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Proponen la semana laboral de 21 horas: Por las personas, el medio ambiente y la sociedad

Ni 40, ni 35 horas semanales. Nada menos que 21 es la propuesta del centro de pensamiento británico New Economics Foundation (NEF), y que en España apoya Ecopolítica, para pasar de un modelo de crecimiento económico insostenible y en crisis a otro en el que las necesidades vitales de las personas, el cuidado del medioambiente y el Estado del bien estar sean viables.

La NEF ha establecido la cifra por aproximación a la media de lo que la gente en edad de trabajar en Gran Bretaña pasa en su empleo remunerado y por ser un poco más del tiempo que se invierte en el trabajo no remunerado. Coincide además, con que “si el tiempo medio dedicado al trabajo doméstico no remunerado y al cuidado de la infancia en Gran Bretaña en 2005 fuera valorado en términos de salario mínimo, valdría el equivalente al 21% del PIB del Reino Unido”. Los cálculos son parecidas en el resto de países industrializados. En realidad, lo de menos son las cifras siempre que se avance hacia un número mucho menor de horas de trabajo remunerado.

Las propuestas de la NEF y del Centro Ecopolítica, una red de académicos y activistas comprometidos con la ecología, “no son una receta, sino una provocación”. El “Informe 21 horas. Por qué una semana laboral corta puede ayudarnos a todos a prosperar en el siglo XXI” trata de “cuestionar las actuales nociones sobre el trabajo y el tiempo, cambiar lo que se considera normal”, reconociendo de que es “una visión radical para agitar ideas y poner a la gente a pensar sobre un cambio de dirección significativo”. La propuesta de reducir y redistribuir el tiempo de trabajo remunerado es para la NEF un elemento más de lo que denomina la “Gran Transición hacia un futuro sostenible y equitativo”, estrechamente relacionado el “decrecimiento”, la renta básica y el respeto al medio ambiente.

El coordinador del Centro Ecopolítica, Florent Marecellesi, destaca que la propuesta viene a recuperar el viejo anhelo del movimiento obrero de repartir el trabajo, tan presente en la década de los años 90 (http://edicioneshoac.org/index1.html) y desaparecido casi por completo de la agenda sindical, para plantearlo justo en el momento en que están en cuestión los límites del planeta y de la globalización económica. Citando a Florent Marecellesi, en su introducción a la versión castellana del informe, “plantear una semana laboral de 212 horas es tomar a contrapié las propuestas de reforma laboral y de jubilación que nos empujan a trabajar y consumir cada vez más, como si el paro, la desigualdad o el agotamiento de los recursos naturales no estuvieran relacionados”.

Este francés afincado en Euskadi lleva meses presentando por las ciudades de nuestro país la propuesta, con una “buena acogida”, por lo que tiene de “puente entre la vieja aspiración obrera y los nuevos retos ambientales”, de “abrir horizontes” y de “plantear esperanzas, ahora que cunde el pensamiento único y hasta el nihilismo”. Aunque en principio se esperaba una oposición fuerte de los sindicatos, se está dando cuenta de que por lo menos se puede hablar tranquilamente con ellos de esta propuesta, más con los minoritarios que con los grandes, todo hay que decirlo. “No deja de ser una cuestión que cuestiona el sentido del trabajo, de para qué trabajamos”, asegura.

La NEF coincide en señalar que “las economías de consumo, ricas y altamente competitivas, prometen satisfacción para todo el mundo, pero en realidad tienden a proporcionar lo contrario. Aquellos que se pueden permitir el participar nunca están realmente satisfechos, con independencia de lo que puedan llegar a consumir. La razón de esto es porque el sistema está diseñado para favorecer precisamente la insatisfacción, para que todos nosotros sigamos gastando para fomentar y justificar el continuo crecimiento”.

A nadie se le escapa las dificultades de llegar al escenario descrito, por lo que la NEF primero ha querido identificar los obstáculos a tener en cuenta (el riesgo de aumentar la pobreza, el aumento de los costes empresariales y una oposición política a emprender una reducción tan drástica de las horas de trabajo remunerado) y después plantear las condiciones necesarias para abordar los problemas de la “transición” (graduar la reducción, garantizar incrementos salariales, cambiar la gestión del trabajo, recompensar adecuadamente a los empresarios, distribuir mejor los bienes, los ingresos y la riqueza, incentivar la actividad y el consumo no mercantilizado…).

La NEF reconoce que antes de nada hay que provocar un debate amplio que pasa por reconocer el valor del trabajo no remunerado, del modo en que se organiza y distribuye el trabajo y el uso que se le da al tiempo, conscientes de que las normas sociales que hoy parecen rígidas pueden cambiar como también lo pueden hacer las expectativas que la población tienen. Es más, ya ha pasado a lo largo de la historia, precisamente con el tiempo del trabajo.

En 1974, en el Reino Unido se implató a semana de tres días, por orden del gobierno conservador de Edgard Heath, con el fin de ahorrar energía durante un periodo de fuerte inflación, altos precios energéticos y protestas laborales de los mineros. En Francia, entre 2000 y 2008 la semana de 35 horas se generalizó como máximo horario de trabajo. Casi el 60% de los trabajadores se mostró satisfecho al poco de su implantación, aunque también hubo muchos inconvenientes que cabe atribuir a una “flexibilidad interna” impuesta. Hace menos tiempo, de 2008 a 2009 el estado de Utah, en EE.UU. fomentó la semana laboral de cuatro días en el sector público para ahorrar energía y reducir las emisiones de carbono, así como los costes. Eso sí, no hubo reducción, sino redistribución horaria, al fijarse cuatro días laborales de 10 horas de trabajo.

Cada vez más sectores de la población son conscientes de que no valen respuestas antiguas a retos nuevos. No podremos salir de la Gran Recesión volviendo a los patrones de comportamiento anteriores. Si queremos evitar la catástrofe ambiental, social y económica habrá que empezar a aplicar nuevas fórmulas. Un cambio gradual, bien dirigido e impulsado de la gestión del tiempo de trabajo, en combinación con la extensión de mecanismos que garanticen ingresos vitales a toda la población y medidas efectivas de preservación del medio ambiente, nos podría colocar en un escenario futuro mucho más prometedor que el actual.

En 1930, John Maynard Keines vaticinó, ante las innovaciones tecnológicas y sociales, que a comienzos del siglo XXI la semana laboral podría verse drásticamente reducida a 15 horas. Llegado ese momento, pensaba que la cuestión sería “cómo utilizar nuestra libertad alejados de las preocupaciones económicas apremiantes”. Lamentablemente, las cambios introducidos desde entonces no han ido en la dirección apuntada. Ahora sin embargo, ante la amenaza del fin de la civilización, estamos obligados a caminar en otro sentido. Y la propuesta de la NEF y Ecopolítica inaugura una nueva utopía que, como poco, merece la pena tener en cuenta.


José Luis Palacios, Noticias Obreras

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