Cuando un lanzador de peso ejecuta su lanzamiento, hay dos formas de atender. Algunos prestan atención al área de lanzamiento, a los movimientos del lanzador, su coordinación, la estampa de su cuello, la precisión de su despliegue. Otros, por el contrario, sólo miran a la zona de caída, sólo se fijan en el impacto de la bola de acero, en la distancia que alcanza el lanzamiento, en los resultados.
Desde el 15 de mayo, con una algarabía tomando plazas en una ocupación en bosquejo, mucho hombre de profesión ‘político’, mucho gurú low cost de los medios de comunicación, parcheando su visión, sólo han querido ver la caída de la bola de acero. Esto es, lo aparente. Las clases de shiatsu en Sol, los talleres de globoflexia, la caótica de unas concentraciones que tras quince días parecían llevar un trienio, las jardineras con albahaca y hierbabuena, los portavoces más o menos locuaces, las asambleas más o menos lúcidas. Es decir, lo irrelevante. Criticaron primero la desorganización de la acampada, después criticaron el nacimiento de jerarquías. Criticaron la voluntad electoralista de los movimientos, para más tarde criticar la continuidad pasadas las elecciones. Qué más daba todo eso.
Lo importante del 15M es todo lo demás. La noticia está en el área de lanzamiento. En como la sociedad por fin arma su brazo, se articula, se coordina (peor, mejor, pero se coordina) y lanza su mensaje. Una sociedad que despierta de la sedación y se revuelve. Se revuelve con la rabia que emana de estas heridas que han horadado nuestro futuro. Se revuelve ante unos equipos políticos que pretenden curarlas recurriendo a los mismos doctores perversos que contribuyeron a infectarlas. No miréis sólo a la bola, mirad al lanzador y sus razones.
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