04/03/2011
Jesús Cruz Álvarez
Jesús Cruz Álvarez
Colaborador de NOTON
El espíritu revolucionario y decididamente inconformista a partir del cual han confluido decenas de movimientos sociales e insurrecciones a lo largo de la historia, ha estado tradicionalmente relacionado con el ímpetu de las generaciones más jóvenes, conscientes de su rol como estímulo y acicate del cambio o la denuncia ante las injusticias perpetradas por el poder.
Un hecho revelador de la época de abulia social y conformismo desmesurado que vivimos actualmente en la civilización occidental es la mudanza de ese espíritu rebelde reservado a la efervescencia contumaz de la juventud, enzarzada en su propia lucha por una vacua autocomplacencia, hacia mentes curtidas por la experiencia que asisten atónitas al inmovilismo de una sociedad impávida ante el saqueo económico de una vil casta de banqueros y empresarios aliados con una servil clase política que manipula con indignante maniqueísmo a su pueblo.
Stéphane Hessel, un antiguo miembro de la Resistencia francesa de 93 años y único redactor vivo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, ha decidido poner freno a esta corriente institucionalizada de resignación con un fenómeno editorial en formato de alegato que ha conmocionado a la opinión pública francesa (país en el que ha vendido más de un millón y medio de ejemplares) y que ha sido exportado al resto de países de su entorno, bajo la máxima irreductible de su apuesta por la insurrección pacífica en tiempo de crisis.
A través de la contraposición histórica con la época en la que desarrolló su actividad militante en favor de la libertad y contra la opresión nazi, Hessel advierte del incremento velado aunque efectivo de las diferencias entre una masa social empobrecida y una reducida élite de poderosos que han hecho del culto al dinero y la competitividad sus coartadas para despojar impunemente al resto de la ciudadanía de sus derechos y de su bienestar, aún a pesar del evidente aumento de la producción de riqueza a escala internacional. Tal y como advierte el veterano combatiente, “los responsables políticos, económicos, intelectuales, y el conjunto de la sociedad no pueden claudicar ni dejarse impresionar por la dictadura actual de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia”.
Los postulados blandidos por Hessel no son particularmente originales e inéditos en el debate público de la sociedad occidental, no obstante, suponen un certero estímulo frente a la aletargada consciencia colectiva de una ciudadanía dispersa en el entretenimiento insuflado desde las estructuras mediáticas de poder y la desesperanza ante la imposibilidad de un cambio inmediato del que se huye en virtud de una sumisión enervante. Es cierto que las razones para la indignación se encuentran diluidas en un ente abstracto e inextricable al que se denomina sistema de mercado: ya no se combaten a fuerzas invasoras autoritarias ni a poderes políticos enrocados en su preponderancia sin límites tal y como debió hacerlo la generación de Hessel; no obstante, y aunque menos nítidas, las evidencias de las flagrantes injusticias a las que nos vemos abocados en nuestro devenir rutinario permanecen ahí, en cada nimio detalle.
Se encuentran en las escalofriantes cifras de desempleo, en las familias sin recursos condenadas a padecer penurias en el más absoluto silencio para evitar la vergüenza pública; en el discurso vacío e infantil de los partidos políticos, más aún en periodos electorales; en las inaceptables legislaciones concebidas para satisfacer las demandas del sector empresarial; en los beneficios desmesurados de las entidades bancarias a pesar de la crisis y el rescate; en la mercantilización de la enseñanza superior; en la banalización de los contenidos culturales para suscitar la apatía y el empobrecimiento de la sociedad; en la precariedad laboral de la generación más preparada de la historia, que lucha contra sí misma por contratos basuras o periodos de becario sin remuneración alguna; en la erradicación de los derechos sociales conquistados siglos atrás, como la edad de jubilación a los 65 años; en el servilismo poco disimulado de los sindicatos; en el estado comatoso de unos medios de comunicación rendidos a la publicidad y el vasallaje político; en el culto a la mediocridad, a la desconexión cerebral, al inmovilismo social, al ‘todo vale’, al ‘esto no me atañe’… Razones hay por doquier, sólo es necesario buscarla.
Indignémonos, hagamos nuestro el grito de insolencia de un hombre de 93 años (curiosamente, el prologuista de Hessel también cuenta con la misma edad y tiene la talla intelectual de José Luís Sampedro) pesaroso ante la claudicación de todos los ideales a los que dedicó su vida. Indignémonos, la indiferencia es la peor de las actitudes. Lideremos una insurrección pacífica basada en el compromiso con la historia, en la defensa de unos valores éticos y democráticos, en el rechazo sin cortapisas de los procesos dictatoriales larvados de forma latente en nuestra sociedad. Al menos, pensemos cómo cambiar esta realidad que padecemos todos, sin excepción.
Mgnífico artículo, necesitamos un cambio, pero la sociedad no sabe para donde tirar. Cada uno se indigna solo en casa pero eso ¿a donde va?
ResponderEliminarUn saludo