El Día después del 15-O, preocupa apreciar la falta de puentes entre la civilidad movilizada por las calles del planeta, como familias, individuos, grupos de interés, reclamando un nuevo orden mundial, y la institucionalidad.
Esos indignados han colocado un hito en la política internacional, pero actuando como marginales de la institucionalidad, sin proponerse realizar los cambios desde el interior del Estado, es decir ganando políticamente la institucionalidad democrática y republicana de las sociedades.
Divisamos a los dirigentes estudiantiles chilenos en París, hablando en La Sorbonne, emitiendo un discurso enfervorizado sobre los cambios que reclaman en su extenso conflicto de ya 5 meses. Sin embargo, no se advierte tras su propuesta una capacidad política para canalizar esta energía social hacia los niveles de la política y la democracia representativa. Esa falta de voluntad ha llevado a buscar un fortalecimiento de posiciones, sumando adhesiones internacionales, pero queda allí el balón, boteando en el área chica, sin que nadie decida jugar el partido real, entrando marcar el gol, a consolidar aquello en lo que fue cediendo el gobierno.
Divisamos a los dirigentes estudiantiles chilenos en París, hablando en La Sorbonne, emitiendo un discurso enfervorizado sobre los cambios que reclaman en su extenso conflicto de ya 5 meses.
Las demandas escalonadas en una negociación son síntoma de una falta de voluntad negociadora. Para actuar en política se requiere mucho más que clientelismo o espaldas mediáticas; se requiere capacidad política para ganar alianzas y lograr que los principios que animan la posición del movimiento social, queden plasmados en un nuevo orden jurídico. Mientras no se alcance esa meta de ir amarrando los avances objetivos y apostar por lograr las mayorías que permitan implementarlos en ese nuevo trato social, el movimiento no ha ganado nada y una marcha atrás, con endurecimiento de posiciones, podría empantanarlo todo y llevar por cansancio a una nueva frustración.
No se puede realizar una revolución a partir de los estudiantes, como tampoco puede hacerse desde los desempleados o los jubilados y montepiados. Es necesario que se articulen plataformas políticas más amplias, que impliquen a trabajadores, comerciantes, transportistas, que jugando las reglas de la institucionalidad puedan llegar a cambiarlas.
La potencialidad de una nueva fuerza política irrumpiendo al sistema electoral, de concretarse, podría ser suficiente como para caminar hacia nuevas mayorías, con nuevos cuadros preparándose para conducir el Estado, empapando esa institucionalidad emergente de los valores concordados en elecciones libres por esas nuevas mayorías.
No se puede realizar una revolución a partir de los estudiantes, como tampoco puede hacerse desde los desempleados o los jubilados y montepiados. Es necesario que se articulen plataformas políticas más amplias, que impliquen a trabajadores, comerciantes, transportistas, que jugando las reglas de la institucionalidad puedan llegar a cambiarlas.
Por lo tanto, el rupturismo y la anarquía son funcionales a los sectores golpistas que añoran los regímenes de facto, bajo la excusa de reponer el orden frente al caos. En esa peligrosa dialéctica pierden los demócratas, pierde la civilidad, sería un duro retroceso. Se debe entender que las decisiones de un país en el marco de la globalización enfrentan las amenazas de poderes fácticos multinacionales que buscan hacerse, a como dé lugar, de las riquezas de los países, para sus propios intereses, en pos de lo cual articulan acciones desestabilizadoras, mueven sus mercenarios y logran guerras inventadas con tal de obtener sus objetivos.
Como esto no es política ficción, es preciso dejar claro que, con todo lo necesario y justo que es producir cambios estructurales en un sistema injusto y concentrador de la riqueza, siempre hay que preservar un bien mayor que es la estabilidad y fortaleza del Estado frente a los escenarios actuales. Mantener la fuerza de un Estado Democrático, que defiende la paz mediante el Derecho Internacional y que para ello suma alianzas en el mundo, es un interés superior al que hay que subordinar toda aspiración sectorial interna. Un Estado es más fuerte si construye mayor armonía y equidad social. Situaciones injustas generan calderas que pueden hacer colapsar la institucionalidad del Estado y por ello es necesario abrir espacios y generar nuevos liderazgos para construir evolutivamente nuevos pactos sociales.
Un Estado es más fuerte si construye mayor armonía y equidad social. Situaciones injustas generan calderas que pueden hacer colapsar la institucionalidad del Estado
Esta visión madura debería provenir de la clase política, pero lamentablemente se la ve enfrascada en recomponer sus parcelas de poder antes que en interpretar las demandas sociales. De parte de los indignados lo que se espera es que cambien a través del sufragio a esa clase política que se ha deslegitimado por su propia inercia y por su falta o miopía de una visión de Estado.
Hernán Narbona Véliz (Chile)· Periodismo Independiente, para NOTON · 16/10/2011.
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