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Revueltas en Gran Bretaña. El espejo sombrío del neoliberalismo

Un reportaje de blog y dos videos resumen la violencia en las calles de Gran Bretaña: El blog de un periodista de la NBC cita el diálogo entre un londinense y otro periodista que le pregunta al primero si la revuelta es la mejor manera de expresar su descontento:

“Sí,” dijo el joven. “No estarías hablando conmigo ahora si no lo hubiéramos liado, ¿verdad?”

El periodista de la ITV británica no tuvo respuesta, de modo que el joven aprovechó su ventaja. “Hace dos meses, más de 2.000 negros organizamos una marcha tranquila y pacífica hasta Scotland Yard. ¿Sabes qué paso? No salió nada en la prensa. Anoche hubo algo de revuelta y saqueos, y mira a tu alrededor.

Uno de los videos, ampliamente difundido, muestra a una residente de Hackney que se enfrenta a los saqueadores. Sin miedo pero con conocimiento, les reprende, furiosa porque en vez de “hacerlo por una causa”, destruyen hogares y negocios, todo por unos zapatos o unos televisores.

El otro video es menos emotivo; de hecho, es tristemente cómico: Nick Clegg, después de comer unas galletas en su frondoso jardín residencial, advierte a Sky News en abril del año pasado de que si los Conservadores entran en el poder e imponen sobre la población recortes sin haber recibido mandato para ello, habría revueltas.

Éstos son los elementos clave de la actual crisis: la incompetencia y arrogancia de la Policía, la complicidad y crueldad de los medios, la miopía de los alborotadores y el desprecio que los políticos han demostrado por la población durante el último año y que ha perdurado durante la última semana. La deprimente conclusión es que vivimos en una sociedad enferma que no sólo no es capaz de resolver sus injusticias y desigualdades, sino tampoco las reconoce.

El plato petri donde se cultivaron las revueltas fueron décadas de abandono, desempleo y privaciones: la mayoría de las áreas afectadas por las revueltas tienen tasas de desempleo por encima de la media londinense del 8,8%. Hackney compite anualmente con Manchester, Liverpool y Tower Hamlets como el municipio más abandonado del país. En Londres, el segmento más rico de la población posee 273 veces más riqueza que los más pobres, lo que la convierte en la “ciudad más desigual de Occidente”. Por todo el país, durante los últimos treinta años, los sueldos se han reducido, en proporción con la fortuna nacional, para todo el mundo, salvo para una minoría muy pequeña. Dentro de veinte años, la brecha entre ricos y pobres alcanzará niveles que no se han visto desde que reinara Victoria.

Esto no justifica la destrucción rampante: durante siglos, los pobres siempre han sufrido, pero en los momentos clave, en los últimos dos siglos, han respondido mediante la organización, la protesta y el apoyo mutuo. Esta acción unida ha conseguido logros reales que la quema de sus comunidades nunca obtuvo.

Luego está el pésimo historial de la Policía de la nación y en particular de la Policía Metropolitana. Teniendo en cuenta su implicación directa en la conspiración criminal que han supuesto las extensas escuchas telefónicas como colaboradores en vez de como investigadores y los numerosos casos, tanto dentro de la Policía como de la IPCC [Comisión Independiente sobre Quejas Policiales], de ocultación de su papel en los asesinatos en las calles de Londres, no sorprende que los vecinos los señalaran con ocasión de la muerte de Mark Duggan.

Su incapacidad de contestar a las sencillas preguntas que se les formularon es prueba de su arrogancia, a pesar de que éste no sea un hecho aislado. Las cifras de muerte bajo custodia o después de estar en manos de la Policía son escalofriantes. Desde 1998, han muerto 333 personas mientras estaban bajo custodia, sin que ningún agente haya sido condenado.

El acoso degradante a la juventud mediante la identificación y el cacheo, siendo objetivos algunas comunidades en particular, es agobiante para todos salvo aquellas personas que no lo padecen. Tampoco fue hace tanto tiempo que los Conservadores pretendían volver a poner en marcha las leyes Sus [sobre personas sospechosas]. Luego no debería sorprender que la criminalización de poblaciones enteras les induzca a cometer actos criminales.

