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Trabajar, consumir… ¿vivir?

Florent Marcellesi | En las sociedades industrializadas, hablar de consumo significa de forma intrínseca e interdependiente hablar también de trabajo. En otras palabras, realizar una transición exitosa hacia un mundo socialmente justo y dentro de los límites del Planeta(1) implica pensar la diada trabajo-consumo en todas sus dimensiones e interconexiones y proponer nuevas pistas socio-políticas en el ámbito laboral desde una perspectiva ecológica.

Sociedad del trabajo, sociedad del consumo

Según Hannah Arendt (1958), la sociedad asalariada es básicamente una sociedad de consumo que ha pasado de ‘la producción para satisfacer las necesidades’ al ‘consumo para dar trabajo a las personas asalariadas y hacer funcionar las industrias’. El modelo socio-económico actual empuja a trabajar más, para ganar más e, in fine, consumir y producir más. Esta dinámica circular “producción=>empleo=>consumo=>producción…”, que estructura el tiempo social dominante, se fundamenta en la acumulación de riqueza material a través del predominio del trabajo remunerado llamado “productivo”(2) que genera rentas para garantizar un poder adquisitivo orientado al consumo de masas, que a su vez alimenta la máquina productiva que generará empleo y más consumo, etc.. Esta lógica no está en ningún caso inscrita en la genética humana sino que es el resultado de una evolución histórica e ideológica fomentada por:
  • La conversión a partir de la revolución industrial de las masas al trabajo asalariado.
  • El fordismo, es decir el aumento del poder adquisitivo de la clase obrera para que pueda comprar su propia producción. Es de matizar que en estos últimos veinte años las rentas del trabajo, y por tanto el poder adquisitivo de gran parte de la población española, se han visto mermadas en detrimento de las rentas del capital, pasando en España de casi un 70% de la renta nacional a principios de los noventa, a un 60% hoy.(3)
  • La institucionalización o aceptación como norma de mecanismos que vinculan trabajo y consumo, como por ejemplo la inversión de los aumentos de productividad en el refuerzo del poder adquisitivo. Paralelamente durante estos últimos años en España, estos aumentos de productividad no se transforman en menos horas trabajadas(4).
Dentro de esta construcción social, el trabajo-empleo y el consumo se vislumbran como dos instituciones económicas y socializantes centrales, y totalmente interrelacionadas. No solo estamos en la sociedad del “quién no trabaja, no come”, sino también del “quién no trabaja, no consume” y “quién no consume, no crea empleo”(5). Este tipo de sociedad se distingue por algunas de las características siguientes:
  1. El sistema necesita a las personas como trabajadoras y como consumidoras: Para alimentar el crecimiento económico continuo y la promesa del pleno empleo, trabajar y consumir se convierten en deberes casi patrióticos e indiscutibles de la ciudadanía moderna. Como el crecimiento tiene que aumentar más rápido que la productividad (que no para de crecer) para seguir creando empleo, las líneas políticas y sindicales dominantes son un llamamiento constante al consumo y al aumento del poder adquisitivo. El consumo se transforma asimismo según la expresión de Jean Baudrillard (1974) en un “trabajo social” donde la lógica industrial moviliza al consumidor como “trabajador del consumo” por el bien del sistema y por el bien del individuo, que no tiene porqué corresponder con el de la colectividad, de las generaciones futuras y del Planeta.
  2. El trabajo remunerado y el consumo son dos de las herramientas actuales más potentes de la socialización identitaria: a través de los salarios y del Estado del Bienestar, el trabajo remunerado no solo protege al individuo sino también le permite una participación activa en la sociedad de consumo de masas y un estatus social gracias al “lenguaje de los bienes materiales” (Jackson, 2010). Por el contrario, la ausencia de trabajo y de sueldo —y consecuentemente, de no acceso a la sociedad de consumo— casi siempre desembocan en un proceso de frustración personal y exclusión social(6). Esta dinámica, descrita por André Gorz, conlleva la coexistencia en la sociedad de una aristocracia de personas trabajadoras, en mayor o menor medida protegidas e integradas en la sociedad de consumo, con un «precariado» dedicado a labores menos cualificadas e ingratas y una masa creciente de personas desempleadas, ambas categorías en riesgo o en proceso de exclusión de la sociedad del tener(7).
