originalmente brumaria
El pasado sábado 15 de enero el Consejero de Cultura de la Región de Murcia, Pedro Alberto Cruz, sufrió una brutal agresión a manos de unos desconocidos; hasta ahí la noticia aparecida en los media. Vaya por delante nuestra más absoluta repulsa por tan lamentable hecho y nuestro deseo de su pronta recuperación y el esclarecimiento del acontecimiento (en sus términos políticos o no políticos). La información y escasa interpretación que los media han dado del ataque es uniforme en todos ellos; la información acerca del protagonista, nula. Eso sí, los aparatos de los partidos mayoritarios del capital parlamentarismo patrio han puesto su máquina de fabricación de política basura a pleno rendimiento: cuanta más mierda, mejor que mejor.
El contexto económico, social y político en el cual se ha producido la agresión merecería un detallado análisis que excede la intención de estas líneas de urgencia. Baste no obstante señalar que el viejo y nuevo fantasma reivindicativo y de resistencia que recorre Europa y el norte de África, pasaba unos días en Murcia; que unos imbéciles descerebrados hayan aprovechado la ocasión para atentar contra el Consejero no deja de ser un acto vandálico al servicio de la cuenta de resultados electorales del Partido Popular. Murcia y su Gobierno autonómico han venido ejercitando, bajo el paraguas del neoliberalismo rampante, una reconversión industrial del capitalismo del hormigón al capitalismo cognitivo con episodios complejos que exceden sobradamente la escala territorial y económica de la región; el crecimiento urbanístico desmedido, la importación de mano de obra barata, la apuesta por iniciativas de ocio y turismo de altos vuelos y la hegemonía política de un liberalismo de guante blanco se han visto sometidos a un encontronazo social que rompía el equilibrio tracción económica/compresión presupuestaria. Por encima de todo ello la decrepitud de un Gobierno central en fase de descomposición política, moral e ideológica.
Pedro Alberto Cruz es un personaje único en el contexto político cultural español y si se nos apura, en el contexto europeo (qué más quisieran en el partido de Pajín y Zapatero tener a alguien parecido). Sobradamente formado e ilustrado, máxime teniendo en cuenta su juventud, ha pasado de la teoría del arte a la representación y gestión política sin grandes desgarros (los disgustos se los llevaban algunos de sus defensores y cercanos) y con absoluta comodidad. Siempre quedaba el interrogante: ¿qué pinta este hombre en el mismo barco que la montaraz analfabeta Esperanza Aguirre? Pues pinta y mucho; de facto era, y ahora más que antes, un más que probable candidato a ocupar la cartera de Cultura en el más que previsible futuro gobierno de Mariano Rajoy (el abogado arribista de León y sus comparsas se lo están poniendo fácil, a huevo).
Cruz es mucho más conocido en el sistema del arte español que en el entramado político que lo cobija. Impulsor, gestor y artífice de una red discursiva, editorial, académica y expositiva marcadamente suya, ha logrado colocar a Murcia en el mapa macro de las artes visuales en España con programas abiertos que nadaban entre el acierto y el disparate, con una rentabilidad social y cultural pendiente se ser evaluada. A su favor, las actividades del CENDEAC, en su contra la alocada política de centros con affaires tan turbios como La Conservera (le vino impuesto desde “arriba”) o tan berlangescos como la contratación millonaria de Zizek y Critchley por los mismos gestores que contratan a las estrellas del rock. En todo caso, y a pesar de que las organizaciones sectoriales de las artes visuales no terminen de saberlo, Murcia, Madrid Barcelona y León están protagonizando el desdibujamiento, en ningún caso crítico, de la esquizofrénica red autonómica del arte en España; ese desdibujamiento, que no reconversión, coincide con la política de recortes en cultura fruto de las medidas de ajuste presupuestario, recortes contra los cuales se están levantando las voces más reaccionarias y pancistas del sector.
Estimado Pedro, hoy en el decrépito ABC, nos desayunamos con tus declaraciones a La Verdad: “He sufrido un atentado terrorista”. Hombre, aunque sea a La Verdad, sabes sobradamente que no es verdad; sabes, has escrito sobre ello con conocimiento, acierto y rigor, que con la palabra terrorismo hay que ir con mucho cuidado. El ataque del que has sido víctima está más dentro que fuera de los límites de la democracia (qué asco de palabra) que estáis construyendo. Fijo que te sobra capacidad para asumirlo. También sabes que detrás de ello no están quienes trabajan por un mundo mejor, sin ultrajantes desigualdades. En 2008, en el seminario que organizamos en el CENDEAC, Iconoclastia/Iconolatría, te referiste en tu conferencia a lo obsceno como aquello que no se puede ver y a la pérdida de cualquier valor de las imágenes de extrema violencia vehiculadas a través de los telediarios; hoy, con toda probabilidad, tus palabras de entonces acaso adquieran más relevancia semántica. Ojalá tus heridas curen pronto. Las heridas sociales que el liberalismo está causando en tu región tardarán mucho más en cicatrizar si es que alguna vez lo hacen.
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