaugura una nueva relación de la ciudad con su río, segura pero aséptica, lo cual nos permite un ocio amable y estético pero que aleja el contacto con la verdadera naturaleza fluvial. Esta visión podría considerarse heredera del espíritu de la exposición universal de 1992, y afecta en general a todos los ámbitos de lo que supone habitar el espacio urbano.
Otro aspecto a tener en cuenta sería el tema de que aún en sus márgenes de carácter público quedan por desprivatizar espacios, aspecto que el ayuntamiento, tanto en la actual como en las anteriores legislaturas, siempre ha dejado en un segundo plano.
Con la feria del 92, se inaugura una etapa en la que a golpe de espectáculo va imponiendo realidades más duras, relacionadas directamente con la especulación y la repetición al infinito de una estrategia de la que parece no queremos despertar. Sólo hay que darse un paseo para ver como los terrenos actuales de la Expo son una mezcla entre parque científico tecnológico vallado - donde se inserta un parque de juegos privado, que además exalta a categoría de diversión lo que fue la invasión, expolio y genocidio del continente americano -, con los restos nostálgicos de una muestra universal que tal como vino se fue, y por tanto poseedora de dudosa legitimidad. Se encuentran de este modo escenarios que poco tienen que ofrecer al ciudadano en su experiencia directa. Los casos más flagrantes en este sentido son la construcción de la torre Pelli, impuesta absolutamente a las ciudadanas y con la que me encuentro con pocas palabra a la hora de definir la soberbia que acompaña a este proyecto, así como el destrozo paisajístico, social y natural que sobre el Aljarafe se ha ejercido una vez celebrada la exposición.
Este texto es un grito que se inserta dentro de muchos otros, para despertemos de este sueño, de esta burbuja y de esta ciudad juguete. Queremos un río vivo, limpio, una ciudad que acepte los cambios, (ya no tiene sentido la actitud atávica de la institución portuaria, en la que quiere mantener su protagonismo a toda costa) una ciudad en la que los espacios de ciencia estén realmente abiertos, en la que el juego sea realmente un aspecto lúdico, de unión entre culturas más allá de la exaltación de viejas glorias. Una ciudad, que tumbe ídolos económicos, y donde el habitar sea respetuoso con el territorio humano y natural existente.
***Beatriz Gómez Portillo es Investigadora en temas de urbanismo en la UPO. Este texto fue publicado en la Revista NOTON nº7 (Otoño 2012).
La imagen de la Sevilla feliz, ciudad que se asoma al río, receptora de las riquezas del 'Nuevo Mundo', la Sevilla de la mística, de lo dionisiaco y su feria, de las Exposiciones Universales, teje entorno así un sistema que lleva a destruir la propia característica fundacional de su existencia: El río.
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Actividad portuaria en el Guadalquivir a mediados del siglo XX |
Este punto, más que ser una imagen apocalíptica, se torna una realidad cuando observamos las acciones que el poder portuario quiere ejercer sobre el Guadalquivir. La intención de establecer un puerto fluvial en Sevilla, como destino para que barcos turísticos de gran calado puedan arribar, exige un dragado de un metro y medio, que está afectaría gravemente al sistema fluvial no sólo en el tramo que afecta las zonas más cercanas a Sevilla, sino en su totalidad, teniendo por tanto consecuencias irreparables para el estuario y su desembocadura en el Atlántico, tal y como indican los estudios del CSIC generados por la comisión científica del dragado del Guadalquivir.
A fecha de hoy, organizaciones ecologistas como WWF están luchando para que se actúen a favor de la paralización del proyecto portuario. En este sentido se le recuerda al presidente del Consejo de Participación de Doñana y expresidente de España, Felipe González, el acuerdo al que llegaron en Octubre de 2011 apoyando en el Pleno los datos de la comisión científica, donde el proyecto se desaconseja debido a la frágil situación en la que se encuentra el propio río. Para hacerlo efectivo se debería actuar remitiendo al Ministro de Agricultura y Medioambiente, Arias Cañete, y a su homólogo Andaluz, Luís Planas, el citado acuerdo.
En este punto es necesario hablar de las operaciones políticas y estéticas que han acompañado a todas las fases históricas de intervención en el río. Resumiendo y basándome en la periodización de Leandro del Moral, geógrafo sevillano, que ha estudiado este tema en profundidad podríamos decir que Sevilla ha pasado por fases diferentes de relación con el río: Una primera de aprovechamiento fluvial, en la que podríamos insertar las obras que con motivo de la exposición del 29, refuerzan la importancia del puerto de Sevilla, como ciudad central, y de puerto interior, ciudad prometedora de cara a la modernidad de la que pretende dotarse. Una segunda etapa: de defensa, por considerarse el río un elemento de destrucción y muerte producidas por las inundaciones, y que será finalizada con obras como el muro de defensa de Triana. Lo cual ha salvado muchas vidas y barrios. Y por último, una nueva etapa, más amable, a partir de las obras con motivo de la Exposición Universal del 92. Para esta ocasión serán construidas la esclusa y la Corta de la Cartuja. Con ellas se dotará a la ciudad de su imagen actual en la que la dársena pasa a ser prácticamente un “lago” con corriente controlada, y el río un elemento periférico de la ciudad.
Este panorama recrea una situación que inaugura una nueva relación de la ciudad con su río, segura pero aséptica, lo cual nos permite un ocio amable y estético pero que aleja el contacto con la verdadera naturaleza fluvial. Esta visión podría considerarse heredera del espíritu de la exposición universal de 1992, y afecta en general a todos los ámbitos de lo que supone habitar el espacio urbano.
Otro aspecto a tener en cuenta sería el tema de que aún en sus márgenes de carácter público quedan por desprivatizar espacios, aspecto que el ayuntamiento, tanto en la actual como en las anteriores legislaturas, siempre ha dejado en un segundo plano.
Con la feria del 92, se inaugura una etapa en la que a golpe de espectáculo va imponiendo realidades más duras, relacionadas directamente con la especulación y la repetición al infinito de una estrategia de la que parece no queremos despertar. Sólo hay que darse un paseo para ver como los terrenos actuales de la Expo son una mezcla entre parque científico tecnológico vallado - donde se inserta un parque de juegos privado, que además exalta a categoría de diversión lo que fue la invasión, expolio y genocidio del continente americano -, con los restos nostálgicos de una muestra universal que tal como vino se fue, y por tanto poseedora de dudosa legitimidad. Se encuentran de este modo escenarios que poco tienen que ofrecer al ciudadano en su experiencia directa. Los casos más flagrantes en este sentido son la construcción de la torre Pelli, impuesta absolutamente a las ciudadanas y con la que me encuentro con pocas palabra a la hora de definir la soberbia que acompaña a este proyecto, así como el destrozo paisajístico, social y natural que sobre el Aljarafe se ha ejercido una vez celebrada la exposición.
Este texto es un grito que se inserta dentro de muchos otros, para despertemos de este sueño, de esta burbuja y de esta ciudad juguete. Queremos un río vivo, limpio, una ciudad que acepte los cambios, (ya no tiene sentido la actitud atávica de la institución portuaria, en la que quiere mantener su protagonismo a toda costa) una ciudad en la que los espacios de ciencia estén realmente abiertos, en la que el juego sea realmente un aspecto lúdico, de unión entre culturas más allá de la exaltación de viejas glorias. Una ciudad, que tumbe ídolos económicos, y donde el habitar sea respetuoso con el territorio humano y natural existente.
***Beatriz Gómez Portillo es Investigadora en temas de urbanismo en la UPO. Este texto fue publicado en la Revista NOTON nº7 (Otoño 2012).
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