  3. La jornada a tiempo completo sustenta el sueño consumista: existe un consenso cultural político, empresarial, sindical y ciudadano para considerar la jornada completa como norma intocable, ya que podrá a su vez garantizar a la persona trabajadora un poder adquisitivo a la altura de sus hipotecas bancarias y de la avidez promocionada por la máquina publicitaria y la innovación permanente. De hecho, la mayoría de las personas que trabajan a tiempo parcial afirma que “su situación laboral de media jornada no se debe a su propia elección, sino a las necesidades de la empresa o a la situación laboral general del país”(8). Sin embargo, el pleno empleo con el 100% de la población activa a jornada completa es un espejismo y un peligro. En 2010, para mantener el nivel de producción y consumo alcanzado, ya de por sí muy por encima de los límites ecológicos, tan solo se requería que las personas activas dedicaran a la semana 19 horas de media al trabajo remunerado(9). Por último, la jornada completa influye en la cesta de la compra ya que por la falta de tiempo debido a la dedicación al trabajo remunerado, necesitamos comprar productos que implican un elevado gasto de energía, carbono y materiales de desecho (comida precocinada y empaquetada, billetes de avión para un fin de semana, etc.).
  4. El trabajo y el consumo tienen género: al ser la fuerza de trabajo una mercancía más, existe una invisibilización económica y social de todos los trabajos no remunerados, empezando por el trabajo doméstico principalmente realizado por las mujeres(10). Esta “doble jornada” también provoca una desigualdad de género en el acceso a la sociedad del consumo puesto que las mujeres disponen de menos tiempo libre y de menores recursos derivados del trabajo remunerado. Desde una perspectiva socio-ecológica, eso no se arregla incorporando a las mujeres en la economía de mercado sino a los hombres en la economía de los cuidados y de la vida.
  5. El modelo de ciudad y territorial está pensado para trabajar, desplazarse (con motor) y consumir: El urbanismo moderno, heredado del funcionalismo industrial, plantea una ciudad con zonas especializadas, separando usos residenciales, actividades económicas y de ocio. Eso supone un transporte cotidiano obligatorio, verdaderotrabajo fantasma(11)que administraciones públicas y empresas tienden a trasladar a las personas trabajadoras en su tiempo libre (Naredo, 2002)(12). Este sistema de movilidad tiene un precio energético. Por ejemplo, el Estado de Utah (EEUU), al implementar la semana laboral de cuatro días para los trabajadores del sector público y evitar los trayectos domicilio-trabajo un día a la semana, redujo las emisiones de carbono en 4.546 Tn y el consumo de petróleo en 212.000 barriles (Coote et al., 2010).

Hacia una política laboral ecológica

A continuación, se exponen algunas ideas-clave para reducir el consumo material desde una perspectiva laboral y del re-equilibrio de los tiempos de vida, teniendo en cuenta que el tiempo es un bien escaso. Como aviso previo, estas ideas solo tendrán sentido si se integran dentro de un marco propositivo coherente y más global, que aquí, por razones obvias de espacio, no se desarrolla. En un mundo dominado por la complejidad, no existe una solución única y será necesario un conjunto de reformas a corto, medio y largo plazo desde una reconstrucción ecológica de la macroeconomía hasta un cambio cultural para salir de la lógica social del consumismo, pasando por una relocalización de la economía y nuevas políticas urbanísticas, territoriales y energéticas (véase, entre otros, el decálogo para una “prosperidad sin crecimiento” en Marcellesi, 2011).
Primero, si queremos alcanzar un estado estacionario, el reparto del trabajo es “la solución más simple y más citada para mantener el empleo sin aumento de la producción” (Jackson, 2009). Efectivamente, como hemos comentado, es posible mantener teóricamente la producción española con una media de 24,5 horas de trabajo remunerado semanal por persona activa. Además, en una sociedad donde el empleo es un valor socio-económico tan profundamente arraigado, esta medida permite evitar la exclusión social creada por el desempleo. Ahora bien, no solo se trata de trabajar menos para trabajar todos/as siguiendo los mismos patrones insostenibles de producción y de consumo, sino de hacerlo dentro de otro sistema socio-económico en armonía con la biosfera, con una mayor calidad de vida en general y unas mejores condiciones de trabajo en particular (reduciendo las horas extras, el estrés, la intensidad y los accidentes laborales, etc.). Un reparto del trabajo, tanto en la esfera productiva como reproductiva, que combine a la vez justicia social y ambiental, supone como primer paso repensar y decidir democráticamente :
  • El proyecto social deseable y realista según la capacidad de carga ecológica disponible.
