Un mes después de proclamarse la República, en mayo de 1931, las masas populares de la ciudad de Málaga se presentaron ante el monumento del marqués de Larios, un conjunto escultórico compuesto por la estatua del susodicho noble, una mujer alegoría de Málaga que ofrecía sus hijos al marqués y un obrero alegoría del trabajo. En una nueva España que se definía a si misma como "una República de trabajadores de todas las clases" ¿Qué mejor que colocar al obrero en la cúspide del pedestal?
Así, las masas, en consonancia con su nuevo estatus, decidieron modificar el monumento, ascender al obrero con su pico a lo más alto y acompañar a su ilustrísima hasta el puerto, dónde hasta los años cuarenta pudo descansar entre los peces en el fondo del mar.
Los nada hoy, toda han de ser, La Internacional.
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