
En un artículo anterior se comentó como AVATAR cambiaba los parámetros clásicos de Hollywood, al invertir la relación habitual maniqueísta entre buenos y malos. Si bien es cierto que a través de la ficción planteada el film coloca la balanza de la justicia en la parte extraterrestre – es decir en el otro-, no lo es menos que esta cinta es un remake de películas anteriores como Pocahontas, Bailando con Lobos, El Último Samurai o la Misión , por citar sólo algunos ejemplos. Por tanto en el argumento no encontramos a priori ninguna novedad.
Lo único realmente nuevo de la película y lo que le ha dado más bombo en los medios de comunicación es haber sido realizada mediante una costosísima y novedosa técnica en 3D. En realidad el uso de la tercera dimensión no es más que un juego óptico – de los que la historia de la cinematografía está llena –, ¡y Dios quiera que no se imponga esta técnica! Porque sería uno de los últimos pasos para acabar con el arte en el cine y transformarlo definitivamente en un espectáculo de masas intrascendente, más circo en tiempos de crisis (y no me refiero solamente a la económica).
La tensión revolucionaria que expresa el film puede ser – y de hecho es – un arma de doble filo, de una parte podríamos afirmar que la película lleva a un alzamiento contra el actual estado de cosas. Un grito por Gaia, por el aire puro y por la paz mundial, claro que esto ocurrirá siempre que nos identifiquemos con los habitantes del ficticio mundo de Pandora. Pero estos altos y robustos alinígenas son muy diferentes de la princesita de Disney Pocahontas, ellos son azules y la india americana no, también ella es un poco más bajita. La hiperrealidad del film, hace que su sentido subversivo quede claramente reducido a la ficción y aunque en un primer momento su voz diga ¡Hay que cambiar el mundo y exigir justicia social!, una segunda voz, más sutil pero siempre constante, nos recuerda que esto no es real, los buenos sólo triunfan en las películas, mañana volveréis al trabajo y os olvidaréis de todo esto.
Hay que recordar, que el sentido de la propia película no es otro que el rellenar de muñequitos azules los restaurantes de McDonal’s, las jugueterías del Corte Inglés y las carteras escolares de los niños. Avatar es una película que juega a ser antisistema, pero está realizada por y para el sistema, es un ejercicio de apropiación por parte de la lógica del mercado de una gran parte de los ideales y sueños revolucionarios. De este modo, los mensajes emancipadores son mostrados desde una lógica infantiloide – porque pensar en cambiar el mundo es sólo cosa de niños, nada que tenga que ver con la realidad – y por tanto no puede evitar caer en estereotipos pseudohippies amplificados por diálogos planos y personajes vacíos.
Salve decir que está bien que se vean estas películas, mucho mejor que cualquiera de Rambo persiguiendo a “terroristas” norvietnamitas. Pero si hemos llegado a un punto en el que los mensajes de movilización social son recibidos sentados en una sala de cine atiborrándonos de palomitas y con gafas propias de rompe techos – una de mis diversiones durante la película era mirar atrás y ver las caras de los espectadores con las gafas – es que algo no está funcionando bien.
Aún así, en esta novela romántica entre una Pocahontas azul y un marine parapléjico, hay algo que es interesante destacar. El enemigo de los lugareños de este hermoso planeta, no es ninguna nación de la Tierra, sino una empresa minera extranjera – algo así como una Cobre las Cruces con su propio ejército corporativo armado hasta los dientes –. La diferencia con las anteriores películas nombradas es muy cualitativa; si bien en los films que hemos reseñado como imitados por esta cinta la agresión provenía por una nación con ansias coloniales, en le caso que nos ocupa el asunto es mucho más perverso porque la violencia tiene un carácter privado.
Este último elemento de la película me parece bastante fundamental, porque de forma sencilla resume el que en la actualidad es el mayor peligro para nuestras democracias: el crecimiento de un poder corporativo sin bandera y sin escrúpulos, que como en el caso de Boliden y el desastre de Aznalcóllar, no es responsable de sus actos, por muy dañinos que estos sean y sólo responde a un fin EL DINERO.
A pesar de la crítica, que es sólo un ejercicio de reflexión, la película está bien para pasar el rato. Vayan al cine, diviértanse, disfruten de la felina Pocahontas y su romántico héroe, pero desconfíen del supuesto mensaje subversivo.

buen blog, tiene buenos contenidos, gracias por dejar tus comentarios en el mio.
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