  • Las necesidades colectivas y el nivel de consumo aceptable asociadas al mismo.
  • Cómo y dónde invertir la fuerza de trabajo para hacerlo realidad.
Asimismo, vivir bien en un mundo eco-solidario implicará indudablemente un mayor desarrollo de sectores ricos en empleo verde y poco intensivos en energía (agricultura ecológica, cuidado a las personas(13), artesanía, economía social, energías renovables, etc.) y, al revés, una contracción para los intensivos en energía fósil y/o especulación financiera (industria manufacturera, sector automovilístico, pesca industrial, bancos y seguros, etc.) (Gadrey, 2010). En este sentido, varios informes sectoriales confirman que a menor consumo energético y mayores beneficios ambientales, se necesita más “empleo verde”(14). Sin embargo, dentro de este largo proceso de “destrucción creativa”, es difícil concluir si y en qué medida un modelo social ecológicamente viable implicaría en su conjunto más horas trabajadas de media por persona que el actual modelo insostenible(15).
A pesar de esta incertidumbre inherente a un cambio profundo de modelo productivo, el reparto del trabajo tiene que ir complementado por nuevas expectativas laborales en torno a la duración óptima de una semana laboral “normal”. La New Economics Foundationpropone por ejemplo el establecimiento de la jornada de 21 horas(16) que además de beneficios directos para la justicia social y una economía próspera tiene efectos positivos directos sobre el consumo:
  • Al reequilibrar los tiempos de vida entre trabajo remunerado y no remunerado, vuelve a dar valor social y económico a los trabajos domésticos, voluntarios, artísticos, políticos, culturales, autónomos, etc.: el tiempo social dominante, de forma cuantitativa y cualitativa, ya no es el de la producción y del consumo (de alto carácter androcéntrico) sino que el trabajo para sí y la colectividad (de alto carácter biocéntrico e igualitario) pasa a estructurar la sociedad. Estas actividades priman las relaciones humanas, con la naturaleza y la construcción colectiva y tienen una huella ecológica reducida, pues suelen ser poco intensivas en energía y materiales. Este nuevo tiempo social supone asimismo una oportunidad de distribución más justa de las tareas domésticas y de cuidado entre mujeres y hombres que, para ser efectivo, necesitará en paralelo un profundo cambio cultural, educacional y mental.
  • Si dedicáramos menos tiempo al trabajo remunerado, podríamos aumentar sustancialmente tanto nuestra incorporación en circuitos cortos de producción y consumo (cooperativas, grupos de consumo, bancos de tiempo, etc.), como nuestra capacidad de producir parte de lo que vamos a consumir (alimentos, energía, etc.). Son actividades que requieren una mayor energía humana (relaciones sociales, trabajo manual o físico) y por tanto una mayor dedicación de tiempo, que a su vez no se invertirá en actividades contaminantes.
  • La reducción de la jornada laboral es una apuesta por transformar los aumentos de productividad en tiempo libre no consumista y, al mismo tiempo, en una autolimitación de las necesidades personales (para no caer en el efecto rebote).
  • A nivel macro, abre la posibilidad de una reducción de la factura energética: por ejemplo si los estadounidenses decidieran acortar su semana laboral a la altura de los países europeos(17), EEUU consumiría un 20% menos de energía, lo cual supone un acercamiento muy importante a los objetivos del Protocolo de Kyoto (Rosnick, Weisbrot, 2006).
  • Para que estas reducciones sean eficientes, son imprescindibles políticas que reduzcan también el tiempo de transporte domicilio-trabajo como mediante la instauración de la jornada de 4 días o reestructuraciones urbanísticas que apuesten por la ciudad compacta y la mezcla de usos residenciales, económicos y de ocio.
Es indudable también que una reducción de la jornada laboral conllevará por un lado una disminución relativa del sueldo, y por otro, partiendo de la premisa que se puede vivir una vida sostenible con una renta monetaria inferior a la actual(18), una sustitución del concepto de poder adquisitivo por el del “poder de buen vivir” (Marcellesi, 2010). Para ser creíble y tener en cuenta las dificultades de una transición hacia otro modelo, esta visión supone pensar una sólida política de la renta en torno a tres ejes:
  1. A corto-medio plazo, un incremento del salario mínimo para paliar la disminución de renta de las personas trabajadoras, evitando así que las más desfavorecidas caigan trampa de la pobreza.
