*FLORENT MARCELLESI | Estamos viviendo una crisis energética y climática profunda. Por un lado, el cambio climático es una realidad ya presente en nuestro día a día y las últimas cumbres climáticas, por desgracia, no han tomado ninguna decisión de calado que permita contener el aumento de temperatura por debajo de los 2 grados al final del siglo XXI tal y como lo ha solicitado la comunidad científica internacional. Por otro lado, estamos llegando -o ya hemos superado- el techo del petróleo, es decir su producción máxima y además la demanda del oro negro -empujada por los países emergentes- supera con creces la oferta disponible. Dicho de otro modo, la era del petróleo barato, abundante y de buena calidad, base de la globalización y de nuestras sociedades, se ha terminado.
En este contexto, la principal respuesta de los gobiernos y de las transnacionales es clara: no tocar el modelo de producción y de consumo de las sociedades opulentas y buscar nuevas fuentes energéticas, a cualquier precio social y medioambiental. Además de la producción a gran escala de agrocombustibles para dar de comer a los automóviles, la explotación de yacimientos no convencionales entra en esta dinámica de huida hacia adelante y azota el mundo entero: Estados-Unidos, China, Argentina, Suráfrica, Europa y Euskadi… La guerra energética se expande y el fracking para extraer gas no convencionalno es más que una de sus expresiones.
Sin embargo, los poderes políticos y económicos dominantes olvidan señalar un dato importante: es imposible luchar de forma eficiente contra el cambio climático y la depredación de los combustibles fósiles sin cuestionar profundamente la economía de crecimiento. De hecho, dos estudios recientes nos recuerdan algunas evidencias. Por un lado, una investigación norte-americana confirma que el crecimiento económico es el primer factor que influye en el aumento de gases de efecto invernadero (1). De hecho, según otros cálculos (2), para evitar un aumento de temperatura de más de dos grados, y teniendo en cuenta una continua mejora de la eficiencia energética, el PIB mundial tendría que bajar más de un 3% cada año, es decir hasta un 77% entre hoy y 2050. Segundo, una investigación de la Universidad de Valladolid deja claramente en evidencia que el crecimiento económico implica un aumento correlativo de la demanda del petróleo (3). Al su vez, señalemos que la presión sobre los precios de los hidrocarburos debido a la escasez, la fuerte demanda y a la especulación merma el crecimiento que tanto necesita el sistema económico… Por tanto, la dependencia a la energía fósil lleva a la sociedad a oscilar de forma esquizofrénica entre la depredación feroz de los recursos energéticos y la recesión económica con consecuencias sociales brutales. Como concluye la investigación de Valladolid, el mensaje ya no es “no se debe seguir porque es perjudicial para el planeta”, sino que simplemente “no es posible” seguir por este camino.
Ante este panorama global, el reto está en cambiar nuestro modelo económico en general y energético en particular, hacia un nuevo paradigma capaz de afrontar a la vez el cambio climático y el techo del petróleo. En este camino, necesitamos objetivos y prioridades claras: una reducción en 2020 del 40% de las emisiones de CO2, la disminución de la demanda total de energía en un 30% para 2020 respecto a 2007 y el 100% de producción energética a través de fuentes renovables en 2040 (4). A nivel energético, estas metas se pueden alcanzar gracias a una serie de alternativas eficaces y seguras: la gestión de la demanda que implica cuotas de consumo y emisiones máximas así como una tasa carbono para la industria, una planificación ambiciosa hacia la reducción del consumo energético, una fuerte inversión en energías renovables y eficiencia energética, así como la descentralización de la producción para que consumamos localmente lo que producimos localmente, el incentivo del autoconsumo y la autosuficiencia energética de los barrios y pueblos, el premio a las pequeñas instalaciones de energía renovable, la eliminación de las subvenciones, directas e indirectas, a los combustibles fósiles. Además, recordemos que, según el informe ‘Cambio Global España 2020/50. Energía, economía y sociedad’ de la Universidad Complutense de Madrid, se podría prescindir totalmente de la energía nuclear sin afectar a la seguridad de suministro de energía eléctrica en un tiempo razonable.
Más allá de las cuestiones energéticas, lo que necesitamos es construir una sociedad donde seamos felices dentro de los límites ecológicos del planeta, sin necesidad de recurrir al crecimiento. Esta “prosperidad sin crecimiento” significa una apuesta firme por la relocalización de la economía, los circuitos cortos de producción y consumo, la soberanía alimentaria, la agroecología, un urbanismo y una movilidad sostenibles… Significa repensar nuestra organización social y nuestra relación con la naturaleza para que las generaciones presentes y futuras, tanto en el Norte como en el Sur podamos vivir bien en un planeta finito.
04/10/2012
***Artículo publicado en el monográfico “Fracking: una apuesta peligrosa” de la plataforma Fracking Ez Araba.
*Florent Marcellesi es investigador y activista ecologista, ecologista, miembro de Desazkundea y de Equo
(1) José A. Tapia Granados, Edward L. Ionides, Óscar Carpintero (2012): Climate change and the world economy: short-run determinants of atmospheric CO2. Environmental Science & Policy.
(2) Marcellesi, Florent (2011): “Las sirenas del crecimiento“, Público, 23-08-2011.
(3) Margarita Mediavilla, Carlos de Castro, Iñigo Capellán, Luis Javier Miguel, Iñaki Arto, Fernando Frechoso: La transición hacia energías renovables: límites físicos y temporales, Escuela de Ingenierías Industriales, Universidad de Valladolid. Más información: http://www.eis.uva.es/energiasostenible/?p=405
(4) En el sector eléctrico, véase el informe “Propuesta ecologista de generación eléctrica para 2020″ (2011) de Ecologistas en Acción.
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