Se cumplen 10 años desde la fatídica mañana del 11 de septiembre y de los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York. La zona Cero se mantiene en la retina y en este décimo aniversario se rememora una vez más el horror de esa mañana.
La vida cambió a partir de ese sangriento episodio. El mundo entero presenció en directo la gran tragedia. En todo este período, todos hemos sido impactados, cual más cual menos, por nuevos criterios de seguridad, por una nueva forma de conflicto, sórdido y selectivo. La libertad y los derechos humanos sufrieron el impacto de los estados de excepción, de las guerras preventivas, de las medidas fundamentalistas para enfrentar el terrorismo, que generaron una retroalimentación perversa, donde antiguos aliados se convirtieron en buscados criminales terroristas.
Bush, Blair, Aznar, Berlusconi fueron los articuladores de la invasión a Irak, en un enorme montaje que fue quedando, al descubierto. a poco andar, en todas sus inconsistencias. La elección de Barack Obama fue la respuesta esperanzada de un pueblo agobiado por el deterioro de su calidad de vida interna y la pérdida de libertades públicas que siempre fueron pilares de su institucionalidad. Sin embargo, con la herencia acumulada de un gasto militar desgastador, el imperio iba agotando sus capacidades económicas y la misma globalización que buscó imponer como orden mundial, fue jugándole en contra, minando las capacidades de influir como Estado en las turbulencias de los mercados de capitales supranacionales.
La crisis ha hecho ver a los europeos que al estatus alcanzado como sociedad de servicios le falta ahora el soporte macizo de una industria pesada y liviana instalada en sus territorios. La globalización les había escamoteado fuentes de trabajo que daba el sector industrial y manufacturero
Así, Estados Unidos enfrentó la crisis sub prime y su delicada posición fiscal fue generando a nivel global la percepción de una posible cesación de pagos. La crisis sub-prime reventó la burbuja del sector inmobiliario y como un corolario de la crisis de las punto com, del decenio anterior, llega Estados Unidos con una crisis prolongada en donde ve descender su calificación a riesgo, pese a sus denodados esfuerzos por reactivar la economía y revertir un cuadro depresivo.
Por su parte, Europa también sufre los coletazos de la crisis global y enfrenta el agotamiento del Estado de bienestar y de la economía social de mercado, en que se ha basado la propuesta social demócrata de desarrollo. El rol redistribuidor del Estado se ha llevado a través de políticas públicas que han implicado fuertes subsidios sectoriales, pero también altas tasas de impuestos y permeabilidad frente a las influencias corporativas privadas.
El sinceramiento a que ha obligado la crisis ha hecho ver a los europeos que al estatus alcanzado como sociedad de servicios le falta ahora el soporte macizo de una industria pesada y liviana instalada en sus territorios. Tarde se han dado cuenta de un hecho irreversible: la globalización les había escamoteado fuentes de trabajo que daba el sector industrial y manufacturero, toda vez que, en función de sus estrategias corporativas globales, muchas industrias históricas de Europa, decidieron emigrar al Asia, para seguir siendo competitivas en los mercados mundiales.
Los sistemas productivos se ubicaron en países donde se les aseguraba estabilidad y mano de obra barata, sin petitorios sindicales ni pretensiones de expropiación o nacionalización
Tanto Europa como Estados Unidos y el NAFTA se dieron cuenta tardíamente de una revolución que se vivió en este decenio en materia de sistemas productivos, con nuevos encadenamientos que se ubicaron en países donde se les aseguraba estabilidad y mano de obra barata, sin petitorios sindicales ni pretensiones de expropiación o nacionalización. Las corporaciones multinacionales nacidas en el capitalismo pos industrial, se han manejado con criterios apátridas y dinámicas propias, que las hicieron emigrar al Asia, China o la India, en busca de enclaves para desarrollar estrategias globales.
Al cumplirse los diez años del 11 de septiembre de 2001, el mundo desarrollado asume que al haber jugado en función de un fundamentalismo neoliberal, fueron debilitando o desmantelando al Estado como ordenador máximo de la sociedad y como factor de redistribución de la riqueza. Después de 10 años de una dinámica autoritaria y de democracias representativas endebles, ha irrumpido el ciudadano global, usando las mismas plataformas tecnológicas que permitieron la globalización de los mercados. Ese ciudadano y sus redes sociales han articulado una nueva acción política de resistencia activa y planetaria frente a decisiones de poderes fácticos que depredan su calidad de vida o amenazan la vida en la Tierra. Los enclaves del sistema se han debilitado y una ola social presiona por cambios, por transparencia, democracia directa y una política ética, blindada frente a la corrupción. Quizás sea el germen global de una nueva era, con nuevos actores y nuevas utopías.
Hernán Narbona Véliz / NOTON
Periodismo Independiente, 11 de Septiembre de 2011.
Comentarios
Publicar un comentario