  2. A corto-medio plazo, el establecimiento de una renta máxima para garantizar una redistribución justa de la riqueza, una mayor cohesión social —altamente necesaria ante los cambios colectivos por venir para enfrentar la crisis ecológica— y una reducción del poder adquisitivo de las categorías que hiperconsumen por encima de las capacidades de la Tierra(19).
  3. A medio-largo plazo, el establecimiento de una renta básica de ciudadanía como clara apuesta por recuperar la propiedad de nuestra fuerza de trabajo y de invención para decidir dónde dedicarlas, promoviendo las actividades autónomas con un mejor impacto medioambiental (Marcellesi, 2010).
Sin duda, es posible y necesaria una política laboral ecológica que ayude a romper la “caja de hierro” del consumismo. Trabajo y ecología van de la mano para que no perdamos nuestra vida consumiéndola sino desarrollándola hacia nuestra emancipación personal y colectiva dentro de los limites ecológicos del Planeta.
16/06/2012 · Florent Marcellesi
*Teórico de la ecología política y cercano a los movimientos altermundialistas, conjuga sus trabajos de investigación y publicaciones con una intensa actividad en el movimiento verde español, francés y europeo. Es coordinador de Ecopolítica, miembro de Bakeaz y del consejo de redacción de la revista Ecología Política.
***
***Artículo publicado en el informe Consumo y Estilos de vida (CRIC), dentro del Programa Cambio Global España 2020/50, del Centro Complutense de Estudios e Información Medioambiental – CCEIM.

Referencias:
Anna, Jane Franklin and Andrew Simms (2010): 21 horas: Por qué una semana laboral más corta puede ayudarnos a prosperar en el siglo XXI, New Economics Foundation. Disponible en castellano en http://www.ecopolitica.org/
Arendt, Hannah (1958): La condición humana, Paidós Ibérica, Edición 2005.
Baudrillard, Jean (1974): La sociedad de consumo. Sus mitos, sus estructuras. Barcelona: Plaza & Janés, S.A. Editores.
Gadrey, Jean (2010): Adieu à la croissance. Bien vivre dans un monde solidaire, Les Petits Matins/Alternatives économiques.
Illich, Ivan (1973) Energía y equidad. Barral Editores. Barcelona, 1974
Jackson, Tim (2010): Prosperity without growthEconomics for a finite planet, Earthscan, London
Marcellesi, Florent (2010): “Una renta básica de ciudadanía para vivir mejor con menos”, en Ecología Política, nº40, invierno 2010.
Marcellesi, Florent (2011): “Las sirenas del crecimiento”, Público, 23 de agosto del 2011.
Naredo, J.M. (2002): Configuración y crisis del mito del trabajo. Scripta Nova, enRevista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, vol. VI, nº 119 (2), 2002.
Rosnick, David y Weisbrot, Mark (2006): Are Shorter Work Hours Good for the Environment? A Comparison of U.S. and European Energy Consumption, Center for Economic and Policy Research.
Notas:
(1) Este artículo parte de la hipótesis de que el modelo de producción y consumo actual no es sostenible por superar en un 50% la biocapacidad mundial. Además, si tuviéramos que mantener el mismo grado de opulencia, la economía tendría que ser en el año 2050 con una población mundial de 9.000 millones de personas 15 veces mayor (Jackson, 2009).
(2) Desde el siglo XIX y principalmente el economista clásico Ricardo, la riqueza se obtiene a través del trabajo ejercido sobre objetivos materiales e intercambiables, a partir de los cuales el valor añadido es siempre visible y mensurable.
(3) Más información en “Las reglas de distribución capital/trabajo han cambiado profundamente en los últimos 20 años”, Disponible en: http://www.joserodriguez.info/bloc/?p=4820
(4) Tras experiencias como la ley de 35 horas semanales en Francia (1998) bajo el lema “Trabajar menos para vivir mejor”, han resurgido políticas y lemas opuestos como “Trabajar más para ganar más” del actual presidente francés Sarkozy. Por otro lado, para hacer frente a la crisis, el gobierno portugués decidió en octubre del 2011 aumentar la jornada laboral en el sector privado de 30 min / día. En España, según datos del Instituto de la Mujer, el tiempo de trabajo remunerado no ha dejado de aumentar entre 1996 y 2006 tanto para hombres (de 3h10 a 4h28/día) como para mujeres (1h23 a 2h31/día).