Y mientras ocurría todo esto, ¿dónde estaban los políticos? Osborne [Ministro de Hacienda] estaba en Los Ángeles, Cameron estaba en la Toscana, Clegg estaba en España y Johnson [Alcalde de Londres] se negó a decir dónde estaba porque no quería volver. El problema no es tanto que estuvieran de vacaciones, sino más bien que unas vacaciones en el extranjero sean un lujo que pocos pueden costear. Cuando el parlamentario conservador Oliver Letwin dijo que no quería que “la gente de Sheffield disfrutara más de vacaciones baratas”, puso de manifiesto el odio de clase que motiva a muchos de sus congéneres.

Tales sentimientos constituyen el combustible amargo para la puesta en marcha de las medidas de austeridad que están rompiendo nuestro país, y los objetivos de esta agresión no son sólo la juventud pobre de los barrios de nuestras ciudades, sino también los trabajadores que, como los bomberos, intentan apagar las llamas de esos mismos barrios. Aquí es donde más claro se percibe la locura de la violencia: deberíamos unirnos contra la avaricia y la temeridad de los recortes y no replicarlas.

Sin embargo, algunos elementos de la izquierda se niegan a condenar las revueltas alegando que son el resultado de problemas estructurales y no de la mala educación por parte de los padres o la falta de valores por parte de los alborotadores. Los primeros vítores de que se estaba produciendo una ‘insurrección’ en Tottenham fueron a menos cuando los objetivos cambiaron de los coches de policía a los comercios, para finalmente apagarse cuando se hizo evidente que el odio a la policía iba aparejado con el saqueo y el incendio de objetivos no políticos. El saqueo y el incendio no son virtud de la izquierda sino del neoliberalismo, y tenemos ahora una imagen de espejo sombría de los efectos del ataque del capitalismo a nuestra sociedad durante las últimas tres décadas.

Los alborotadores son un microcosmos de la ética que emerge de ese ataque: la falta de moderación, la competencia y la violencia. La razón por la que la izquierda debe condenar en vez de excusar la violencia y el saqueo es precisamente porque es el problema estructural de una sociedad que fomenta valores miserables. La mujer que se enfrentó a los saqueadores sabía esto: hay que construir algo duradero en vez de reproducir los principios dominantes de nuestra sociedad. ¿Por qué no aspirar al lujo para todos? Pero debería ser mediante la creación y no la destrucción.

La respuesta [del gobierno] ha sido a veces aterradora. Es de esperar que los llamamientos de sacar al ejército a las calles y de permitir que se dispare a matar no sean representativos, porque, si es así, no hemos aprendido nada del desastre de Irlanda del Norte. La única solución duradera es el fin de los recortes, la exclusión y la brutalidad. Necesitamos una izquierda inclusiva que funcione en vez de la izquierda egoísta y crónicamente romántica que nos ha tocado en suerte durante las últimas dos décadas, o la izquierda que sueña inútilmente con la vuelta del mítico Partido Laborista.

Una respuesta adecuada requiere dirigir la ira constructivamente y abordar correctamente los principios destructivos inculcados dentro de nosotros: el egoísmo y la falta de moderación hasta el extremo de la violencia. Cuando los jóvenes saquean, es “pura criminalidad”, cuando los ricos saquean, es “austeridad”. Los dos extremos son resultado de la misma sociedad, y los dos necesitan erradicarse. No necesitamos austeridad, y nadie debería necesitar robar.

Desde las cenizas, las comunidades se reúnen para defender, reclamar y limpiar sus calles. Quizá la ira se dirija a los alborotadores, pero también se dirige a las oportunidades fotográficas de mal gusto de Nick Clegg y Boris Johnson. Los principios de apoyo y respeto mutuos existen y pueden ser y serán más poderosos que el ejército, la policía o cualquier alborotador. Pero necesitan permanecer como nuestros principios frente a la violencia procedente tanto de los ricos como de los desposeídos. Sólo así podremos esperar vencer a una sociedad patológica; en palabras de la mujer anónima de Hackney: “hazlo por una causa”.

Traducción para Rebelión de Christine Lewis Carroll. Publicado en RedPapper

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