(5) En tiempo de crisis, se activa de forma aún más paradigmática este marco conceptual y cultural: bien antes de la crisis actual, ya en plena recesión en Estados Unidos del 1950, se podían leer lemas afirmando: “una compra hoy, un desempleado menos mañana, ¡quizás tú!” (Galbraith, John Kenneth (1967): El nuevo Estado industrial, 3º edición. Ed. Sarpe, 1984, Madrid).
(6) Eso no implica que las personas que tengan un trabajo y puedan acceder al consumo de masas sean felices. Según el barómetro europeo, el nivel de insatisfacción laboral era de un 45% en 2007 en España. Además, como comentaba Illich, la tasa de crecimiento de la frustración excede ampliamente a la de la producción.
(7) La Encuesta de Población Activa (INE, segundo trimestre 2011) estima que las personas ocupadas a tiempo completo representan un 66% (con una media de 36,6 horas trabajadas a la semana) y las personas desempleadas un 21%. Mientras tanto, es complicado calcular el número de trabajadores precarios/as aunque no parece descabellado sumar todas aquellas personas empleadas por las ETT (381.046 según el Boletín de Estadísticas Laborales en el primer semestre 2011), a tiempo parcial de forma no deseada (más de 2 millones), con contrato temporal de forma no deseada, sin protección de la Seguridad Social o sin papeles, sin condiciones decentes de seguridad o de salud laboral, etc.
(8) Fuente: http://trabajo.excite.es/los-trabajadores-prefieren-la-jornada-completa-N9569.html
(10) En todos los países europeos, las mujeres trabajan diariamente más (sumando trabajo remunerado y no remunerado) que los hombres (la diferencia es de 56 minutos al día en España). Eurostat (2004), How Europeans Spend Their Time. Everyday life of women and men (Data 1998-2002), European Communities.
(11) Illich ha definido el trabajo fantasma como «la actividad no asalariada y no productiva necesaria para la transformación de valores de cambio en valores de uso o viceversa».
(12) Solo calculando los desplazamientos pendulares, una persona trabajadora en España pasa de media 57 minutos / día en su trayecto domicilio-trabajo, ascendiendo en la Comunidad de Madrid a 78 minutos cada día, es decir 1 año en la vida de una persona trabajadora. (Servicios de Estudios de La Caixa, (2008): “¿Cuánto cuesta ir al trabajo? El coste en tiempo y en dinero”).
(13) En 2002, Mª Ángles Durán calculaba que, asumiendo que en los siguientes cinco años se trasvase al sector monetarizado solo una décima parte de la producción actual de cuidados a adultos en los hogares españoles, equivaldría a 259.000 puestos de trabajo (La Contabilidad del tiempo, en Praxis Sociológica 6, Universidad de Castilla-La Mancha, 2002).
(14) Véase por ejemplo el estudio “Sistemas de reutilización y reciclado para envases de bebidas, desde una perspectiva de sostenibilidad” (PricewaterhouseCoopers, 2011) o el Proyecto Eco-Empleo de la Fundación Conde del Valle de Salazar y Comisiones Obreras.
(15) En este nuevo escenario, parece necesario también, tal y como propone Jorge Riechmann, (re)formular una ética ecológica del trabajo.
(16) 21 horas es una cifra aproximada de la media que la gente en edad de trabajar en Gran Bretaña —donde se realizó el informe inicial— pasa en el trabajo remunerado, y es un poco más de lo que de media se pasa en el trabajo no remunerado. En España, sería de aproximadamente 25 horas.
(17) Una persona trabajadora en Estados Unidos trabaja una media de 1.817 horas / año y en Europa 1.650 horas. En España, la jornada pactada anual en media ponderada es de 1.780 horas.
(18) Como defiende Álvaro Porro, “el Consumo Consciente y Transformador, entre otras cosas, es un “cambio de prioridades” también en lo económico: gastamos menos en algunas cosas y más en otras” en“¿El consumo consciente es caro? Consumir menos para consumir mejor.” Opcions n 32. Invierno 2009/2010
(19) Europe Écologie-Les Verts, el partido ecologista francés, propone la creación de una “Renta Máxima Aceptable”, fijada a 33 veces la renta mediana, es decir 44.000 euros mensuales en Francia. Encima de este umbral, la tasa de imposición sería del 80%.

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